Un siglo de agoníadel cristianismo

Abel_Walsh

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María Zambrano siempre consideró a Unamuno como el incansable poeta de la angustia española. Heidegger aclaró la diferencia entre angustia y miedo. «Angustia es radicalmente distinto de miedo. Cuando se tiene miedo se pierde la seguridad para todo lo demás, es decir, se pierde la cabeza. La angustia no permite que sobrevenga semejante confusión. Lejos de ello, háyase penetrada por una especial tranquilidad». En 1924, en su destierro en Fuerteventura, Unamuno , que perforaba el tipo social hasta llegar a las honduras del individuo, se excava a sí mismo en búsqueda de un asidero en las profundidades de su alma, y lo halla en el sentir de su íntima lucha religiosa, de la que cobra conciencia, sacándola a la luz de su obra. Meses después, durante su exilio en París, escribe: «La agonía de mi patria, que se muere, ha removido en mi alma la agonía del cristianismo». En Unamuno , la esencia de España coincide con el problema fundamental de su vida personal, no abordando una cuestión ajena, sino su propia existencia. Le duele Dios y España, resultándoles inseparables españolidad y cristianismo. Su españolidad es una manera de ser cristiano. Esa tranquilidad angustiosa que mantiene a raya a la confusión, como refería Heidegger, la encontraba Unamuno en el valioso depósito del misticismo. Lecturas españolas de carácter religioso dejaron huella en la inagotable obra unamuniana: libros de ascética y de mística, de historia monástica, obras de teólogos y moralistas. Unamuno leyó siempre como moralista. Su moral lo fue de mártir, de apóstol. En su libro, ahora centenario, 'Agonía del cristianismo', culminado en el exilio parisense, Unamuno escribe las páginas mejor acabadas que recuerdan a aquellos místicos españoles referidos magistralmente en su primera obra 'En torno al casticismo'. Para moldear la palabra agonía, (que es lucha, y el agonizante no está moribundo), se funden en un todo el profesor de filología, el filósofo, el escritor y el cristiano. La visión mística es el hilo que enhebra esa urdimbre. La verdadera contienda que se desata en Unamuno no es entre intelecto y sentimiento, sino entre Cristo y Lucifer. Esa lucha religiosa consiste en combatir por una divinidad que le vive por la fe y que por lo mismo está constantemente amenazada de morir por incredulidad. Este depender Dios del poder creer del hombre representa el nudo gordiano de su combate. Por eso lo concluyente para Unamuno es la agonía de un alma sobre la agonía de su Dios. En la inanidad de nuestra existencia alejada de Dios apreciamos la necesidad de Él, no como una necesidad lógica, sino vital, y este es el comienzo del acto de fe, en el que el hombre crea a su Creador. En 'Agonía del cristianismo' el autor nos muestra un cristianismo profundamente individualista, ya que de lo que se trata es de la salvación del alma individual. El grandioso individualismo de la mística española lo aprende de San Pablo. Por eso no concibe al cristianismo como doctrina, sino como preparación para la muerte y la resurrección, para la vida eterna. Unamuno renuncia al cristianismo social en todas sus formas: «El cristiano, en cuanto cristiano, no tiene que ver con eso». Su cristianismo es de los que como San Pablo tratan de vivir y sobrevivir en Cristo. Unamuno se preguntaba: «Y las verdades, ¿se poseen o se viven?». A los católicos nunca nos bastará con conocer las verdades de nuestra fe, hay que vivirlas, porque si las viviéramos de veras, no nos dejaríamos cazar como moscas en los sofismas de la modernidad. Tanto espiritual como cultural, el combate continúa.SOBRE EL AUTOR Raúl Mayoral es abogado

 

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