Kamille_Flatley
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Los límites entre la realidad y la ficción son difusos. Hay sueños que se vuelven reales y experiencias que parecen soñadas. No hay una frontera clara entre lo que se lee, se sueña, se imagina o se vive . El transcurso del tiempo asimila todos esos materiales y los funde en los recuerdos como una paleta que mezcla los colores. Lo que voy a contar me sucedió el pasado lunes a las cinco de la tarde. Es una historia verdadera, pero parece una fantasía. Había viajado a Burgos esa misma mañana para presentar mi último libro en una biblioteca municipal. Me alojé en el hotel junto al río que hoy ocupa el antiguo colegio de los jesuitas donde estudié el bachillerato.Salí con bastante tiempo de antelación porque quería pasar por algunos lugares de mi adolescencia. Crucé el puente del arco de Santa María y me detuve en el escaparate de una librería del paseo del Espolón. Estaba mirando los libros cuando se me acercó un hombre de una edad indefinible, tal vez de unos 50 años. Vestía de forma descuidada, tenía una barba incipiente y llevaba gafas. Me empezó a hablar y yo apenas entendía nada porque no podía pronunciar las palabras, que salían de su boca a borbotones, con visible esfuerzo. Me dijo que me conocía y que leía mis libros y mis columnas. Y, a continuación, me abrumó con datos personales como el año en el que yo había nacido, el lugar en el que vine al mundo y mi trayectoria profesional. Si no fuera porque el encuentro fue puramente casual, podría haber pensado que todo era una escenificación planificada. Pero eso era imposible porque yo estaba allí por accidente.Luego pasó a contarme que su hija se había suicidado y que su esposa había muerto de tristeza pocas semanas después. Y finalmente me pidió 300 euros. Le contesté la verdad: que no llevaba ni un solo euro en efectivo. Él me indicó un cajero que estaba a menos de 20 metros. Me dirigí al banco y saqué una cantidad que le pareció muy insuficiente. Al ver el billete, me rogó que le diera el doble de su importe. No acepté. Le entregué el dinero y me fui con la impresión de haber actuado como un idiota. Lo primero que pensé es que ese hombre era mucho más inteligente que yo y que se había aprovechado de mi perplejidad.En estos días que han transcurrido desde este sorprendente e inverosímil encuentro en Burgos, me he hecho preguntas sobre lo sucedido. La primera es qué parte del relato del desconocido, que no me dijo su nombre, es cierta y qué parte es pura invención. La segunda es si no presencié la representación de un actor virtuoso que bien hubiera merecido una recompensa mayor. No tengo respuesta a estos interrogantes, sin descartar que su narración fuera cierta. La realidad superaría en este caso a la ficción. Al final, me queda la duda de si todo no fue más que un sueño.
Pedro García Cuartango: Una historia verdadera
Podría haber pensado que todo era una escenificación planificada. Pero yo estaba allí por accidente
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