Yuja Wang lo compensa todo desde el teclado

llockman

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Mijaíl Bulgákov utilizó el jazz como elemento disruptivo en su genial novela El maestro y Margarita, al componer un retrato satírico de la domesticada élite literaria soviética. Su modelo para “la renombrada banda de jazz de la Griboiédov” fue la famosa AMA Jazz Band de Alexander Tsfasman, que realizó la primera grabación soviética de este género musical afroamericano en 1928: un arreglo de la popular canción Hallelujah, de Vincent Youmans, muy presente en la novela de Bulgákov como soplo de libertad frente a la opresión estatal.

La pianista Yuja Wang fascinó al público del Teatro Real el pasado jueves, 14 de noviembre, al tocar una de las mejores composiciones de Tsfasman: la Jazz suite para piano y orquesta, de 1945. Prueba de ello fue que volvió a interpretar su frenético galop final, como propina, entre los vítores del público. Se trata del debut de la virtuosa china en el coliseo madrileño, que forma parte de su primera gira española con la Mahler Chamber Orchestra. Una tournée que comenzó con la cancelación de su concierto en Valencia por la nueva dana, el pasado miércoles, y que terminará hoy, viernes, en el Maestranza de Sevilla, aunque proseguirá por Lisboa, Amberes, Ámsterdam, Viena y Hamburgo.

Yuja Wang, junto a varios integrantes de la Mahler Chamber Orchestra, en el concierto en el Teatro Real.

El programa incluía la obra de Tsfasman junto al Concierto para piano en sol mayor, de Maurice Ravel, con la virtuosa china como solista y directora. Y se completaba con sendas actuaciones de la orquesta liderada por su concertino, el violinista alemán José Maria Blumenschein, que interpretó el Concierto Dumbarton Oaks, de Ígor Stravinski, y Le tombeau de Couperin, de Ravel. Un itinerario ideal que, tal como explica Rafael Fernández de Larrinoa en sus notas al programa, conjuga las dos manifestaciones antirrománticas más importantes del periodo de entreguerras en el escenario clásico: la irrupción del jazz y la mirada al pasado del neoclasicismo.

La velada arrancó con una muestra de la excelencia de la orquesta creada por Claudio Abbado hace casi tres décadas con Dumbarton Oaks, de Stravinski. El conjunto mantiene intacta esa filosofía del director milanés del Zusammen Musizieren, es decir, escucharse los unos a los otros e implicarse colectivamente en la interpretación. Los 16 instrumentistas se arremolinaron como si fueran un conjunto camerístico para insuflar vida a estos pentagramas inspirados remotamente en los Conciertos de Brandeburgo de Bach. Una interpretación incisiva y transparente en la que destacaron poderosos fugados y varios solos admirables, algunos protagonizados por músicos españoles del conjunto, como los valencianos Vicente Alberola y Iago Bernat Sanchís, solistas de clarinete y trompa, respectivamente.

A continuación, la orquesta aumentó hasta contar con casi cincuenta instrumentistas y apareció la estrella china para tocar y dirigir el Concierto en sol mayor, de Ravel. Iba ataviada con sus habituales zapatos Louboutin de tacón de diez centímetros. Un complemento que, según ha reconocido en Instagram, le mantiene alerta en cada concierto. Cuesta creerlo, ya que no parece nada fácil accionar los pedales del piano con el pie derecho y con el izquierdo el bluetooth para pasar las páginas de la partitura en su iPad. En todo caso, su interpretación fue excepcional y elevó el carácter camerístico de la obra. No olvidemos que el propio Ravel pensó titular esta composición Divertissement, con la intención de subrayar esa condición camerística que ha animado a algunos directores-pianistas a tocarla y dirigirla (pensemos en Leonard Bernstein o en Dimitri Mitrópoulos).

La pianista Yuja Wang (a la izquierda) y el violinista José Maria Blumenschein (junto a ella) con otros integrantes de la Mahler Chamber Orchestra tocando la ‘Jazz Suite’ de Tsfasman en el Teatro Real, el pasado 14 de noviembre.

Pero Wang no ayuda mucho a la orquesta como directora. Su gesto es superfluo o directamente confuso, como ocurrió con la problemática entrada que marcó al inicio del presto final. A pesar de ello, el resultado musical fue admirable. El allegremente inicial, que arranca con ese látigo que evoca el impacto de una pelota vasca, y prosigue elaborando el zorcico de su malograda rapsodia que tituló con el lema nacionalista euskera Zazpiak Bat, fue francamente ideal gracias al nivel del conjunto. También funcionaron los gestos jazzísticos, como los arrastres del trombón, y hubo momentos mágicos, como ese celestial solo de arpa en la recapitulación. Sin embargo, el seductor vals del movimiento lento no terminó de elevarse, a pesar del fraseo exquisito y casi susurrado de la pianista en esta melodía donde Ravel evoca la belleza de Mozart. Y en el frenético rag-time del presto, fue donde más se echó en falta la ausencia de dirección musical, aunque la calidad del conjunto lo compensó una vez más.

La segunda parte continuó con más Ravel: Le tombeau de Couperin. La orquesta volvió a resentirse por la ausencia de dirección musical en esta suite de danzas que acerca al presente los Concerts royaux del compositor barroco francés y rinde homenaje a los amigos caídos en la Primera Guerra Mundial. El preludio permitió el lucimiento del joven oboísta francés Louis Baumann, pero la melancolía no terminó de impregnar la forlana y tampoco escuchamos nada sobrenatural en la espectral musette del minueto, aunque los contrastes del rigodón final funcionaron mejor.

Yuja Wang optó por cambiar de atuendo en la segunda parte y lucir un modelo más corto y ceñido, acorde con la música de Tsfasman. De hecho, nadie puede cuestionar la innovación que la pianista china ha aportado al austero y trasnochado código de vestimenta de la música clásica. Una pasión por la moda que forma parte de su personalidad como artista, tal como explicó a Janet Malcolm en The New Yorker. Wang tocó una magistral versión de la suite jazzística del elegante compositor soviético (no solo por su música, sino también por su exquisito y legendario armario de trajes). Tsfasman se había formado como pianista con Félix Blumenfeld, el maestro de Vladímir Horowitz, y su orquestación combinó el jazz con destellos de Rimski-Korsakov y Rajmáninov.

Su fascinación por la cultura estadounidense aporta una frescura muy cinematográfica a su música. Aunque nunca se le permitió viajar al país de sus sueños, siempre trató de desafiar al régimen soviético atrayendo a artistas norteamericanos a su orquesta de jazz, como la xilofonista Gertrude Grandel, con la que se casó. La pianista china sacó a relucir detalles admirables de cada movimiento de la suite, como ese charlestón titulado Copos de nieve con ese aire entre Gershwin y Rajmáninov. También elevó el vals lírico que recuerda a Shostakóvich, con quien también colaboró en varias películas. El matiz humorístico que aportó a la polca del tercer movimiento fue ideal, aunque hubo problemas con su dirección en la coda y en el frenético movimiento final, donde olvidó marcar la repetición. No obstante, volvió a compensar todo volando con sus dedos sobre el teclado con una frescura y transparencia admirables.

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