Un cuerpo decrépito y una mente averiada por la vejez y una enfermedad neurodegenerativa logran enchufarse con una pieza de Schubert que suena en una pequeña habitación de hospital. Los sonidos de una vida logran conectar el deterioro del espíritu y la decadencia del cuerpo con un punto álgido del pasado, los del arte, la emoción y la memoria, y el hombre que ya no mira ni oye ni siente, tararea su melodía y hasta se anima con una tentativa de baile. Sin embargo, poco después, desiste y pide a su hija que corte la música. “Demasiados recuerdos…”. La secuencia parece el símbolo de la obra completa de su directora, la magnífica Mia Hansen-Løve. Un cine de la memoria, de su memoria, de su existencia y las de su familia y sus amigos, con el que mantiene una relación fiel y directa, pero a la vez pudorosa porque nunca se excede en el sentimentalismo, la explicitud o la crueldad. Una bonita mañana, su último trabajo, inspirado por la enfermedad de su padre, profesor de filosofía, es un trabajo luminoso sobre las tinieblas, feliz sobre el fin de los días, calmado sobre el vértigo de la contemporaneidad.
El humanismo de su cine, la huida de lo melodramático pese a tratar historias que pueden desembocar en ello y la ausencia de grandilocuencia en la puesta en escena vuelven a destacar en Una bonita mañana, presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes del año pasado. Dos tramas principales se aglutinan en el guion. La primera, la del anciano profesor de filosofía, obsesionado durante toda su vida con la claridad y con el rigor, que ha debido bregar en los últimos tiempos con la certeza de que ya ni siquiera controla los espacios. El incierto fin: “¿Cómo se muere de esta enfermedad?”, pregunta a los médicos su hija. La segunda, la de esa madre viuda con una hija pequeña, que inicia una relación amorosa y adúltera con un hombre casado y con hijos. Todo se tambalea en su devenir. Tres generaciones turbadas entre las arenas movedizas en las que a veces se convierten los días, sin saber lo que va a ser de ellas casi un rato después.
En Todo está perdonado (2007) se inspiró en lo acontecido a una prima suya y la relación con su padre. En El padre de mis hijos (2009) se fijó en la dramática muerte de su productor cinematográfico. En Primer amor (Un amour de jeunesse) (2011), en sus propias experiencias. En Edén (2014), en el éxito profesional de su hermano DJ y su caída en las drogas. En El porvenir (2016), en sus padres, profesores de filosofía. Y en La isla de Bergman (2021), en su propia experiencia cinematográfica y en la relación con Olivier Assayas, su expareja y padre de su hija. Hansen-Løve siempre ha dicho que no tiene la suficiente inventiva para pergeñar de la nada. Así que la autoficción domina toda su carrera. También en Una bonita mañana. Pero para nosotros, los espectadores, eso da igual. Lo esencial es que hay conflictos apasionantes, relaciones complejas y una lucha abierta por contar nuestra existencia. La suya, por supuesto, pero trascendiendo a la nuestra. Tocando fibras.
El suicidio, uno de sus grandes temas, vuelve a salir de refilón. Por supuesto, también el adulterio, la verdadera naturaleza del amor y la sensación de no poder dejar nunca de ver a otra persona y de quererla, por mucho que alguien se lo prohíba a sí mismo. Y el legado, siempre el legado. Los libros y la memoria: la cultura, las crisis personales e intelectuales. Un modo de pasar por este mundo y de dejarlo en paz y armonía. Pese a todo, el irrenunciable color de los buenos y sencillos momentos, esos que dejarán poso. La esperanza de que, frente a la ausencia y la pérdida, quedan también los reencuentros, la necesidad de sobrevivir y el devenir de la mujer contemporánea. Como el de ella, ya sea el de Hansen-Løve o el del álter ego que interpreta con brío inmenso Léa Seydoux, a veces azorada, pero siempre tierna y talentosa, dispuesta para una bonita mañana de luz, acompañada de lo mejor que hay en la vida. Y, sobre todo, acompañada de la calma consigo misma.
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El humanismo de su cine, la huida de lo melodramático pese a tratar historias que pueden desembocar en ello y la ausencia de grandilocuencia en la puesta en escena vuelven a destacar en Una bonita mañana, presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes del año pasado. Dos tramas principales se aglutinan en el guion. La primera, la del anciano profesor de filosofía, obsesionado durante toda su vida con la claridad y con el rigor, que ha debido bregar en los últimos tiempos con la certeza de que ya ni siquiera controla los espacios. El incierto fin: “¿Cómo se muere de esta enfermedad?”, pregunta a los médicos su hija. La segunda, la de esa madre viuda con una hija pequeña, que inicia una relación amorosa y adúltera con un hombre casado y con hijos. Todo se tambalea en su devenir. Tres generaciones turbadas entre las arenas movedizas en las que a veces se convierten los días, sin saber lo que va a ser de ellas casi un rato después.
En Todo está perdonado (2007) se inspiró en lo acontecido a una prima suya y la relación con su padre. En El padre de mis hijos (2009) se fijó en la dramática muerte de su productor cinematográfico. En Primer amor (Un amour de jeunesse) (2011), en sus propias experiencias. En Edén (2014), en el éxito profesional de su hermano DJ y su caída en las drogas. En El porvenir (2016), en sus padres, profesores de filosofía. Y en La isla de Bergman (2021), en su propia experiencia cinematográfica y en la relación con Olivier Assayas, su expareja y padre de su hija. Hansen-Løve siempre ha dicho que no tiene la suficiente inventiva para pergeñar de la nada. Así que la autoficción domina toda su carrera. También en Una bonita mañana. Pero para nosotros, los espectadores, eso da igual. Lo esencial es que hay conflictos apasionantes, relaciones complejas y una lucha abierta por contar nuestra existencia. La suya, por supuesto, pero trascendiendo a la nuestra. Tocando fibras.
El suicidio, uno de sus grandes temas, vuelve a salir de refilón. Por supuesto, también el adulterio, la verdadera naturaleza del amor y la sensación de no poder dejar nunca de ver a otra persona y de quererla, por mucho que alguien se lo prohíba a sí mismo. Y el legado, siempre el legado. Los libros y la memoria: la cultura, las crisis personales e intelectuales. Un modo de pasar por este mundo y de dejarlo en paz y armonía. Pese a todo, el irrenunciable color de los buenos y sencillos momentos, esos que dejarán poso. La esperanza de que, frente a la ausencia y la pérdida, quedan también los reencuentros, la necesidad de sobrevivir y el devenir de la mujer contemporánea. Como el de ella, ya sea el de Hansen-Løve o el del álter ego que interpreta con brío inmenso Léa Seydoux, a veces azorada, pero siempre tierna y talentosa, dispuesta para una bonita mañana de luz, acompañada de lo mejor que hay en la vida. Y, sobre todo, acompañada de la calma consigo misma.
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‘Una bonita mañana’: cómo hacer una película luminosa sobre las tinieblas
La cineasta francesa Mia Hansen-Løve indaga, inspirada por la enfermedad de su padre, en el desafío afectivo y amoroso de la mujer de hoy
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