jaleel.hoppe
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Hace pocas semanas, el bailarín, coreógrafo y director británico Wayne McGregor fue ratificado por Pietrangelo Buttafuoco, presidente de la Bienal de Venecia, para una extensión por dos temporadas de su mandato al frente de la sección de danza de la bienal y de su festival anual, que este año llega a su 18ª edición con un casi unánime respaldo de la crítica y una respuesta entusiasta del público, en gran parte joven, que se reparte por todas las actividades del festival. McGregor llegó a Venecia en 2020 en plena pandemia, de modo que tuvo que luchar, a la vez, con varios tipos de fantasmas hasta hacer valer su criterio y propuestas. El lema de 2024 es “We Human”, y a buen entendedor, con la disponiblidad desgranada al detalle en un lujoso y exhaustivo catálogo de 500 páginas, ya tiene servida una oferta prismática y de impacto donde se tienen en cuenta los problemas más acuciantes y actuales que tocan al sector de la danza ya sea directa o tangencialmente, los asuntos de carácter político y social, los dramas globales y la sostenibilidad, todos agitándose en un concertante complejo y con muchos frentes de discusión abiertos.
La Bienal de la Danza 2024 va a durar más de lo previsto y de lo habitual en ediciones precedentes. Se entiende perfectamente, pues aún hay tiempo que ganar. Comenzó el 18 de julio y terminará el 3 de agosto. A las incomodidades propias del lugar, ahora hay que sumar las frecuentes olas de calor, el tráfago lagunar y el turismo masivo, pero aquí el público de la danza contemporánea, que milita y es fiel, sigue acudiendo a todos los espectáculos, con fenómenos ya asentados mundialmente por su singularidad como el estadounidense Trajal Harrell (flamante León de Plata de este año) y el colombiano Rafael Palacios, que dijo: “Vivo en una sociedad que fuerza al arte a afrontar el racismo que nosotros, negros, vemos todos los días”.
Tanto Rafael Palacios como Trajal Harrell pueden ser entendidos como intelectuales de la coreografía, ambos han estado cerca del ámbito universitario, de la antropología cultural y de la literatura comparada, y para ellos la danza es un vehículo más insertado en un complejo de expresiones reinvidicativas. La agrupación de Palacios fundada en Colombia en 1997 se llama Sankofa Danzafro, y Sankofa puede traducirse de la lengua akan de Ghana como “Retorno a las raíces”. Palacios mismo explica que, más que una palabra, es una filosofía africana que propone el conocimiento del pasado como condición para comprender el presente.
La obra que ha traído al Teatro Piccolo Arsenale de Venecia se titula Behind the South: Dances for Manuel, en un claro homenaje directo a la obra más aclamada del escritor colombiano Manuel Zapata Olivella, Changó, el gran putas, que documenta y analiza la diáspora africana en el continente americano. Despojado de toda querencia hacia las modas o las tendencias más globales, Palacios busca su modernidad en su mundo, los dioses africanos (Changó, Yemayá, Elleguá) alternan con los humanos en el relato, la dolorosa aventura atlántica, la ruptura con las raíces continentales de África y la idea de sostener la umbilicalidad como única fuente de aquella savia memorial que debe alimentar al héroe y hacerlo fuerte en la lucha por su dignidad y su libertad. El relato gestual del alumbramiento, por ejemplo, de una enorme y potente belleza plástica, es a la vez una epifanía hacia la plenitud física y el poder fortalecido por el ritmo, la música envolvente y casi hipnótica, con todo un tremar que hace de lo ancestral una nueva energía. Los bailarines, la mayoría negros o mestizos de la zona de Medellín, dominan esos lenguajes repletos de curvaturas, acentos y repeticiones de un fraseo que es a la vez lenguaje, con su belleza y su fuerte impronta carnal; es como si al terminar cada baile, el espectador siguiera dentro de aquella danza, oyendo aquellos ruegos y reclamos. Es evidente que hay un activismo social y político comprometido en esta propuesta, pero a la vez, todo se presenta a través de un notable esfuerzo estético de refinamiento y gusto plástico. Rafael Palacios ha sido un discípulo predilecto de la gran Germaine Acogny, y esa mano maestra se nota en las maneras de presentarse, en el poderoso y tensado tejido del baile que, a su vez, estiliza elementos del pasado y agrega motivos nuevos.
