cielo.oconnell
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 44
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
En una tarde soleada del invierno que agoniza en el cono sur, un grupo de niños y niñas irrumpen como una tromba en el parque educativo municipal donde ensaya la orquesta barrial de Campo de La Ribera, un vecindario popular de la ciudad de Córdoba, en Argentina. Allí funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura militar y, allí, actualmente, habitan unas 4.500 personas, muchas en situación de vulnerabilidad.
La agrupación musical forma parte de la Red de Orquestas Barriales, una organización que trabaja en la formación de conjuntos orquestales para garantizar el acceso a la cultura y colaborar en la restitución del tejido comunitario en sectores de la periferia urbana, asolados por la violencia, el narcotráfico y la marginalidad.
Maite Jara tiene 11 años, es aprendiz de violinista y sueña con acompañar en el escenario a algún artista famoso. “Quiero tocar como la seño [Renata Bonamici, la directora de orquesta] cuando está afinando los violines que le sale hermoso. Un día voy a ser así, voy a tocar como ella”, cuenta.
Su mamá, Verónica Rodríguez, dice que le gustaría que tocara en la banda de La Mona Jiménez, el artista de cuarteto más popular de Córdoba, pero sobre todo quiere que permanezca en la orquesta. Ella es jefa de hogar, tiene tres hijas, vive sola con Maite y es empleada en una empresa de limpieza. No se queja del barrio en el que vive hace 24 años porque cree que tiene los mismos problemas de inseguridad que otros. “Mi sueño es que Maite llegue bien lejos”, se ilusiona.
La idea de las orquestas barriales nació en 2005 como un programa gubernamental en escuelas de vecindarios donde la pobreza se siente fuerte. Después, se expandió. No son las únicas que funcionan en la ciudad, ni en otros puntos del país y de América Latina. Pero tienen su propia impronta, en alianza con organizaciones sociales.
La historia empezó en el patio de la humilde escuela primaria pública Arzobispo Castellano cuando el músico de orquesta, Guillermo Zurita, tocó el violín frente a la mirada curiosa de decenas de alumnos que jamás habían visto ese instrumento. Poco después el colegio tuvo su propia orquesta, que causó gran impacto en la comunidad.
El músico recuerda el día en que el padre de un niño, que se ganaba la vida juntando cartones en un carro tracción a sangre, cortó la cola de su caballo para entregarle las cerdas para fabricar violines. “Esas cosas me marcaron mucho”, asegura.
Zurita es el coordinador de esta red que trabaja para transformar la vida de los niños y adolescentes que crecen en territorios hostiles y para rearmar el entramado social a través del arte compartido. “Tenemos distintas realidades en las barriadas, situaciones donde los pibes están muy expuestos”, explica.
De acuerdo con el último relevamiento del Registro Nacional de Barrios Populares (2019), en la provincia de Córdoba hay 172 asentamientos: 133 de ellos están ubicados en el Gran Córdoba y en los alrededores de la capital. Allí viven unas 17.000 familias.
“Las comunidades a las que asistimos están muy signadas por las violencias urbanas, por los consumos de sustancias, la carencia económica, por situaciones de marginalidad. Son sitios donde los derechos básicos no están. Muchas de nuestras barriadas han sido expulsadas a las periferias”, detalla Zurita.
En las orquestas no hay restricciones de edad: el que quiere tocar, aprende. También hay una búsqueda activa de chicos. Los profesores, incluso, anuncian las convocatorias casa por casa.
La violonchelista Renata Bonamici, compositora, directora de la orquesta de Campo de La Ribera y docente en otras, describe al vecindario como un “territorio difícil” y algo deteriorado. “Son todas familias laburantes [trabajadoras], con pocos recursos y algo olvidadas por el entorno cordobés”, dice. “Parte de la situación de estos chicos tiene que ver con que no hay una mirada puesta en estos barrios”.
Los miembros de la red consideran que las políticas públicas con una mirada sociocomunitaria son una deuda en estos sectores. “La red es muy exitosa en lo artístico y en lo humano (...) pero creemos que es insuficiente porque hay mucha necesidad y carencia en derredor”, plantea Zurita. Opina que si la creación de orquestas fuera una política de Estado, los resultados serían “más potentes”.
