‘X-men ‘97′: cuando la excusa nostálgica supera a la serie original y entiende que la Patrulla X siempre fue ‘woke’

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La nostalgia emborrona nuestros recuerdos. ¿Era una serie o película de nuestra infancia buena de verdad, o lo que recordamos es el momento en el que la vimos? El medio también suma puntos. Esos fines de semana despreocupados en los que nos levantábamos pronto para ver dibujos mientras nuestros padres dormían son parte de la calidez de la memoria. Con la serie animada de X-men de los noventa, la conclusión es clara: la música de su cabecera era automáticamente pegadiza y tenía tramas como la dedicada a Fénix Oscura mejor adaptadas que en cualquiera de las películas. Pero no, no era tan buena como la recuerda la nostalgia. Sirvió, eso sí, para abrir a Marvel un mundo en el que Stan Lee había intentado introducirse durante años, y, de paso, dar a conocer las viñetas a miles de lectores. Aunque mejor que permanezca en el recuerdo que en la revisión.

La nostalgia es un germen que infecta no solo la mente, sino también una industria del entretenimiento embobada por hacer feliz a ese niño interior, hoy con 30 años más. Esa industria ha creado una generación de espectadores que quiere regresar una y otra vez a los iconos de su infancia pero, al mismo tiempo, pide que no cambien nada de lo que recordaba, ni cómo eso les hacía sentir. Esto es, volver al status quo una y otra vez, olvidándose de cómo ha cambiado el mundo en estas décadas. Ese mismo síntoma volvió a la palestra con el estreno de la serie animada X-men ‘97 en Disney+, una serie vendida con un enganche nostálgico demasiado fácil que continúa las tramas de la original con las mismas voces interpretativas, pero que, sorprendentemente, ha sabido adaptarse a los tiempos en los que se lanza. Tanto que supera a la original en el uso de la animación (por mucha melancolía noventera que experimentemos ya no es necesario que tengamos esos dibujos baratos repetidos) y en la profundidad de sus tramas.

Imagen de la serie 'X-men '97'.

Era inevitable, por lo tanto, que adaptar las historias a 2024 y tener ideas originales y modernas alrededor del género de superhéroes, como las tiene Invencible en Amazon Prime Video, haya devuelto a la primera plana a los mismos de siempre agitando un debate que cada vez está más gastado. “X-men arruinado por una Disney woke” o “X-men 97 será ultrawoke: pronombres, banderas y mujeres sin curvas”, leían algunos de los titulares de ese pozo sin fondo llamado YouTube. Hombres que publican vídeos donde explican a una audiencia ya cautiva por sus mensajes que presentar a un personaje, el cambiaformas Morfo, como no binario y haber reducido el culo a Pícara es un síntoma más de cómo Disney está tratando de limpiar nuestras mentes a través de mensajes de igualdad demasiado rompedores para su aguante.

Ya sabemos, ese germen del comunismo que es la multimillonaria empresa de Bob Iger que cuela besos entre personas del mismo sexo, pero solo si no pasan de los cinco segundos. El consejero delegado de Disney que dijo el 4 de abril que no estaban en este negocio para “enviar mensajes, sino para entretener”. Creadores de contenidos que, por supuesto, no tenían en cuenta que la Patrulla X nació en 1963 como los odiados y perseguidos del mundo de las capas y poderes, que la discriminación siempre estuvo en el centro. Primero fue como metáfora de Martin Luther King (Charles Xavier) y Malcolm X (Magneto), y luego, con las películas de Bryan Singer, con los mutantes, que descubren sus poderes siempre en la adolescencia, pareciendo más que nunca espejo LGTBI. Cuando en los setenta llegaron a la segunda generación su equipo estaba formado por un canadiense, una africana, un nativo americano, un alemán, un chino, un irlandés y un ruso. El primer superhéroe Marvel en salir del armario, en 1992, fue un mutante: Estrella del norte, que celebró su boda en portada ya en 2012. Eran superhéroes a los que se menciona más por su nombre, Ororo y Scott, que por su seudónimo, Tormenta y Cíclope.

Imagen de la serie 'X-men '97'.

Nueva imaginería, mismo mensaje​


Esta vez la imaginería es otra. Mientras Magneto, ahora líder de la escuela de mutantes, se enfrenta en la ONU a un juicio por sus crímenes contra la humanidad, un grupo de manifestantes asalta el edificio con pancartas anti-muties. La comparación es inmediata con las revueltas al Capitolio. Pero la serie tiene mucho más que una metáfora. El espíritu de los cómics escritos por Chris Claremont —entre drama épico y puro culebrón — lo embriaga todo. Tras 12 películas, la serie adapta este tebeo como jamás lo ha hecho antes un proyecto audiovisual: poderes aprovechados con toda la magia visual, relaciones complicadas (tríos amorosos por doquier, con clones incluidos), ciudades llamadas a debatir geopolítica global y decisiones sorpresas tan rompedoras y súbitas que jamás hubiéramos podido ver en una serie infantil de los noventa (cuidado con acercar demasiado a los niños). Mucho menos si tenemos en cuenta que son personajes conocidos mundialmente con los que Marvel se juega su futuro. Si llegan al quinto episodio, me entenderán, y me odiarán un poco. No hay tantas series que se atrevan a lo que hacen ahí, ni siquiera las que van de “series de prestigio”.

X-men ‘97 podría haber sido una simple excusa para la nostalgia. Y no solo no lo es (de hecho, rompe con ella porque su animación evoluciona de la simpleza hasta la originalidad), sino que además tiene mimbres para convertirse en una de las mejores adaptaciones de los mutantes en audiovisual. Una que respeta la idiosincrasia de sus personajes para machacarla por completo. Seguramente Marvel no será capaz de hacer algo así con los mutantes nunca. Costaría demasiado dinero, y tendría demasiado miedo a la respuesta.

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