Shiro Takatani (Nara, 60 años) es adorado allá por donde pasa. Artista multimedia que fuera cofundador y actual director del famoso colectivo artístico Dumb Type, Takatani tiene un puesto propio y alto en el desarrollo de la gran performance. Tangent (2015) fue su primer acto solista y ahora viene a Europa, siendo la Bienal de la Danza de Venecia su puesta de largo europea tras un breve paso por Estonia. La muy precisa intención de McGregor de proponer a Takatani en la oferta de danza trae al centro de la patena varias preguntas: ¿Donde está la la danza entonces aquí? Todo o nada. Es un principio aristotélico llevado a coexistir con la acción performativa. La danza de las esferas y la danza de las ideas son una si el hombre (el artista) las quiere unir. La artista Miyu Hosoi se mueve entre aquellos elementos a veces abrumadores, otras veces quietos hasta tener un perfume sintoísta, donde hay un orden hay un caos. La convivencia es el análisis y cualquier soledad está acogida en ese todo tan especialmente lírico e inabarcable.
Takatani desdobla la música de Ryuichi Sakamoto para que entremos en un ciclo solar que es a la vez el perseguido círculo perfecto, la convivencia de un grano de arena con los otros granos de arena, incontables y dispersos. La belleza de estas escenas hilvanadas con ternura e inteligencia es sobrecogedora, y claro que hay danza. Es evidente que McGregor nos ha llevado a un terreno que se antoja siempre inexplorado. La pregunta es la misma: un astrónomo en el zigurat horadando con su mirada las estrellas y anoche en el Teatro Malibran la muy ritualizada Miyu Hosoi poniendo orden en un tablero donde las ideas tienen formas precisas, acaso recurrentes, pero hermosas.
Hablamos mucho hoy de arte virtual y hasta del bailarín virtual. La Bienal de la Danza 2024 nos evidencia que ya algunos artistas, en un bucle de anticipación, están en ello y nos seguirán sorprendiendo en mensajes sucesivos. Al final de Tangent, Hosoi golpea con sus nudillos las enormes planchas de metal que han bajado a escena, y también escribe algo en ellas, le susurra mensajes. Después, aquellas filacterias siderales vuelven a izarse hacia el éter, el oscuro, la inmensidad. Llevan el mensaje de Miyu, su alerta y su esperanza donde la danza es un recurso universal.
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La Bienal de la Danza 2024 va a durar más de lo previsto y de lo habitual en ediciones precedentes. Se entiende perfectamente, pues aún hay tiempo que ganar. Comenzó el 18 de julio y terminará el 3 de agosto. A las incomodidades propias del lugar, ahora hay que sumar las frecuentes olas de calor, el tráfago lagunar y el turismo masivo, pero aquí el público de la danza contemporánea, que milita y es fiel, sigue acudiendo a todos los espectáculos, con fenómenos ya asentados mundialmente por su singularidad como el estadounidense Trajal Harrell (flamante León de Plata de este año) y el colombiano Rafael Palacios, que dijo: “Vivo en una sociedad que fuerza al arte a afrontar el racismo que nosotros, negros, vemos todos los días”.
Tanto Rafael Palacios como Trajal Harrell pueden ser entendidos como intelectuales de la coreografía, ambos han estado cerca del ámbito universitario, de la antropología cultural y de la literatura comparada, y para ellos la danza es un vehículo más insertado en un complejo de expresiones reinvidicativas. La agrupación de Palacios fundada en Colombia en 1997 se llama Sankofa Danzafro, y Sankofa puede traducirse de la lengua akan de Ghana como “Retorno a las raíces”. Palacios mismo explica que, más que una palabra, es una filosofía africana que propone el conocimiento del pasado como condición para comprender el presente.
