Otis_Wilkinson
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Lo más emotivo, y lo más dramático también, sucedió en el sexto de la tarde. El toro volteó a Raúl Cervantes a la salida del segundo par de banderillas, y cuando aún no había tenido tiempo de reponerse del susto, a su compañero Oscar Castellanos, encargado de la lidia, también lo buscó con saña en la arena; felizmente, todo quedó en unos sobresaltos y los dos, junto a Rafi Goria, fueron obligados a saludar por el buen tercio realizado con capote y garapullos y, sobre todo, por haber salido con bien de los apuros respectivos.
Y lo más emotivo surgió del corazón del colombiano Juan de Castilla. Muleta en la mano derecha se plantó en el centro del ruedo y desde allí llamó al toro que acudió al encuentro como una bala, y, asentado, trazó una emocionante tanda de muletazos ligados y hondos que levantaron la tarde. Hubo otra más, desde el mismo lugar, y con el viento como molesto invitado, lo que no impidió la ligazón, la prestancia, la gallardía y el poderío de un torero ansioso de triunfo. Pero ese, el triunfo, se esfumó como una pompa de aire, porque el toro se acobardó cuando vio que el torero tomaba la muleta con la zurda, huyó hacia las tablas, se aculó en ellas e impidió toda suerte de lucimiento. Aun así trazó De Castilla un templado y completo circular que motivó al público para pedir un trofeo si el asunto acababa como no llegó a acabar; es decir, que el toro, muerto en vida, imposibilitó la suerte suprema y la entrega y el buen hacer del torero quedó en una merecida vuelta al ruedo.
El resto fue una película para el olvido, protagonizada por una birriosa corrida de Valdefresno, muy desigualmente presentada, mansa, descastada y deslucida que frenó en seco la entrega, la valentía, el pundonor y el coraje de tres toreros que acudieron a la plaza con la disposición por las nubes.
Otro manso sin celo ni calidad fue el primer toro de Juan de Castilla, reticente en los dos primeros tercios y que llegó a la muleta con sosería y muchas ganas de volver a la dehesa. Así lo demostró cuando el torero colombiano, mediada la faena de muleta, lo obligó a embestir en una emotiva tanda con la derecha y el animal huyó con prisas hasta las cercanías de toriles; antes, De Castilla había mostrado un enorme deseo de triunfo, de modo que tras brindar a la concurrencia, se plantó de rodillas en el centro del ruedo con la muleta en la izquierda, y así trazó hasta tres naturales que no pudieron domeñar la embestida desbordante de genio de su oponente. Poco más hubo más allá de la voluntad del torero, de una encomiable entrega y buena colocación ante la sosería del toro que aceptó a regañadientes la decisión de su matador.
Morenito de Aranda recibió a su primero con una larga cambiada de rodillas en los medios —los toreros se alejan cada vez más de la puerta de toriles— y veroniqueó con cierto gusto —especialmente, en dos medias— a un toro distraído, manso en el caballo, flojo y sin clase alguna en la muleta. El alto interés del torero y el buen aire de sus muletazos carecieron de reflejo en los tendidos por el comportamiento birrioso de su oponente con el que falló en la suerte final. Dio la vuelta al ruedo en el cuarto, otro animal sin posibilidades, pero ante el que Morenito dejó detalles de buen gusto y de la elegancia torera que luce.
Francisco José Espada volvía a los ruedos convaleciente de la cornada que sufrió en el campo el pasado 14 de junio en el muslo derecho, y aún no estaba plenamente restablecido del tremendo golpe en la cabeza que le propinó un toro el pasado 2 de junio en la feria de San Isidro. Quizá por tan malos tragos decidió darse una vuelta al ruedo por su cuenta y entre las protestas de una parte del público, tras la muerte de su primero, al que mandó al otro mundo de una fea media estocada tras una airosa labor, sobre sobre con la mano izquierda, a otro toro sin gracia ni fijeza en la muleta. Imposible fue el quinto, al que le insistió una y otra vez sin recompensa alguna.
