Eden_Gislason
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Viernes por la tarde. La cita es en el vestíbulo de un hotel dentro de la estación de St. Pancras de Londres, un monumental edificio victoriano varias veces restaurado. Zadie Smith (Londres, 49 años) acaba de bajar de un tren desde París, donde ha asistido a un desfile de moda, un viaje que, comenta de pasada, también está relacionado con su 20 aniversario de boda con el escritor Nick Laird, padre de sus dos hijos. El glamur que la escritora y la situación desprenden va tomando un tono más cercano a medida que Smith habla, con su característica inteligencia, sentido del humor y firmeza, dispuesta a desmitificar su profesión —”es un error pensar en la buena escritura como una virtud, mucha gente buena no escribe bien”—; o a poner en cuestión la idea que hoy se tiene de lo que significa ser libre —”el relato es que si alguien necesita algo de ti, tus padres o tus hijos, eso es opresivo; yo no lo creo y cuando me necesitan me siento agradecida”—.
En el centro de la conversación está La impostura (Salamandra), la nueva novela de Smith, que llega esta semana a las librerías tras su éxito entre la crítica y los lectores anglosajones. La autora viajará a la Bienal del CCCB en Barcelona y al festival Ja! en Bilbao, el 7 y el 9 de octubre respectivamente, en la gira promocional del libro. La nueva novela es su primera incursión en una trama histórica y de alguna manera una celebración del regreso en 2020 de la autora de Dientes blancos a su ciudad, después de la década que pasó con su familia en Nueva York. “Quise pensar en la época victoriana y en el ahora. Me llamaba la atención que había mucho sufrimiento y mucha injusticia, pero también mucho cambio político. Los cimientos de mi libertad se pusieron entonces: la idea del sufragio universal y de lo público. Fue entonces cuando se produjo la batalla por la tierra y por la educación pública, por ese espacio público que compartimos”, explica frente a una taza de té. “Fue un momento radical también porque ese enorme sistema de capitalismo racial, la esclavitud, acaba y yo me preguntaba: ¿cómo terminas algo así? ¿Cómo se pone fina una injusticia de esa escala?”
Hija de padre inglés y madre jamaicana, Smith creció en la misma calle donde ahora vive. Cuenta que no pasa un día sin que se tope con algún compañero de la escuela o amiga de su madre. “Si le muestras a alguien de 23 años cómo era mi vida en Nueva York y cómo es aquí, se preguntarán por qué dejé ese glamur y diversión, sin tener que cocinar, viviendo en un apartamento de New York University y sin tener a mis padres y hermanos cerca, pero aquí tengo mis raíces y ese es otro tipo de libertad”, afirma. La impostura, confiesa, ha tenido algo “catártico” al permitirle explorar a fondo la entreverada y compleja historia que une Reino Unido y Jamaica, “los dos países que me han hecho”, explica.
La novela tiene como telón de fondo el caso Tichborne, uno de los juicios más célebres de la Inglaterra victoriana, cuya vista duró casi un año —desde mayo de 1871 a marzo de 1872—, y mantuvo en vilo al país, escindido entre partidarios y detractores del hombre que decía ser un rico heredero desaparecido en un naufragio. Andrew Bogel, el criado jamaicano que testificó a favor del impostor, fascina a la protagonista de la novela. Ella es también un personaje real, Eliza Touchet, la viuda de un primo del escritor Ricard Ainsworth, autor contemporáneo de Dickens que firmó cerca de 40 novelas y que, a pesar de gozar de gran popularidad en su época, no ha sobrevivido al paso del tiempo. Uno de los poetas que frecuentaban ese círculo acabó metido como abogado en el famoso caso: eso fue lo que decidió a Smith a entrar en esta historia.
