Una misa para El Taiger: el cantante cubano lucha por su vida en Miami tras recibir un disparo en la cabeza

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27 Sep 2024
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Quinto día consecutivo y El Taiger no despierta, no da señales, no hace un live en Instagram, no entra en líos con nadie, no alardea con sus joyas de varios quilates, no desata “una tiradera” o beef, no pega un nuevo un hit. Se siente una tristeza nacional, colectiva e innombrable. A las afueras del hospital Jackson Memorial de Miami se ha instalado un improvisado altar con velas y fotos donde la gente se arrodilla, llora, reza, canta y habla en lenguas yorubas. Algunos aseguran que El Taiger, alias de José Manuel Carbajal Zaldívar, pronto se va a levantar de la camilla y saldrá caminando; otros que, de vivir, puede quedar con daños cerebrales irreversibles y algunos dicen lo que el resto no quiere aceptar: que muy probablemente el cantante más popular de Cuba hoy, uno de los máximos exponentes del género musical reparto, una versión criolla reguetón, no regresará a la vida tras un disparo de bala que entró por la frente y salió por la parte derecha de su cerebro.

Ya es un milagro en sí el hecho de que siga vivo. En la mañana del 3 de octubre los agentes de la policía de Miami lo encontraron en la parte trasera de un Mercedes-Benz negro, repleto de sangre, y rodeado de dos galones de gasolina. Todo lo que pueda decirse ahora mismo de lo sucedido no rebasa la especulación. Que con la gasolina planeaban un incendio para no dejar rastros. Que quien le disparó es alguien que lo odiaba en la misma medida en que lo amaba, como para conducir el auto hasta las inmediaciones del hospital. Que fue un dealer. Que fue un amigo. Que se arrepintió. En un primer momento algunos valoraron la posibilidad del suicidio. El propio cantante ha reconocido que lleva años lidiando con la depresión y advirtió en una de sus canciones que estaba “viviendo bajo cero”, “con los nervios bajo cero”. Más bien dijo que llevaba cuatro años “improvisando una vida”, desde que su madre falleciera en 2020. No es algo que los seguidores asiduos de El Taiger, de 37 años, no hayan notado en sus transmisiones repentinas al timón, con los ojos extraviados, la lengua enredada, las palabras inentendibles, bajo el efecto de alguna sustancia y de la noche más profunda y oscura de Miami. Pero las autoridades han descartado esta teoría y han enfocado la investigación hacia lo que parece ser un homicidio.

Aunque han puesto a circular la foto de Damián Valdés, alias El Narra, una persona cercana a El Taiger que se encuentra desaparecida y que parece ser una de las últimas con las que estuvo, lo cierto es que nadie conoce mucho más de lo que las autoridades, amigos o su equipo de trabajo han dejado saber a sus millones de fans desesperados, en medio de una investigación donde por el momento es necesaria la discreción.

Una vez encontrado su cuerpo y conducido al hospital, El Taiger fue operado. No se encuentra en coma pero sí en estado crítico, respira de manera artificial y tiene muchos daños cerebrales. “Si le quitan las máquinas, él es un vegetal, él está muerto”, dijo a la prensa Carlos Alfaro, su representante. Si alguien sabía del valor de su cerebro era El Taiger. “Lo más caro o costoso que tiene mi cuerpo ahora mismo es el cerebro”, dijo el cantante una vez mientras manoseaba las múltiples joyas de oro y perlas que tenía colgadas del cuello tatuado. “Es la prenda más dura que no me puede hacer un joyero”, agregó. En la portada de su disco Engagement aparece, casi a modo de premonición, la cabeza del cantante sin una parte de su cerebro, como si hubiese sido extirpada por la fuerza de un balazo.

Los cubanos no se explican cómo algo así puede estar sucediendo, o sea, que El Taiger apenas esté, la persona que les ha dado los suficientes motivos en los últimos tiempos para el disfrute del baile y la desobediencia. Nació como José Manuel Carbajal Zaldívar en Altahabana, creció junto al grupo Los 4, se convirtió en El Príncipe de Los Desiguales y se catapultó como El Taiger. Conquistó el cielo del reparto, la craft de la música cubana que bautizó Yosvanis Arismin Sierra Hernández, conocido como Chocolate MC, el Rey del Reparto, bajo el manto de su ídolo Elvis Manuel, un reguetonero de 18 años que terminó ahogado en medio de una travesía en lancha intentando alcanzar Miami.

