Son los últimos días antes de las vacaciones en la Preparatoria 5 en la ciudad de Guadalajara, en el Estado de Jalisco, la casa de la Feria Internacional del Libro. La escuela, ubicada muy cerca de las instalaciones del evento literario más grande de Hispanoamérica, luce a medio fuego. Los alumnos que quedan por sus pasillos preparan sus últimas pruebas y los profesores van de una sala a otra, apresurados, dando instrucciones y cargando sus gruesas carpetas llenas de papeles. Al entrar en la escuela, Magalí Etchebarne (Buenos Aires, 41 años) pregunta por la biblioteca y es acompañada al recinto, donde las salas reposan en tranquilidad y un pequeño espacio resalta por su color: una pequeña sala con un estante de libros únicamente de autoras mujeres.
Es la última de las presentaciones de Etchebarne, que comenzaron el pasado 20 de marzo, cuando le comunicaron que había ganado la edición número ocho del Premio literario Ribera del Duero, por su libro de cuentos La vida por delante (Páginas de espuma, 2024). Desde entonces hizo una larga gira en España, visitando una decena de ciudades en ese país y luego cruzando el Atlántico para visitar Ecuador, Colombia o Estados Unidos y, finalmente, México. Es su primera vez en el país y asegura sentirse maravillada con todo lo que ha visto estos días. “Es la última presentación en el año y creo que es el público que me pone más nerviosa, porque son muy jóvenes y seguramente muy brillantes y exigentes”, dice, apenas le dan el micrófono en un auditorio con alumnos que han ido a escucharla.
Unos momentos antes, tres estudiantes con trajes típicos —cada una con el color de la bandera mexicana en sus vestidos: verde, blanco y rojo—, y un joven con traje de charro han bailado ¡Guadalajara, Guadalajara!, esa canción típica mexicana que se baila y se zapatea en eventos institucionales y culturales de gran importancia y formalidad. Esta vez la representación la ha preparado un grupo de alumnos de teatro en honor a Etchebarne. La profesora del taller literario Myriam Chávez la recibe y la presenta a los asistentes. De fondo, un mural gigantesco sobre la reforma educativa de 1933, aquella que planeaba poner en marcha una educación socialista en México, enmarca una de las paredes enteras del lugar. Etcherbarne saca de su bolso su teléfono celular y toma algunas fotografías del baile. Se le ve emocionada y de los ojos le brota cierto brillo de emoción que su carácter tranquilo y discreto no disimulan más.
En ese auditorio de la preparatoria número 5 (que, además, este año cumple su 50 aniversario) Magalí Etchebarne se sienta en un sillón sobre el escenario y comienza a contar cómo es que comenzó a interesarse en los libros. Dice que leer, para ella, es un acto espiritual y meditativo, y que comenzó a hacerlo desde muy pequeña porque su madre estaba suscrita a la colección de libros Círculo de Lectores y llegaba a su casa un libro nuevo y distinto cada mes. Escribía cartas, muchas cartas, algunas de ellas demasiado dramáticas, y comenzó a cultivar ese hábito para sí misma. “Leer, para mí, es el acto más rebelde y espiritual que podemos hacer”, dice.
Los estudiantes la escuchan, unos más emocionados que otros. Al frente, un grupo de profesores mantienen su atención en la charla, mientras califican y escriben los últimos reportes pendientes. Algunas alumnas sentadas en las últimas filas la miran emocionadas y apuntan cosas en hojas de papel. Etchebarne habla de su obra. Primero, Los mejores días (2017) y luego, su libro de poemas Cómo cocinar un lobo (2023). En este se detiene, porque habla del luto, de la muerte del padre y de la madre, y de la casa familiar como otro de los afectos que también se mueren. Entonces, confiesa: “Me da vergüenza decir que es poesía, porque no creo que yo sea una poeta, es un librito como un híbrido entre la poesía y prosa poética que escribí a partir de la muerte de mis padres y la tarea con mi hermana de vaciar la casa familiar en donde había vivido toda mi vida”.
