Leo el reportaje “Refugiados encerrados como animales y deportados como criminales con el dinero de la UE” y pienso en la frase de Donald Trump que provocó nuestras carcajadas: “Los inmigrantes se comen nuestras mascotas”. Las personas hacinadas en los campos de Turquía graban como pueden sus experiencias para difundirlas en las redes. Es un acto de resistencia frente al intento de borrado de la deshumanización retórica y las bochornosas políticas de una UE que ha olvidado que aquí nació la noble proclamación de los derechos inalienables y la dignidad intrínseca a todo ser humano. La crisis del universalismo de los derechos humanos es directamente proporcional al ascenso de un etnonacionalismo que permea con fuerza creciente la ideología de los partidos políticos a ambos lados del Atlántico.
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Una delgada línea a punto de romperse
La crisis del universalismo de los derechos humanos es directamente proporcional al ascenso de un nacionalismo étnico que crece a ambos lados del Atlántico
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