Cansados del género que llegaba de Puerto Rico, o con ganas de hacer uno propio, o reinventarlo, los cubanos de barrio crearon el reparto, el género musical que se escucha, se vive, se baila, se canta, se respira en las calles, los callejones, las avenidas y los repartos de Cuba. El sonido de fondo del país, la banda de su destrucción, de su declive. Todavía es un enigma cómo de en un territorio casi desértico, árido, donde nada crece, un país completamente arrasado, haya nacido un nuevo ritmo. La gente se apropió del reguetón y le puso timba. Es, por mucho, lo mejor que le ha sucedido a la Cuba de los últimos tiempos, que entrega ya tan poco, o que devuelve casi nada.

El reparto, sin embargo, le ha dado todo a los de abajo, a los jovencitos que lo hacen sin una industria musical detrás, algunos de poco más de veinte años, que pegan hits, que vienen de los barrios más marginados. El reparto les cambió la vida, les dio comer, les ofreció un lugar, los paseó como reyes por los escenarios del país y del mundo. No lo puede entender la gente de clase, no lo puede entender el señor académico que lo tilda de bajo, de marginal, de vulgar, ni la señora que dice que todos los reparteros son, por iguales, drogadictos, criminales, conflictivos y lacras sociales.

“Sé que muchas personas hoy en día no apuestan nada por el reparto”, dijo en una ocasión Wampi, uno de los exponentes del género, quien se convirtió en miembro con derecho de voto de la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos, el primer repartero aceptado por la institución que otorga Los Grammys. “Siguen creyendo que no significa ni representa nada para nadie ni para el mundo, pero la realidad es que este género nos ha cambiado la vida”.

El Taiger, durante un concierto.

El reparto es cubano, y sus exponentes se lo han aclarado así a los peruanos y al mundo cuando han querido agenciarse su autoría. El reparto es más lento que el reguetón, más suave, más sentimental. Una canción que invite a la guerra puede parecer una liturgia. El reparto es una identidad, y por tanto tiene sus códigos para deslizar los ojos, mover la boca, alzar las manos y los hombros. Al reparto lo han tildado de machista, pero el reparto no se ha escondido para decir que “follankele no es obligado, es si tú quieres”, o que “a cualquiera le quitan la jeva, a cualquiera le pegan los tarros”. Se llegó al reparto por el mismo camino que antes transitaron reguetoneros cubanos como Eddy K o El Micha, o la música urbana que hizo Gente de Zona, heredando la tradición de Tego Calderón, de Daddy Yankee, de Don Omar. Hoy algunos de los nombres de moda son Bebeshito, Kevincito el 13, Fixty Ordara, Ja Rulay, Dani Ome, Charly y Johayron, el Chulo, Wow Popy o Maxwell. Entre todos, ha reinado El Taiger, su maestro, su contrincante en algunos casos, el más grande, que ha cantado con Bad Bunny, J Balvin o Cosculluela, pero que renunció a los predios más altos de la industria para recorrer una carrera en solitario.

El Taiger, en palabras del compositor cubano Elito Revé, “padre del changüí” y líder de la famosa orquesta “Revé y su Charangón”, cambió el formato de la música cubana. “El Taiger mata a la gente desde el principio, porque sus canciones entran con el tumbao”, dijo en una entrevista en el canal de YouTube Advanced Studio Cubano. “Ahora te empieza con el tumbao desde el inicio”. “Nosotros antes hacíamos el cuerpo del tema, el accionar y después viene el tumbao o el estribillo del tema musical, pero ahora la juventud lo que quiere es directo el estribillo”.