Eliza, inteligente y rápida como la Elisabeth Bennet de Jane Austen, pero con la astucia de una mujer que ya ha cumplido los 60, es el personaje central en esta novela contada en capítulos breves, casi viñetas, que avanzan hacia atrás y hacia delante, componiendo un amplio fresco de la sociedad, los círculos literarios, el sexo y las cuestiones políticas del momento. “Hubiese sido más fácil escribir o bien sobre los horrores del siglo XIX o bien sobre la cháchara de los salones y las bobadas de aquel momento, pero lo que me llamó la atención es que estos dos mundos siempre transcurren de forma simultánea”, señala Smith. “Mira, yo hoy vengo de un desfile y hay una guerra horrible. Estos dos planos son inseparables, porque siempre se producen atrocidades y siempre hay gente que sigue con su vida. Es fácil decir que uno no entiende cómo en el XIX la gente no estaba en las barricadas protestando contra la esclavitud. La respuesta es simplemente porque la gente normalmente no hace eso. Algunas personas heroicas sí”.
A Smith le interesan los grises, las historias que van más allá de las categorías, porque eso se acerca más a cómo son las cosas realmente. “En muchas de las ficciones que se escriben sobre la esclavitud hay una conciencia absoluta sobre la naturaleza de la opresión, pero mi experiencia, leyendo los pocos documentos históricos que hay de los esclavos del Caribe, es que lo peor que le puede pasar a una persona les ha pasado a ellos, pero al mismo tiempo esa es su vida, y no lo expresan como lo expresaríamos nosotros”, reflexiona, y añade que quiso traer el tema de la esclavitud a la dimensión humana y no tratarlo como un absoluto. “Fue una barbarie, también un negocio, una fuente colosal de ingresos, un lugar donde la gente trató de sobrevivir como fuera, no todo el mundo en una plantación es una víctima o un ángel. Los esclavos construyeron pequeñas vidas en ese sistema del mal y la opresión”.
La impostura es también un libro sobre escritores. Eliza abomina la prosa de su primo y sin embargo le quiere, ¿le ocurre esto a ella? “William no es un genio pero es una buena persona. Los escritores no piensan que escribir bien indique que el autor es bueno, eso lo piensan los lectores”. ¿Pero el afecto no implica admiración? “El talento es interesante pero es un accidente, no es algo admirable, la amabilidad sí lo es”, afirma convencida, antes de reconocer que ella es afortunada porque sí es leída y ha alcanzado la fama. Al fin, dice sentir una afinidad con la manera en que entiende la escritura su amigo Geoff Dyer. “Viene de una clase social parecida a la mía, y para nosotros esto no es algo romántico, es algo que hacemos y ya. Nuestros padres hacían cosas mucho más duras”.
La firma de peticiones o cartas por parte de los escritores es uno de los temas que se comentan en la novela y que en los últimos meses ha cobrado mucha importancia en EE UU. Smith escribió acerca de las protestas en los campus para The New Yorker, un artículo en el que se adentró en un campo de minas. “Esas minas no matan a nadie y uno no necesita responder poniéndose a la defensiva o escorándose a la derecha”, responde. “Yo seguiré siendo exactamente lo que soy, me definiré como socialista e interesada en la solidaridad y como alguien que considera que hay que cuidar el lenguaje. No hay nada más dramático que lo que está ocurriendo y entiendo la intensidad de las emociones, que ante el número de muertos algunos piensen que sólo la retórica más dura sirve. Pero yo hablo de otra manera, y si soy la única pues está bien. Tiene que existir la posibilidad de otro tipo de discurso: es posible seguir una línea política progresista sin deshumanizar a nadie”.