Etchebarne ha trabajado desde hace una década como editora, y entre tanto, ha alumbrado esos tres títulos, entre otros textos que han sido publicados en antologías de cuentos. Con La vida por delante, un libro de cuatro relatos con el que ha ganado el Premio Ribera del Duero, se ha ganado una valoración positiva de miles de lectores y ha recibido críticas optimistas y halagadoras. Al terminar su presentación, algunas estudiantes le preguntan por sus influencias literarias o su proceso creativo, ella ha hecho un recorrido por su historia personal enmarcada por sus lecturas de Ernesto Sábato, los cuentos de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Hebe Uhart, Olivia Teroba o Lorrie Moore.
Una estudiante toma el micrófono y le comparte lo mucho que se ha sentido identificada con ella, con su escritura poética que no se atreve a reconocer completamente como poesía, o en la tarea de escribir por pura necesidad personal y emocional. Cuando a la autora le preguntan qué es lo que un cuento debe tener para ser un gran cuento, ella responde: “La primera línea tiene que ser verdad. No necesariamente porque sea verdad o te haya pasado, pero sí tiene que ser verdad para vos, tiene que estar cerca del corazón, tiene que ser algo en lo que crees, así sea algo incorrecto o peligroso”.
Etchebarne agradece todo el rato con una sonrisa tímida, pero con los ojos iluminados. Al final de la visita la invitan a conocer al director de la escuela, José Manuel Jurado Parres, que le cuenta la historia de la escuela, y sobre el muralista mexicano José Clemente Orozco; sobre su ceguera casi total y su condición de haber perdido un brazo, y, aun así, haber hecho los que él considera los mejores murales en el país. Ella presta atención y contrasta lo que escucha con su formación académica en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Le rodean objetos y un ambiente de oficina mexicana, con sus diplomas en la pared y reconocimientos de calidad que ha recibido la institución.
La autora sella el gesto con un pequeño texto escrito en un libro gigante, de hojas amarillentas. Es el libro de visitas honorarias, donde exsecretarios de cultura, personalidades del Gobierno del Estado, y otros, han firmado en sus páginas. A la salida del colegio, Etchebarne luce todavía más satisfecha y animada. En medio de un optimismo flamante, piensa en posibilidades de talleres y charlas que ella misma podría dar a los alumnos de esa preparatoria. Quiere volver a México, y México, parece ser, también la quiere de vuelta pronto.
Seguir leyendo
Es la última de las presentaciones de Etchebarne, que comenzaron el pasado 20 de marzo, cuando le comunicaron que había ganado la edición número ocho del Premio literario Ribera del Duero, por su libro de cuentos La vida por delante (Páginas de espuma, 2024). Desde entonces hizo una larga gira en España, visitando una decena de ciudades en ese país y luego cruzando el Atlántico para visitar Ecuador, Colombia o Estados Unidos y, finalmente, México. Es su primera vez en el país y asegura sentirse maravillada con todo lo que ha visto estos días. “Es la última presentación en el año y creo que es el público que me pone más nerviosa, porque son muy jóvenes y seguramente muy brillantes y exigentes”, dice, apenas le dan el micrófono en un auditorio con alumnos que han ido a escucharla.
Unos momentos antes, tres estudiantes con trajes típicos —cada una con el color de la bandera mexicana en sus vestidos: verde, blanco y rojo—, y un joven con traje de charro han bailado ¡Guadalajara, Guadalajara!, esa canción típica mexicana que se baila y se zapatea en eventos institucionales y culturales de gran importancia y formalidad. Esta vez la representación la ha preparado un grupo de alumnos de teatro en honor a Etchebarne. La profesora del taller literario Myriam Chávez la recibe y la presenta a los asistentes. De fondo, un mural gigantesco sobre la reforma educativa de 1933, aquella que planeaba poner en marcha una educación socialista en México, enmarca una de las paredes enteras del lugar. Etcherbarne saca de su bolso su teléfono celular y toma algunas fotografías del baile. Se le ve emocionada y de los ojos le brota cierto brillo de emoción que su carácter tranquilo y discreto no disimulan más.
