‘Wonka’: la precuela de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ es la merienda perfecta

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En el inicio del cuarto capítulo de Charlie y la fábrica de chocolate, formidable novela para críos (y mayores con alma de niño), publicada en el año 1964 por Roald Dahl, el escritor inglés relata cómo Willy Wonka, el mejor chocolatero del mundo, tuvo que hacer frente a las artimañas de sus competidores despidiendo a sus trabajadores y posteriormente cerrando el negocio durante un tiempo ya que la mayoría de ellos eran espías al servicio del resto de factorías, empleados allí para robarle sus recetas secretas. Aquel detalle económico (y hasta social), incluido en una novela infantil cargada de magia, decía mucho más de lo que en apariencia se narraba: Dahl trataba a los chavales como seres pensantes.

Que Dahl, autor de títulos tan emblemáticos para la literatura como Las brujas, Matilda y James y el melocotón gigante, siga siendo un referente para el cine familiar contemporáneo no deja de ser motivo de fiesta. Y el hecho de que Wonka, precuela de la novela y de sus dos adaptaciones cinematográficas —Un mundo de fantasía (Mel Stuart, 1971) y Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005) — recupere a aquellos tres malvados contrincantes empresariales, Slugworth, Fickelgruber y Prodnose, para convertirlos no ya en los personajes terciarios de las películas de Stuart y Burton, sino en verdaderos villanos antagonistas, y se cite textualmente que se trata de “un cártel que pretende eliminar cualquier tipo de competencia”, también dice mucho de Paul King: el guionista y director que ha inventado un pasado para Wonka, narrando sus inicios desde la más absoluta pobreza y hasta el triunfo con sus ricas chucherías, y haciéndolo además alrededor del musical, un género que siempre resiste pero que no deja de ser uno de los más arriesgados para la taquilla.

Sin llegar a la excelencia, todo está notablemente compuesto en la película de King, autor de las dos estupendas entregas del osito Paddington. Las canciones y la música de Neil Hannon, líder del grupo norirlandés The Divine Comedy, y Joby Talbot, compositor británico, dan la talla, aunque tienen que lidiar con que el tema más pegadizo acabe siendo el mítico de los Oompa Loompa, presente ya en la versión de Stuart, aunque con nuevos arreglos. Timothée Chalamet, sin tener una gran voz, aprueba con nota en lo vocal gracias, sobre todo, a ese carisma que a algunos les incordia y a otros muchos enamora. Y la corte de secundarios está llena de grandes ideas y presencias. Olivia Colman y Tom Davis se lucen como una pareja de bribones que regenta una posada-lavandería convertida en cárcel para incautos, de la que no es difícil entrever que está inspirada en los extravagantes Thénardier del musical Los miserables, y en los barberos criminales de Sweeney Todd. Jim Carter, el sobrio mayordomo de Downton Abbey, Rowan Atkinson, de nuevo como cura con matices de Mr. Bean, y Matt Lucas, el desternillante cómico de Litthe Britain, están aquí para estirar sus mejores virtudes haciendo prácticamente lo mismo, pero en otros ambientes. Y Hugh Grant, empequeñecido con técnicas digitales, con rostro naranja y pelo verde, consigue robarle a Chalamet todas sus secuencias como el más original de los Oompa loompa.

 Timothee Chalamet y Hugh Grant en el musical 'Wonka'.

Quizá a los números de baile les falte detrás un director clásico bregado en el género, o un montador sin tanta prisa como Mark Everton, y ahí la secuencia del número en la plaza, con decenas de parejas bailando al alimón, ejerce de paradigma por no aguantar durante bastantes más fotogramas los planos más expresivos. Pero Wonka cumple de sobra tanto con el universo de Roald Dahl, en su versión más dulce y esperanzadora, como con el clásico ambiente de musical protagonizado por chicos de la calle masacrados por el poder, las circunstancias sociales y la crueldad, de los que Oliver, Annie y La pandilla pueden ser sus mejores ejemplos, y en los que la película de King sabe mirarse con respeto reverencial.

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