Lurline_Ortiz
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Los ejecutivos de Hollywood deben de exprimir al límite sus abundantes o escasas neuronas tratando de lograr la continuidad de un negocio que fue esplendoroso pero que ahora está seriamente enfermo, lleno de incertidumbre, con presente y futuro amenazados por la negrura. La cinefilia con paladar no puede vivir solo de las ofertas de Marvel, esa cosita tan hueca, repetitiva, pesada, ruidosa y millonaria. Y es de agradecer que los dioses y diosas del estrellato, aunque estén forrados de pasta, se empeñen en continuar ofreciendo su presencia en la gran pantalla, convencidos de que su embrujo no se ha marchitado, que todavía existe un gran público dispuesto a salir de su casa y pagar una entrada por estar en su legendaria compañía. Al sesentón (aunque no lo parezca) Tom Cruise le ha salido muy bien la jugada con la continuación de Top Gun. A mí no me cuesta nada que me deslumbre, pero me pongo muy contento cuando un grupo de adolescentes me informan de que fueron a verla a una sala comercial, aunque ya esté disponible en las plataformas. Por el placer de ir al cine. Brad Pitt, además de protagonizar un engendro titulado Bullet Train, también debe de haber estado muy pendiente de la producción. Y George Clooney y Julia Roberts, dueños ancestrales de presencia, magnetismo y talento, también están en la producción ejecutiva de Viaje al paraíso.
Y acudo a ella con ilusión. Siempre me ha gustado observar el talento, la hermosura, la seducción, la clase, el humor, la magnética presencia de esta señora y de este señor. Es fundamental para ir al cine que te guste, o te inquiete, o te emocione, o te enamore la gente que estás viendo y escuchando. Pero a los 15 minutos de metraje de esta película ya me he desinflado. Sé todo lo que va a ocurrir, me río escasamente en algo diseñado para que aparezcan frecuentemente las carcajadas cómplices, soy inmune al encanto, los equívocos, las situaciones presuntamente hilarantes y románticas de esa pareja que se separó hace mucho tiempo, que aparentemente se odian, pero que siguen colgados hasta el tuétano por el otro. Lo comprobaron al tener que juntarse en una isla de Bali, para asistir a la boda de su hija con un pescador de la zona. El exotismo lo da el lugar aunque los nativos sean escasamente creíbles. Y las peleas verbales, los desaires, los celos, el ni contigo ni sin ti, los recuerdos del esplendor en la hierba, el que me dejes pero que no te vayas, los gags de comedia amable, el desenlace feliz, parecen diseñados por computadora, conscientes del encanto que aún poseen sus ya crepusculares protagonistas. El guion es de plástico, convencional su realización, previsibles el desarrollo y el resultado desde el arranque.
Y las intenciones están claras. Y también lo que han pretendido hacer. Pero en vano. Varias de las películas más inteligentes, sofisticadas y divertidas de la historia del cine poseían argumentos en los que se deben de haber inspirado los creadores de esta. Junta a los maravillosos Cary Grant y Katherine Hepburn, escribe para ellos una trama en que se embisten, dudan, se desean y se aman a pesar de los pesares. Y me aparece un gesto de felicidad absoluta recordando Historias de Filadelfia. Pensando en guiones tan endiablados como perfectos, dándole eternas gracias a directores extraordinarios como Lubitsch, Wilder, Hawks, Cukor. Pretender imitarles o copiarles es una labor tan fatigosa como inútil. Juntar a Roberts y a Clooney no es suficiente para garantizar un resultado memorable.
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Y acudo a ella con ilusión. Siempre me ha gustado observar el talento, la hermosura, la seducción, la clase, el humor, la magnética presencia de esta señora y de este señor. Es fundamental para ir al cine que te guste, o te inquiete, o te emocione, o te enamore la gente que estás viendo y escuchando. Pero a los 15 minutos de metraje de esta película ya me he desinflado. Sé todo lo que va a ocurrir, me río escasamente en algo diseñado para que aparezcan frecuentemente las carcajadas cómplices, soy inmune al encanto, los equívocos, las situaciones presuntamente hilarantes y románticas de esa pareja que se separó hace mucho tiempo, que aparentemente se odian, pero que siguen colgados hasta el tuétano por el otro. Lo comprobaron al tener que juntarse en una isla de Bali, para asistir a la boda de su hija con un pescador de la zona. El exotismo lo da el lugar aunque los nativos sean escasamente creíbles. Y las peleas verbales, los desaires, los celos, el ni contigo ni sin ti, los recuerdos del esplendor en la hierba, el que me dejes pero que no te vayas, los gags de comedia amable, el desenlace feliz, parecen diseñados por computadora, conscientes del encanto que aún poseen sus ya crepusculares protagonistas. El guion es de plástico, convencional su realización, previsibles el desarrollo y el resultado desde el arranque.
Y las intenciones están claras. Y también lo que han pretendido hacer. Pero en vano. Varias de las películas más inteligentes, sofisticadas y divertidas de la historia del cine poseían argumentos en los que se deben de haber inspirado los creadores de esta. Junta a los maravillosos Cary Grant y Katherine Hepburn, escribe para ellos una trama en que se embisten, dudan, se desean y se aman a pesar de los pesares. Y me aparece un gesto de felicidad absoluta recordando Historias de Filadelfia. Pensando en guiones tan endiablados como perfectos, dándole eternas gracias a directores extraordinarios como Lubitsch, Wilder, Hawks, Cukor. Pretender imitarles o copiarles es una labor tan fatigosa como inútil. Juntar a Roberts y a Clooney no es suficiente para garantizar un resultado memorable.
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‘Viaje al paraíso’: copiando en vano a los clásicos de la comedia
Juntar a Julia Roberts y a George Clooney no es suficiente para garantizar un resultado memorable
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