En fin, que nunca se sabrá por qué motivos se contrató la muy desastrosa corrida de Valdefresno, ni por qué el equipo presidencial aprobó algunos toros, impropios para esta plaza. Quede, al menos, la entrega de tres toreros pundonorosos que merecen mejor suerte.
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Y lo más emotivo surgió del corazón del colombiano Juan de Castilla. Muleta en la mano derecha se plantó en el centro del ruedo y desde allí llamó al toro que acudió al encuentro como una bala, y, asentado, trazó una emocionante tanda de muletazos ligados y hondos que levantaron la tarde. Hubo otra más, desde el mismo lugar, y con el viento como molesto invitado, lo que no impidió la ligazón, la prestancia, la gallardía y el poderío de un torero ansioso de triunfo. Pero ese, el triunfo, se esfumó como una pompa de aire, porque el toro se acobardó cuando vio que el torero tomaba la muleta con la zurda, huyó hacia las tablas, se aculó en ellas e impidió toda suerte de lucimiento. Aun así trazó De Castilla un templado y completo circular que motivó al público para pedir un trofeo si el asunto acababa como no llegó a acabar; es decir, que el toro, muerto en vida, imposibilitó la suerte suprema y la entrega y el buen hacer del torero quedó en una merecida vuelta al ruedo.
El resto fue una película para el olvido, protagonizada por una birriosa corrida de Valdefresno, muy desigualmente presentada, mansa, descastada y deslucida que frenó en seco la entrega, la valentía, el pundonor y el coraje de tres toreros que acudieron a la plaza con la disposición por las nubes.
Otro manso sin celo ni calidad fue el primer toro de Juan de Castilla, reticente en los dos primeros tercios y que llegó a la muleta con sosería y muchas ganas de volver a la dehesa. Así lo demostró cuando el torero colombiano, mediada la faena de muleta, lo obligó a embestir en una emotiva tanda con la derecha y el animal huyó con prisas hasta las cercanías de toriles; antes, De Castilla había mostrado un enorme deseo de triunfo, de modo que tras brindar a la concurrencia, se plantó de rodillas en el centro del ruedo con la muleta en la izquierda, y así trazó hasta tres naturales que no pudieron domeñar la embestida desbordante de genio de su oponente. Poco más hubo más allá de la voluntad del torero, de una encomiable entrega y buena colocación ante la sosería del toro que aceptó a regañadientes la decisión de su matador.
Morenito de Aranda recibió a su primero con una larga cambiada de rodillas en los medios —los toreros se alejan cada vez más de la puerta de toriles— y veroniqueó con cierto gusto —especialmente, en dos medias— a un toro distraído, manso en el caballo, flojo y sin clase alguna en la muleta. El alto interés del torero y el buen aire de sus muletazos carecieron de reflejo en los tendidos por el comportamiento birrioso de su oponente con el que falló en la suerte final. Dio la vuelta al ruedo en el cuarto, otro animal sin posibilidades, pero ante el que Morenito dejó detalles de buen gusto y de la elegancia torera que luce.
Francisco José Espada volvía a los ruedos convaleciente de la cornada que sufrió en el campo el pasado 14 de junio en el muslo derecho, y aún no estaba plenamente restablecido del tremendo golpe en la cabeza que le propinó un toro el pasado 2 de junio en la feria de San Isidro. Quizá por tan malos tragos decidió darse una vuelta al ruedo por su cuenta y entre las protestas de una parte del público, tras la muerte de su primero, al que mandó al otro mundo de una fea media estocada tras una airosa labor, sobre sobre con la mano izquierda, a otro toro sin gracia ni fijeza en la muleta. Imposible fue el quinto, al que le insistió una y otra vez sin recompensa alguna.
En fin, que nunca se sabrá por qué motivos se contrató la muy desastrosa corrida de Valdefresno, ni por qué el equipo presidencial aprobó algunos toros, impropios para esta plaza. Quede, al menos, la entrega de tres toreros pundonorosos que merecen mejor suerte.
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Una corrida birriosa
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