Una oportunidad para la democracia en Siria

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La caída del régimen de Bashar el Asad marca la descomposición, incluso en el mismo seno del clan alauí, de una base social reducida, a lo largo de los años, a la dictadura de una atroz familia de saqueadores y corruptos, que ha transitado bajo el abrigo ruso e iraní; señala también el hundimiento del ejército oficial, atemorizado tanto por los servicios de seguridad de El Asad como por la feroz milicia proiraní dirigida por Maher el Asad, hermano del presidente derrocado. Este nuevo escenario no habría sido posible sin el sobresaliente sentido de la “oportunidad estratégica” del que ha hecho gala Abu Mohamed al Julani, apelativo de Ahmed al Chareh, líder de la Organización para la Liberación del Levante (en árabe, Hayat Tahrir al Sham o HTS), que supo aprovechar el momento en que los dos principales apoyos de Asad estaban “fuera de servicio”: la Rusia de Putin, enzarzada en Ucrania, e Irán, retenida a punta de pistola por Israel, por no hablar del debilitamiento de su brazo armado, Hezbolá, desangrado por la guerra contra el Estado judío. Sea como fuere, esta repentina ofensiva no hubiera podido eclosionar sin el aval de Turquía (desde 2016, tres veces ha intervenido militarmente en Siria y ocupa parte de su territorio), que había apalabrado la desaparición de Asad, por ser el principal valedor de sus enemigos kurdos-turcos asentados en el norte de Siria. Así las cosas, Turquía es el principal beneficiario geopolítico de la derrota del clan despótico; además, tutela, de momento, la otra ala de la resistencia siria, reagrupando fuerzas reformistas musulmanas y laicas en la llamada Coalición Nacional Siria (CNS), presidida por Hadi al Bahra.

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