Stella_Rippin
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Tiene todos los ingredientes para parecer la película más bonita del año, y así lo están viviendo muchos espectadores de todo el mundo y la inmensa mayoría de la crítica nacional e internacional. Una historia sobre el primer amor, el de la niñez, enquistado hasta renacer en la juventud, aunque a miles de kilómetros de distancia, vía comunicación por videoconferencia, para caer de nuevo en una nebulosa durante otro largo trecho vital y finalmente poder tener una última oportunidad en la madurez. Ese fondo espiritual tan de moda entre la gente guay, radicado en alguna religión ajena a la tradición del lugar, lo que le otorga un particular exotismo. Una puesta en escena con cierto estilo. La moda de lo coreano, que arrasa en el audiovisual. El debut de una joven directora de origen, precisamente, coreano. Y la producción de la empresa, una vez más, de moda: A24, creadora de algunas de las películas más singulares de los últimos años, ya con el triunfo del pasado año gracias a la distribución de Todo a la vez en todas partes.
A este crítico, sin embargo, le parece que Vidas pasadas no aporta al amor, al cine y a la espiritualidad mucho más que lo que ofrece a la sofisticación un lujoso artículo dominical de revista elegante. Un rato de ocio pasajero, de aspecto luminoso aunque sin demasiada hondura, que se puede meter con facilidad por los ojos. El buen y agradable debut de una cineasta, Celine Song, que, como la protagonista, nació en Corea, emigró junto a sus padres a Canadá, acabó en EE UU, se forjó artísticamente como dramaturga, y que aporta a su trabajo una rotunda base autobiográfica tanto en sus sensaciones alrededor del amor como en la literalidad de la cita triangular con la que se abre y cierra el relato. Pero en modo alguno el peliculón del que se está hablando y se va a seguir hablando.
Quizá tenga que ver con ese control de los sentimientos tan asiático, y que tanto cuesta comprender a los latinos y mediterráneos. Pero todo lo relacionado con el abrazo del amor, de la ternura, del cariño y de la sensualidad puede resultar invisible (y hasta desesperante) a algunos de los espectadores a lo largo de sus tres segmentos. Las secuencias con la chica y el chico en la infancia apenas muestran una complicidad especial; aún menos unas acciones memorables en cualquier sentido, salvo la fría despedida en el esquinazo de la vida. Las algo cansinas (y feas de imagen) escenas de ellos durante su deriva de relación cibernética juvenil a distancia tampoco ofrecen un diálogo de gran altura dramática. Y solo el último trecho alcanza cotas de cierta emoción y brinda dos buenas conversaciones. Eso sí, siempre a costa del férreo caparazón sentimental del par de amantes que nunca demostró su amor más allá del pensamiento.
Algunos planos con mucho aire por arriba y los personajes acogotados en la parte inferior del encuadre revelan el gusto de Song para acompañar con su puesta en escena el interior de los personajes. Su discurso sobre la identidad, la emigración y cómo se forja cultural y socialmente un modo de ser en un territorio ajeno tiene apuntes interesantes. Y el trabajo con la luz es hermoso.
Tras su paso por festivales, Vidas pasadas estará seguramente entre las nominadas a los Oscar dentro de unos meses, y continuará con su recorrido sentimental por los cines del mundo. Está forjada con los materiales dramáticos, sentimentales, espirituales y visuales que triunfan cada día en los medios de comunicación. Como el in-yeon, el concepto budista que ejerce de base de su historia, la idea de que quienes conectan espiritualmente entre sí están destinados a reencontrarse. Materiales mucho más aparentes que profundos.
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A este crítico, sin embargo, le parece que Vidas pasadas no aporta al amor, al cine y a la espiritualidad mucho más que lo que ofrece a la sofisticación un lujoso artículo dominical de revista elegante. Un rato de ocio pasajero, de aspecto luminoso aunque sin demasiada hondura, que se puede meter con facilidad por los ojos. El buen y agradable debut de una cineasta, Celine Song, que, como la protagonista, nació en Corea, emigró junto a sus padres a Canadá, acabó en EE UU, se forjó artísticamente como dramaturga, y que aporta a su trabajo una rotunda base autobiográfica tanto en sus sensaciones alrededor del amor como en la literalidad de la cita triangular con la que se abre y cierra el relato. Pero en modo alguno el peliculón del que se está hablando y se va a seguir hablando.
Quizá tenga que ver con ese control de los sentimientos tan asiático, y que tanto cuesta comprender a los latinos y mediterráneos. Pero todo lo relacionado con el abrazo del amor, de la ternura, del cariño y de la sensualidad puede resultar invisible (y hasta desesperante) a algunos de los espectadores a lo largo de sus tres segmentos. Las secuencias con la chica y el chico en la infancia apenas muestran una complicidad especial; aún menos unas acciones memorables en cualquier sentido, salvo la fría despedida en el esquinazo de la vida. Las algo cansinas (y feas de imagen) escenas de ellos durante su deriva de relación cibernética juvenil a distancia tampoco ofrecen un diálogo de gran altura dramática. Y solo el último trecho alcanza cotas de cierta emoción y brinda dos buenas conversaciones. Eso sí, siempre a costa del férreo caparazón sentimental del par de amantes que nunca demostró su amor más allá del pensamiento.
Algunos planos con mucho aire por arriba y los personajes acogotados en la parte inferior del encuadre revelan el gusto de Song para acompañar con su puesta en escena el interior de los personajes. Su discurso sobre la identidad, la emigración y cómo se forja cultural y socialmente un modo de ser en un territorio ajeno tiene apuntes interesantes. Y el trabajo con la luz es hermoso.
Tras su paso por festivales, Vidas pasadas estará seguramente entre las nominadas a los Oscar dentro de unos meses, y continuará con su recorrido sentimental por los cines del mundo. Está forjada con los materiales dramáticos, sentimentales, espirituales y visuales que triunfan cada día en los medios de comunicación. Como el in-yeon, el concepto budista que ejerce de base de su historia, la idea de que quienes conectan espiritualmente entre sí están destinados a reencontrarse. Materiales mucho más aparentes que profundos.
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‘Vidas pasadas’: la película más bonita del año no es para tanto
Tras su paso por festivales, el debut en la dirección de la dramaturga Celine Song estará seguramente entre las nominadas a los Oscar dentro de unos meses
elpais.com