Veinte minutos

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Los medicamentos que servirían para alargar o mejorar la vida nada pueden hacer para salvar la suya. Flotan en cajas sobre el agua terrosa que anega el local. La farmacéutica de Benetúser llama al servicio de emergencias, pero nadie contesta. Graba con su móvil cómo la crecida devora estanterías, vitrinas y mostradores , a los que ella se sube para salvar el pellejo. Cuando piensa, al fin, que morirá ahogada –y sin saber si el vídeo llegará a su destinatario– decide despedirse de su marido y su hijo, un bebé de apenas ocho meses. Ella no aparece en la imagen, pero es posible escuchar su voz destemplada: «No sé si te llegará este audio, pero eres la persona que más he amado en este mundo». Y continúa, con la determinación de quienes aceptan su destino. «No sé qué hacer y no puedo llamar a emergencias, no me lo cogen. Por favor, cuida a mi niño y recuérdale siempre la mamá que ha tenido, aunque sólo fuera por ocho meses y 29 días. Diles a todos que los quiero».Silvia –así se llama esta mujer– envía este mensaje veinte minutos antes de que la alerta de las emergencias de la Comunidad Valenciana llegara a los móviles de los ciudadanos para informar de un inminente temporal cuyas fuertes lluvias motivan a Protección Civil a pedir a las personas que eviten salir o desplazarse. Veinte minutos antes de semejante advertencia, una mujer está a punto de morir ahogada en su farmacia. Como ella, recibieron ese mismo mensaje –o no– las personas que bajan a los sótanos para salvar sus coches de la riada, intentan salir de un túnel atascado, un ascensor sin luz, un pasillo taponado o aquellos que se cogen a una rama en medio de la tormenta o viajan, arrastrados por la corriente, dentro de un coche del que no podrán salir. La tarde del martes 29 de octubre del año en curso, una catástrofe natural de proporciones descomunales trastornó la vida de miles de personas y segó la de varios centenares más. Según informan los teletipos, Silvia, la farmacéutica valenciana, consiguió salvar la vida. La presión del agua reventó la persiana del local y la corriente la arrastró calle abajo, lejos del pozo de lodo en el que pudo haberse ahogado como las más de doscientas personas que esa noche no consiguieron sobrevivir.Una muerte ocurre varias veces. La extinción del aliento es su más elemental certeza y evidencia. A esta se añaden otras aún peores. La constatación que destroza la vida de los familiares. El asalto de los reproches, las culpas, los remordimientos. Pudo haberse evitado. No debí decir o hacer. Y puede que la más contundente y definitiva de las muertes sea la que ocurre en el lenguaje, en ese acto de arrancar a los sujetos del presente para plantarlos en el pasado. Aquello que fue y no será más . Silvia consiguió escapar de ese destino, el resto no. Bastan veinte minutos para sepultar la vida de una ciudad.

 

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