Smith se cura en salud y se mantiene lejos de las redes. “Los escritores han trabajado durante miles de años sin saber en medio segundo lo que medio millón de personas piensan. No es normal, es una relación tecnológica algorítmica que no es natural y por eso no voy a participar en ello, no es sano”, enfatiza. No quiere entrar en “el circo”. ¿Reflexiona ahora sobre sus comienzos como autora? “Era muy naif, una cría que pensaba que los adultos estaban ahí para ayudarme como los profesores. No pensaba en celos y si había una escritora mayor que me miraba con ojos asesinos, no lo entendía. Ahora sí”, ríe. ¿Qué consejos daría a una joven novelista? “Que se fijen en Sally Rooney, que es mucho más lista de lo que yo fui y sabe que todo se resume en tu trabajo. Hay que escribir. Si te dicen de ir a una fiesta di que no, simplemente escribe tus libros, haz que sean tan buenos como sea posible y no entres en internet”.
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En el centro de la conversación está La impostura (Salamandra), la nueva novela de Smith, que llega esta semana a las librerías tras su éxito entre la crítica y los lectores anglosajones. La autora viajará a la Bienal del CCCB en Barcelona y al festival Ja! en Bilbao, el 7 y el 9 de octubre respectivamente, en la gira promocional del libro. La nueva novela es su primera incursión en una trama histórica y de alguna manera una celebración del regreso en 2020 de la autora de Dientes blancos a su ciudad, después de la década que pasó con su familia en Nueva York. “Quise pensar en la época victoriana y en el ahora. Me llamaba la atención que había mucho sufrimiento y mucha injusticia, pero también mucho cambio político. Los cimientos de mi libertad se pusieron entonces: la idea del sufragio universal y de lo público. Fue entonces cuando se produjo la batalla por la tierra y por la educación pública, por ese espacio público que compartimos”, explica frente a una taza de té. “Fue un momento radical también porque ese enorme sistema de capitalismo racial, la esclavitud, acaba y yo me preguntaba: ¿cómo terminas algo así? ¿Cómo se pone fina una injusticia de esa escala?”
Hija de padre inglés y madre jamaicana, Smith creció en la misma calle donde ahora vive. Cuenta que no pasa un día sin que se tope con algún compañero de la escuela o amiga de su madre. “Si le muestras a alguien de 23 años cómo era mi vida en Nueva York y cómo es aquí, se preguntarán por qué dejé ese glamur y diversión, sin tener que cocinar, viviendo en un apartamento de New York University y sin tener a mis padres y hermanos cerca, pero aquí tengo mis raíces y ese es otro tipo de libertad”, afirma. La impostura, confiesa, ha tenido algo “catártico” al permitirle explorar a fondo la entreverada y compleja historia que une Reino Unido y Jamaica, “los dos países que me han hecho”, explica.
La novela tiene como telón de fondo el caso Tichborne, uno de los juicios más célebres de la Inglaterra victoriana, cuya vista duró casi un año —desde mayo de 1871 a marzo de 1872—, y mantuvo en vilo al país, escindido entre partidarios y detractores del hombre que decía ser un rico heredero desaparecido en un naufragio. Andrew Bogel, el criado jamaicano que testificó a favor del impostor, fascina a la protagonista de la novela. Ella es también un personaje real, Eliza Touchet, la viuda de un primo del escritor Ricard Ainsworth, autor contemporáneo de Dickens que firmó cerca de 40 novelas y que, a pesar de gozar de gran popularidad en su época, no ha sobrevivido al paso del tiempo. Uno de los poetas que frecuentaban ese círculo acabó metido como abogado en el famoso caso: eso fue lo que decidió a Smith a entrar en esta historia.
Eliza, inteligente y rápida como la Elisabeth Bennet de Jane Austen, pero con la astucia de una mujer que ya ha cumplido los 60, es el personaje central en esta novela contada en capítulos breves, casi viñetas, que avanzan hacia atrás y hacia delante, componiendo un amplio fresco de la sociedad, los círculos literarios, el sexo y las cuestiones políticas del momento. “Hubiese sido más fácil escribir o bien sobre los horrores del siglo XIX o bien sobre la cháchara de los salones y las bobadas de aquel momento, pero lo que me llamó la atención es que estos dos mundos siempre transcurren de forma simultánea”, señala Smith. “Mira, yo hoy vengo de un desfile y hay una guerra horrible. Estos dos planos son inseparables, porque siempre se producen atrocidades y siempre hay gente que sigue con su vida. Es fácil decir que uno no entiende cómo en el XIX la gente no estaba en las barricadas protestando contra la esclavitud. La respuesta es simplemente porque la gente normalmente no hace eso. Algunas personas heroicas sí”.