La obra que ha traído al Teatro Piccolo Arsenale de Venecia se titula Behind the South: Dances for Manuel, en un claro homenaje directo a la obra más aclamada del escritor colombiano Manuel Zapata Olivella, Changó, el gran putas, que documenta y analiza la diáspora africana en el continente americano. Despojado de toda querencia hacia las modas o las tendencias más globales, Palacios busca su modernidad en su mundo, los dioses africanos (Changó, Yemayá, Elleguá) alternan con los humanos en el relato, la dolorosa aventura atlántica, la ruptura con las raíces continentales de África y la idea de sostener la umbilicalidad como única fuente de aquella savia memorial que debe alimentar al héroe y hacerlo fuerte en la lucha por su dignidad y su libertad. El relato gestual del alumbramiento, por ejemplo, de una enorme y potente belleza plástica, es a la vez una epifanía hacia la plenitud física y el poder fortalecido por el ritmo, la música envolvente y casi hipnótica, con todo un tremar que hace de lo ancestral una nueva energía. Los bailarines, la mayoría negros o mestizos de la zona de Medellín, dominan esos lenguajes repletos de curvaturas, acentos y repeticiones de un fraseo que es a la vez lenguaje, con su belleza y su fuerte impronta carnal; es como si al terminar cada baile, el espectador siguiera dentro de aquella danza, oyendo aquellos ruegos y reclamos. Es evidente que hay un activismo social y político comprometido en esta propuesta, pero a la vez, todo se presenta a través de un notable esfuerzo estético de refinamiento y gusto plástico. Rafael Palacios ha sido un discípulo predilecto de la gran Germaine Acogny, y esa mano maestra se nota en las maneras de presentarse, en el poderoso y tensado tejido del baile que, a su vez, estiliza elementos del pasado y agrega motivos nuevos.
Shiro Takatani (Nara, 60 años) es adorado allá por donde pasa. Artista multimedia que fuera cofundador y actual director del famoso colectivo artístico Dumb Type, Takatani tiene un puesto propio y alto en el desarrollo de la gran performance. Tangent (2015) fue su primer acto solista y ahora viene a Europa, siendo la Bienal de la Danza de Venecia su puesta de largo europea tras un breve paso por Estonia. La muy precisa intención de McGregor de proponer a Takatani en la oferta de danza trae al centro de la patena varias preguntas: ¿Donde está la la danza entonces aquí? Todo o nada. Es un principio aristotélico llevado a coexistir con la acción performativa. La danza de las esferas y la danza de las ideas son una si el hombre (el artista) las quiere unir. La artista Miyu Hosoi se mueve entre aquellos elementos a veces abrumadores, otras veces quietos hasta tener un perfume sintoísta, donde hay un orden hay un caos. La convivencia es el análisis y cualquier soledad está acogida en ese todo tan especialmente lírico e inabarcable.
Takatani desdobla la música de Ryuichi Sakamoto para que entremos en un ciclo solar que es a la vez el perseguido círculo perfecto, la convivencia de un grano de arena con los otros granos de arena, incontables y dispersos. La belleza de estas escenas hilvanadas con ternura e inteligencia es sobrecogedora, y claro que hay danza. Es evidente que McGregor nos ha llevado a un terreno que se antoja siempre inexplorado. La pregunta es la misma: un astrónomo en el zigurat horadando con su mirada las estrellas y anoche en el Teatro Malibran la muy ritualizada Miyu Hosoi poniendo orden en un tablero donde las ideas tienen formas precisas, acaso recurrentes, pero hermosas.
Hablamos mucho hoy de arte virtual y hasta del bailarín virtual. La Bienal de la Danza 2024 nos evidencia que ya algunos artistas, en un bucle de anticipación, están en ello y nos seguirán sorprendiendo en mensajes sucesivos. Al final de Tangent, Hosoi golpea con sus nudillos las enormes planchas de metal que han bajado a escena, y también escribe algo en ellas, le susurra mensajes. Después, aquellas filacterias siderales vuelven a izarse hacia el éter, el oscuro, la inmensidad. Llevan el mensaje de Miyu, su alerta y su esperanza donde la danza es un recurso universal.
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