El Taiger, conocedor de su talento, no se escondía para presumir, para decir que era el uno en el género desde hace más de diez años. Y lo es. En sus canciones de disímiles ritmos, de títulos simples, máximo de una o dos palabras (El Sano, Habla Matador, La Historia, Conducta, Supérate) juega con el lenguaje, agarra las palabras, las tuerce, invierte el sentido. El Taiger no solo le dio música a los jóvenes en Cuba, lleva años marcando un estilo, una manera de vestir, de hacerse los cortes en el barbero. Ahora que está entre la vida y la muerte, la gente le ha pedido que se ponga su esmoquin de príncipe y que acabe de despertar, que ya va tardando demasiado.

A El Taiger lo elevó el reparto y ha terminado siendo víctima del reparto mismo: de lo que puede significar venir de abajo, de lo que puede ser que no tengas nada y de momento tengas todo, de estar en boca de la gente, de ser medido con la vara moral de los demás, ahora que algunos dicen que lo tiene merecido, en un mundo repleto de drogas y delincuencia. Que no podría esperarse otro final para él, que sale y entra con normalidad de las cárceles de Miami, y una vez fuera recita versos de José Martí y se pasea en Lamborghini.

El Taiger también ha sido víctima de ese corredor de linchamientos que hay entre La Habana y Miami, y ahí, en medio de su convalecencia, lo tienen ubicado algunos. N ha dejado de cantar en los escenarios de la Isla, tal y como no permiten los conservadores del Sur de la Florida, hace tiempo enfrentados a él por bañarse en las playas de Varadero, cantar en los clubes de Miramar, pasar tiempo con su sus hijos y su abuela, y luego regresar con normalidad al patio del gastrobar Neme, en Miami, haciendo uso de una libertad con la que El Taiger nunca ha estado dispuesto a traficar. “Voy a ir todas las veces que me dé la gana por ser mi país”, dijo una vez cuando le preguntaron sobre el asunto.

Desde Cuba se demoraron para que los medios oficialistas publicaran la noticia, cuando el mundo entero está pendiente del estado de salud del cantante. Tuvieron que pasar días para que que el Instituto Nacional de la Música le deseara “pronta recuperación”. El reparto, sin embargo, ha sido mucho más democrático. Viene del barrio pero no le importa de dónde viene la gente que lo oye y que lo baila. Se mueve con facilidad entre ambas orillas: nació en Cuba pero crece con fuerza en Miami. El reparto perdona. Todos los cantantes que se vieron envueltos en polémicas con El Taiger, con quienes discutió públicamente o se pidieron las cabezas, han pasado a dejar una vela, un mensaje, un deseo de recuperación.

El reparto, y en general la música urbana, ha unido a los cubanos de dentro y de fuera en los últimos años como no lo pueden hacer ya los dirigentes, ni los partidos, ni las fiestas cederistas, ni las tribunas en la Plaza de la Revolución, ni las concentraciones en el restaurante Versaille. Hace dos años, hastiados del encierro pandémico y del doble control que el gobierno ejerció en el país, los vecinos de Centro Habana salieron en tumulto por la muerte inesperada del famoso reguetonero El Danny. Ahora se han visto imágenes similares de grandes concentraciones en La Habana, Camagüey o Guantánamo, un mar de gente recorriendo las calles oscuras de sus ciudades, mientras lloran y entonan las canciones de El Taiger. El reparto es el último y casi único territorio de libertad de los cubanos. Nadie los va a reprimir ahora, no como hace el gobierno cuando la gente sale a pedir libertad, o luz eléctrica, o comida. Al final es la misma gente que no tiene nada, es la misma insurgencia en las calles de Cuba. Parece que se adueñan del país, que se lo arrebatan a alguien, y que Cuba comienza a ser libre. También los exiliados se concentran en varias ciudades a modo de vigilia, pidiendo que El Taiger se despierte de una vez. Es, dentro y fuera, la república libre y repartera de Cuba, un territorio conquistado, lo único que a los cubanos no le pueden arrebatar.

Nadie quiere una vida sin El Taiger. Él mismo lo advirtió una vez al resto: “El día que yo no esté, ni el sol les va a dar la luz que yo les doy”. Y la luz ya ha comenzado a faltar.

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