La red está compuesta por las Orquestas Sinfónica y Típica en Chingolo que toca tango y música ciudadana, la Orquesta Marqués Anexo, la Orquesta Barrial y Taller de Luthería en Müller y Maldonado, la de Villa El Libertador, Villa Bustos, Campo La Ribera, Yapeyú y la Orquesta Central que ensaya en el Cabildo, en pleno centro de Córdoba.
Integra a chicos y chicas de más 400 familias, a profesores y directores de orquesta y a trabajadores comunitarios. Aspira a que los chicos puedan “pensarse artísticamente” a través de adquirir lenguaje musical y que eso provoque un diálogo personal, más allá de lo que pase afuera.
Los barrios populares de la periferia de Córdoba están muy alejados del centro de la ciudad, de las instituciones culturales y de las escuelas de arte. “Hoy el colectivo [bus] sale a 900 pesos, es casi un dólar. Es muy difícil ganar un dólar en Argentina, hay sueldos que no llegan a los 150 dólares”, continua Zurita. La orquesta no va al vecindario, los vecinos no van hacia la orquesta.
“Si no estuviera en el barrio no podría llevarla”, confirma Micaela Sarría, la mamá de Ema, de ocho años, que toca el violín y la flauta. “Me encanta verla tocar, que aprenda y se emocione”, asegura.
“El que hace esto en lugares emergentes y prioritarios es porque siente que hay una necesidad. Eso es lo que identifica a la red de orquestas”, piensa Zurita. Los resultados son tan palpables que cada vez más gente pide la apertura de orquestas en sus barrios.
“Eso hace diez años era impensable, porque no había en el común de la gente una idea de qué representa una orquesta”, indica Zurita. Hoy ya se sabe: más música y menos chicos en la calle.
Bonamici está convencida de que la música salva. Cuenta el caso de un adolescente que era víctima de la práctica policial de detención o interrogatorio por “portación de rostro”, que presupone el origen social de una persona. “Uno de los chicos de Chingolo decía que antes la Policía lo frenaba en ciertos lugares y ahora, gracias a que tiene un estuche de violín, no lo hacen. El violín es un pasaporte de salida del barrio. Es tan simple y tan real”, relata.
En la misma línea, Zurita cuenta sobre la experiencia de un joven integrante de la orquesta que era “perro de los narcos” [se dedicaba al menudeo]. “Nos dijo que no sabía que existía este mundo y que quería dedicarse a esto. Que eso ocurra nos halaga”, dice.
Otro logro es que los chicos crezcan con la orquesta y se proyecten más allá del entorno. Es el caso de Diego Tulian Lobato, de 23 años, que toca el contrabajo y es estudiante del Conservatorio Provincial de Música. Comenzó como integrante de la orquesta del humilde barrio Yapeyú hace dos años y ahora es ayudante de alumnos. De algún modo, también siente que la música le salvó la vida. “La orquesta es un lugar para que los chicos estén afuera de las calles, aunque no se logre del todo”, opina.
Lorena Aráoz es la mamá de Giovanna Tapia, de diez años, alumna de la orquesta. Cuenta que a su hija le entusiasma más el violín que el colegio. “Hay muchos niños del barrio que están vulnerables a todo lo que pasa, como la droga y todo eso. Acá aprenden otro tipo de cosas, les enseñan a ser, los quieren, los ayudan, los valoran”.
Giovanna sueña con tener su propia orquesta y tocar con el reconocido cantante argentino Abel Pintos. “Con el violín, ella se siente importante”, asegura la madre.
La red está en proceso de expansión y pronto se constituirá en la Fundación Tocar para Vivir. Por ahora, subsiste con donaciones y con aportes discontinuos de distintos estamentos del Estado.
El actual Gobierno nacional del presidente ultraderechista, Javier Milei, no ha enviado ayuda hasta el momento. “No sabemos cómo va a continuar por las características que tiene esta administración de no habilitar nada que tenga que ver con lo cultural a nivel masivo”, refiere Zurita.
Los aportes de particulares son fundamentales. En una ocasión recibieron 5.000 dólares para comprar un bandoneón, que se utiliza en la orquesta típica de Chingolo. “Si hay gente que aporta de esa forma es porque está viendo el trabajo que se está haciendo. Cuando ganás un lugar en las barriadas también estás quitándole un ‘perro’ a los narcos o un elemento que aporte a la violencia. Está bueno pensarnos como un lugar donde un chico no está suelto por la calle”, concluye Zurita.