‘Cómo cocinar un lobo’
En ese auditorio de la preparatoria número 5 (que, además, este año cumple su 50 aniversario) Magalí Etchebarne se sienta en un sillón sobre el escenario y comienza a contar cómo es que comenzó a interesarse en los libros. Dice que leer, para ella, es un acto espiritual y meditativo, y que comenzó a hacerlo desde muy pequeña porque su madre estaba suscrita a la colección de libros Círculo de Lectores y llegaba a su casa un libro nuevo y distinto cada mes. Escribía cartas, muchas cartas, algunas de ellas demasiado dramáticas, y comenzó a cultivar ese hábito para sí misma. “Leer, para mí, es el acto más rebelde y espiritual que podemos hacer”, dice.
Los estudiantes la escuchan, unos más emocionados que otros. Al frente, un grupo de profesores mantienen su atención en la charla, mientras califican y escriben los últimos reportes pendientes. Algunas alumnas sentadas en las últimas filas la miran emocionadas y apuntan cosas en hojas de papel. Etchebarne habla de su obra. Primero, Los mejores días (2017) y luego, su libro de poemas Cómo cocinar un lobo (2023). En este se detiene, porque habla del luto, de la muerte del padre y de la madre, y de la casa familiar como otro de los afectos que también se mueren. Entonces, confiesa: “Me da vergüenza decir que es poesía, porque no creo que yo sea una poeta, es un librito como un híbrido entre la poesía y prosa poética que escribí a partir de la muerte de mis padres y la tarea con mi hermana de vaciar la casa familiar en donde había vivido toda mi vida”.
Etchebarne ha trabajado desde hace una década como editora, y entre tanto, ha alumbrado esos tres títulos, entre otros textos que han sido publicados en antologías de cuentos. Con La vida por delante, un libro de cuatro relatos con el que ha ganado el Premio Ribera del Duero, se ha ganado una valoración positiva de miles de lectores y ha recibido críticas optimistas y halagadoras. Al terminar su presentación, algunas estudiantes le preguntan por sus influencias literarias o su proceso creativo, ella ha hecho un recorrido por su historia personal enmarcada por sus lecturas de Ernesto Sábato, los cuentos de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Hebe Uhart, Olivia Teroba o Lorrie Moore.
Una estudiante toma el micrófono y le comparte lo mucho que se ha sentido identificada con ella, con su escritura poética que no se atreve a reconocer completamente como poesía, o en la tarea de escribir por pura necesidad personal y emocional. Cuando a la autora le preguntan qué es lo que un cuento debe tener para ser un gran cuento, ella responde: “La primera línea tiene que ser verdad. No necesariamente porque sea verdad o te haya pasado, pero sí tiene que ser verdad para vos, tiene que estar cerca del corazón, tiene que ser algo en lo que crees, así sea algo incorrecto o peligroso”.
Etchebarne agradece todo el rato con una sonrisa tímida, pero con los ojos iluminados. Al final de la visita la invitan a conocer al director de la escuela, José Manuel Jurado Parres, que le cuenta la historia de la escuela, y sobre el muralista mexicano José Clemente Orozco; sobre su ceguera casi total y su condición de haber perdido un brazo, y, aun así, haber hecho los que él considera los mejores murales en el país. Ella presta atención y contrasta lo que escucha con su formación académica en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Le rodean objetos y un ambiente de oficina mexicana, con sus diplomas en la pared y reconocimientos de calidad que ha recibido la institución.
La autora sella el gesto con un pequeño texto escrito en un libro gigante, de hojas amarillentas. Es el libro de visitas honorarias, donde exsecretarios de cultura, personalidades del Gobierno del Estado, y otros, han firmado en sus páginas. A la salida del colegio, Etchebarne luce todavía más satisfecha y animada. En medio de un optimismo flamante, piensa en posibilidades de talleres y charlas que ella misma podría dar a los alumnos de esa preparatoria. Quiere volver a México, y México, parece ser, también la quiere de vuelta pronto.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com