earnestine02
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El corazón de Portugal está marcado por la tradición, la naturaleza y los ritmos lentos. El Alentejo se presenta como una de las zonas más interesantes del país luso, llena de pequeñas aldeas que no aparecen en las guías de viajes. Aquí llegan los turistas en busca de paz, convirtiendo la región en un refugio para quienes buscan una corta escapada lejos del bullicio de las ciudades.
La Raia, entre España y Portugal
Entre los paisajes de la sierra de São Mamede se esconde una aldea de menos de 2.000 habitantes: Alegrete. A pesar de su pequeño tamaño, contiene un ejemplo perfecto de arquitectura alentejana, con sus calles empedradas y adornadas con luces que invitan a serpentear hasta llegar a su iglesia principal, su Torre del Reloj o su castillo de principios del siglo XIV. Su entorno debe conocerse a pie, siguiendo alguna de las rutas señalizadas que rodean la villa y deleitándose con la fauna local en los puntos de observación de aves.
A muy pocos kilómetros, también Arronches, situada a orillas de un río, despliega sus encantos. Aquí, es recomendable hacer una ruta hasta las cascadas del afluente o seguir el sendero que conduce a las pinturas rupestres de Lapa dos Gaivões, culminando la excursión en alguna taberna local para probar platos tradicionales como la açorda o el porco à alentejana, una combinación de cerdo y almejas.
El Alentejo Central y su rico patrimonio
En el Alentejo Central, São Gregório es el ejemplo de aldea por excelencia. Rodeada de viñedos y campos de olivos centenarios, esta población de calles fotogénicas estuvo abandonada, convirtiéndose más tarde en un pintoresco oasis que bien merece una visita. Un paseo por el lugar desvela al viajero las características más distinguidas de una aldea típica: casas de paredes gruesas y cubiertas por capas de cal, marcos pintados de ocre o azul, y chimeneas de piedra que dejan en el aire un agradable olor a madera quemada.
En sus proximidades se erigen joyas patrimoniales como Terena, cuya fortificación sirve como mirador hacia un paisaje protagonizado por el embalse de Lucefécit, o Evoramonte, una pequeña villa enclavada en lo alto de una colina. En su punto más elevado se erige su reconocible castillo del siglo XVI, conformado por cuatro torreones de forma circular. Entre las sencillas murallas de la aldea pueden encontrarse las casas humildes de sus habitantes, su iglesia y un antiguo cementerio en el extremo sur.
A menos de una hora en coche, el viajero puede encontrar la pequeña Viana do Alentejo, destacada por su gótico castillo de cuento de hadas y la portada manuelina de su iglesia.
Desconexión en el Bajo Alentejo
En la zona del Bajo Alentejo, el tiempo parece haberse detenido en las aldeas de Messejana o Casével, destinos perfectos para disfrutar de ese turismo lento que caracteriza a la región. La rústica Vila Alva, considerada por muchos como el pueblo más blanco de Portugal, está rodeada por extensos viñedos y la villa romana de São Cucufate. Tras explorarla, es el momento de acudir a alguna de las bodegas más próximas para degustar los célebres vinos alentejanos y disfrutar de la quietud de los atardeceres de la región.
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