Seguir leyendo
En una tarde soleada del invierno que agoniza en el cono sur, un grupo de niños y niñas irrumpen como una tromba en el parque educativo municipal donde ensaya la orquesta barrial de Campo de La Ribera, un vecindario popular de la ciudad de Córdoba, en Argentina. Allí funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura militar y, allí, actualmente, habitan unas 4.500 personas, muchas en situación de vulnerabilidad.
La agrupación musical forma parte de la Red de Orquestas Barriales, una organización que trabaja en la formación de conjuntos orquestales para garantizar el acceso a la cultura y colaborar en la restitución del tejido comunitario en sectores de la periferia urbana, asolados por la violencia, el narcotráfico y la marginalidad.
Maite Jara tiene 11 años, es aprendiz de violinista y sueña con acompañar en el escenario a algún artista famoso. “Quiero tocar como la seño [Renata Bonamici, la directora de orquesta] cuando está afinando los violines que le sale hermoso. Un día voy a ser así, voy a tocar como ella”, cuenta.
Su mamá, Verónica Rodríguez, dice que le gustaría que tocara en la banda de La Mona Jiménez, el artista de cuarteto más popular de Córdoba, pero sobre todo quiere que permanezca en la orquesta. Ella es jefa de hogar, tiene tres hijas, vive sola con Maite y es empleada en una empresa de limpieza. No se queja del barrio en el que vive hace 24 años porque cree que tiene los mismos problemas de inseguridad que otros. “Mi sueño es que Maite llegue bien lejos”, se ilusiona.
La idea de las orquestas barriales nació en 2005 como un programa gubernamental en escuelas de vecindarios donde la pobreza se siente fuerte. Después, se expandió. No son las únicas que funcionan en la ciudad, ni en otros puntos del país y de América Latina. Pero tienen su propia impronta, en alianza con organizaciones sociales.
La historia empezó en el patio de la humilde escuela primaria pública Arzobispo Castellano cuando el músico de orquesta, Guillermo Zurita, tocó el violín frente a la mirada curiosa de decenas de alumnos que jamás habían visto ese instrumento. Poco después el colegio tuvo su propia orquesta, que causó gran impacto en la comunidad.
El músico recuerda el día en que el padre de un niño, que se ganaba la vida juntando cartones en un carro tracción a sangre, cortó la cola de su caballo para entregarle las cerdas para fabricar violines. “Esas cosas me marcaron mucho”, asegura.
Zurita es el coordinador de esta red que trabaja para transformar la vida de los niños y adolescentes que crecen en territorios hostiles y para rearmar el entramado social a través del arte compartido. “Tenemos distintas realidades en las barriadas, situaciones donde los pibes están muy expuestos”, explica.
De acuerdo con el último relevamiento del Registro Nacional de Barrios Populares (2019), en la provincia de Córdoba hay 172 asentamientos: 133 de ellos están ubicados en el Gran Córdoba y en los alrededores de la capital. Allí viven unas 17.000 familias.
“Las comunidades a las que asistimos están muy signadas por las violencias urbanas, por los consumos de sustancias, la carencia económica, por situaciones de marginalidad. Son sitios donde los derechos básicos no están. Muchas de nuestras barriadas han sido expulsadas a las periferias”, detalla Zurita.
En las orquestas no hay restricciones de edad: el que quiere tocar, aprende. También hay una búsqueda activa de chicos. Los profesores, incluso, anuncian las convocatorias casa por casa.
La violonchelista Renata Bonamici, compositora, directora de la orquesta de Campo de La Ribera y docente en otras, describe al vecindario como un “territorio difícil” y algo deteriorado. “Son todas familias laburantes [trabajadoras], con pocos recursos y algo olvidadas por el entorno cordobés”, dice. “Parte de la situación de estos chicos tiene que ver con que no hay una mirada puesta en estos barrios”.
Los miembros de la red consideran que las políticas públicas con una mirada sociocomunitaria son una deuda en estos sectores. “La red es muy exitosa en lo artístico y en lo humano (...) pero creemos que es insuficiente porque hay mucha necesidad y carencia en derredor”, plantea Zurita. Opina que si la creación de orquestas fuera una política de Estado, los resultados serían “más potentes”.
Derecho a la cultura
La red está compuesta por las Orquestas Sinfónica y Típica en Chingolo que toca tango y música ciudadana, la Orquesta Marqués Anexo, la Orquesta Barrial y Taller de Luthería en Müller y Maldonado, la de Villa El Libertador, Villa Bustos, Campo La Ribera, Yapeyú y la Orquesta Central que ensaya en el Cabildo, en pleno centro de Córdoba.