A Smith le interesan los grises, las historias que van más allá de las categorías, porque eso se acerca más a cómo son las cosas realmente. “En muchas de las ficciones que se escriben sobre la esclavitud hay una conciencia absoluta sobre la naturaleza de la opresión, pero mi experiencia, leyendo los pocos documentos históricos que hay de los esclavos del Caribe, es que lo peor que le puede pasar a una persona les ha pasado a ellos, pero al mismo tiempo esa es su vida, y no lo expresan como lo expresaríamos nosotros”, reflexiona, y añade que quiso traer el tema de la esclavitud a la dimensión humana y no tratarlo como un absoluto. “Fue una barbarie, también un negocio, una fuente colosal de ingresos, un lugar donde la gente trató de sobrevivir como fuera, no todo el mundo en una plantación es una víctima o un ángel. Los esclavos construyeron pequeñas vidas en ese sistema del mal y la opresión”.
La impostura es también un libro sobre escritores. Eliza abomina la prosa de su primo y sin embargo le quiere, ¿le ocurre esto a ella? “William no es un genio pero es una buena persona. Los escritores no piensan que escribir bien indique que el autor es bueno, eso lo piensan los lectores”. ¿Pero el afecto no implica admiración? “El talento es interesante pero es un accidente, no es algo admirable, la amabilidad sí lo es”, afirma convencida, antes de reconocer que ella es afortunada porque sí es leída y ha alcanzado la fama. Al fin, dice sentir una afinidad con la manera en que entiende la escritura su amigo Geoff Dyer. “Viene de una clase social parecida a la mía, y para nosotros esto no es algo romántico, es algo que hacemos y ya. Nuestros padres hacían cosas mucho más duras”.
La firma de peticiones o cartas por parte de los escritores es uno de los temas que se comentan en la novela y que en los últimos meses ha cobrado mucha importancia en EE UU. Smith escribió acerca de las protestas en los campus para The New Yorker, un artículo en el que se adentró en un campo de minas. “Esas minas no matan a nadie y uno no necesita responder poniéndose a la defensiva o escorándose a la derecha”, responde. “Yo seguiré siendo exactamente lo que soy, me definiré como socialista e interesada en la solidaridad y como alguien que considera que hay que cuidar el lenguaje. No hay nada más dramático que lo que está ocurriendo y entiendo la intensidad de las emociones, que ante el número de muertos algunos piensen que sólo la retórica más dura sirve. Pero yo hablo de otra manera, y si soy la única pues está bien. Tiene que existir la posibilidad de otro tipo de discurso: es posible seguir una línea política progresista sin deshumanizar a nadie”.
Smith se cura en salud y se mantiene lejos de las redes. “Los escritores han trabajado durante miles de años sin saber en medio segundo lo que medio millón de personas piensan. No es normal, es una relación tecnológica algorítmica que no es natural y por eso no voy a participar en ello, no es sano”, enfatiza. No quiere entrar en “el circo”. ¿Reflexiona ahora sobre sus comienzos como autora? “Era muy naif, una cría que pensaba que los adultos estaban ahí para ayudarme como los profesores. No pensaba en celos y si había una escritora mayor que me miraba con ojos asesinos, no lo entendía. Ahora sí”, ríe. ¿Qué consejos daría a una joven novelista? “Que se fijen en Sally Rooney, que es mucho más lista de lo que yo fui y sabe que todo se resume en tu trabajo. Hay que escribir. Si te dicen de ir a una fiesta di que no, simplemente escribe tus libros, haz que sean tan buenos como sea posible y no entres en internet”.
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