Integra a chicos y chicas de más 400 familias, a profesores y directores de orquesta y a trabajadores comunitarios. Aspira a que los chicos puedan “pensarse artísticamente” a través de adquirir lenguaje musical y que eso provoque un diálogo personal, más allá de lo que pase afuera.
Más música, menos calle
Los barrios populares de la periferia de Córdoba están muy alejados del centro de la ciudad, de las instituciones culturales y de las escuelas de arte. “Hoy el colectivo [bus] sale a 900 pesos, es casi un dólar. Es muy difícil ganar un dólar en Argentina, hay sueldos que no llegan a los 150 dólares”, continua Zurita. La orquesta no va al vecindario, los vecinos no van hacia la orquesta.
“Si no estuviera en el barrio no podría llevarla”, confirma Micaela Sarría, la mamá de Ema, de ocho años, que toca el violín y la flauta. “Me encanta verla tocar, que aprenda y se emocione”, asegura.
“El que hace esto en lugares emergentes y prioritarios es porque siente que hay una necesidad. Eso es lo que identifica a la red de orquestas”, piensa Zurita. Los resultados son tan palpables que cada vez más gente pide la apertura de orquestas en sus barrios.
“Eso hace diez años era impensable, porque no había en el común de la gente una idea de qué representa una orquesta”, indica Zurita. Hoy ya se sabe: más música y menos chicos en la calle.
Bonamici está convencida de que la música salva. Cuenta el caso de un adolescente que era víctima de la práctica policial de detención o interrogatorio por “portación de rostro”, que presupone el origen social de una persona. “Uno de los chicos de Chingolo decía que antes la Policía lo frenaba en ciertos lugares y ahora, gracias a que tiene un estuche de violín, no lo hacen. El violín es un pasaporte de salida del barrio. Es tan simple y tan real”, relata.
En la misma línea, Zurita cuenta sobre la experiencia de un joven integrante de la orquesta que era “perro de los narcos” [se dedicaba al menudeo]. “Nos dijo que no sabía que existía este mundo y que quería dedicarse a esto. Que eso ocurra nos halaga”, dice.
Otro logro es que los chicos crezcan con la orquesta y se proyecten más allá del entorno. Es el caso de Diego Tulian Lobato, de 23 años, que toca el contrabajo y es estudiante del Conservatorio Provincial de Música. Comenzó como integrante de la orquesta del humilde barrio Yapeyú hace dos años y ahora es ayudante de alumnos. De algún modo, también siente que la música le salvó la vida. “La orquesta es un lugar para que los chicos estén afuera de las calles, aunque no se logre del todo”, opina.
Lorena Aráoz es la mamá de Giovanna Tapia, de diez años, alumna de la orquesta. Cuenta que a su hija le entusiasma más el violín que el colegio. “Hay muchos niños del barrio que están vulnerables a todo lo que pasa, como la droga y todo eso. Acá aprenden otro tipo de cosas, les enseñan a ser, los quieren, los ayudan, los valoran”.
Giovanna sueña con tener su propia orquesta y tocar con el reconocido cantante argentino Abel Pintos. “Con el violín, ella se siente importante”, asegura la madre.
La red está en proceso de expansión y pronto se constituirá en la Fundación Tocar para Vivir. Por ahora, subsiste con donaciones y con aportes discontinuos de distintos estamentos del Estado.
El actual Gobierno nacional del presidente ultraderechista, Javier Milei, no ha enviado ayuda hasta el momento. “No sabemos cómo va a continuar por las características que tiene esta administración de no habilitar nada que tenga que ver con lo cultural a nivel masivo”, refiere Zurita.
Los aportes de particulares son fundamentales. En una ocasión recibieron 5.000 dólares para comprar un bandoneón, que se utiliza en la orquesta típica de Chingolo. “Si hay gente que aporta de esa forma es porque está viendo el trabajo que se está haciendo. Cuando ganás un lugar en las barriadas también estás quitándole un ‘perro’ a los narcos o un elemento que aporte a la violencia. Está bueno pensarnos como un lugar donde un chico no está suelto por la calle”, concluye Zurita.
Seguir leyendo
Una red de orquestas barriales da pelea a la violencia y a la droga en Argentina
Trabajan para transformar la existencia de los chicos que crecen en territorios hostiles y para rearmar el entramado social. Los promotores narran historias en las que la música salva vidas
elpais.com