fred78
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A finales de la década de los setenta, mientras se encontraba exiliada en Madrid y sufría penurias económicas, la escritora mexicana Elena Garro vendió un retrato que su amigo, el pintor español Ramón Gaya, le hizo unos treinta años antes. El dinero ayudó a la autora a sobrevivir un tiempo, pero desde entonces el paradero del cuadro había sido incierto. Casi medio siglo después, la obra será exhibida en el museo dedicado a Gaya, en Murcia, como parte de la exposición De escritor a escritor, que se inauguró este 27 de septiembre.
La pintura hecha por Gaya es una de las contadas obras que plasmaron la belleza de Garro, autora de la novela Los recuerdos del porvenir y más obras literarias. Sin embargo, solo unos cuantos lo conocían y se había convertido en uno de los mitos en la biografía de la escritora, pues se deshizo de él tras huir de México por su polémica participación en el movimiento estudiantil de 1968.
De Garro se conocen el retrato de cuerpo entero, en tonos ocres, hecho por Juan Soriano, y el dibujo a lápiz del español José Antonio Peláez. Pero el retrato de Gaya había sido el más escurridizo. Ahora, gracias a la exposición del museo en Murcia, se puede apreciar finalmente: en él se ve a una Garro delgada, bella, con el cabello rubio al hombro, una blusa en tono verde oscuro de cuello cisne y manga corta, y un sombrero con un ligero velo, que recuerda a los diseños de Balenciaga, que corona a la escritora.
El cuadro llegó al Museo Ramón Gaya en 2018. La familia que lo tenía en su poder lo entregó en comodato y aquel año fue exhibido unas cuantas semanas sin mayor alharaca ni identificar siquiera a la escritora, y después se fue a la bodega del museo, donde pasó unos seis años.
Pero a inicios de este 2024, el actual director del museo, Rafael Fuster, lo identificó y decidió incluirlo en la exposición que se acaba de inaugurar y que incluye retratos que Gaya hizo de varios escritores, incluidos otros mexicanos.
El destino errante del cuadro recuerda a la propia obra y vida de Garro: escribía, guardaba los manuscritos en baúles que se perdían y años después reaparecían. Porque, como escribió ella, todo se olvida pero se olvida solo por un tiempo. Y eso parece haber ocurrido con este retrato.
En 1937, Elena Garro y Ramón Gaya se conocieron en España, durante la guerra civil. La joven escritora había viajado junto con su esposo, Octavio Paz, Juan de la Cabada, Silvestre Revueltas y otros artistas mexicanos para participar en el Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Un par de años después, ambos se reencontraron en México, cuando Gaya llegó como parte del exilio español que huía del franquismo y la Segunda Guerra Mundial.
Fue entonces cuando Gaya retrató a Garro. La fecha de la pintura se estima de 1942. Tomás Segovia, Concha de Albornoz y Salvador Moreno, entre otros, también posaron para el pintor, quien además se dedicó a plasmar escenas del Bosque de Chapultepec y la ciudad de Cuernavaca. “Gaya fue parte de la migración española a México y de inmediato se integró al grupo de intelectuales de la época, en el que estaban Octavio Paz, Elena Garro, Xavier Villaurrutia y más”, dice Rafael Fuster, director del museo dedicado al pintor.
Gaya fue un caso atípico, pues en su pintura la política apenas interviene, a pesar del contexto que le tocó vivir. La melancolía y la soledad lo marcaron: su esposa murió durante la guerra y tuvo que enviar lejos a su hija. Pasó años solo en México, hasta que volvió a España y se casó en 1978. “A él lo guiaba la belleza, le apasionaban los grandes maestros pero en especial Velázquez, sobre quien hizo varios escritos importantes y, además, hay que recordar que Ramón Gaya es el primer pintor en recibir el premio Velázquez, que en pintura es el equivalente al Cervantes de literatura. Tampoco hay que olvidar que fue un pintor que escribió de arte y por eso esta exposición recupera esa relación con otros escritores”, agrega Fuster.
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta, Elena Garro exhibió orgullosa en las casas que habitó en las colonias Condesa y Lomas de Chapultepec, en Ciudad de México, los retratos que sus amigos pintores le habían hecho y que, a raíz de los acontecimientos de 1968, ella tuvo que ir vendiendo para subsistir.
Tras la matanza del 2 de octubre de Tlatelolco, Garro fue acusada de ser parte de un “complot comunista” para derrocar al Gobierno mexicano, a lo que ella reviró diciendo que los intelectuales mexicanos, muchos de ellos sus amigos, eran los responsables de haber azuzado a los jóvenes a manifestarse. Las declaraciones le valieron el desprecio generalizado por alinearse con el Gobierno represor del presidente Gustavo Díaz Ordaz y pasó 12 años sin publicar.
El primer retrato que la escritora vendió fue el elaborado por Juan Soriano. Garro dejó escrito que logró venderlo, en 1969, gracias a la intervención de Ricardo Mestre El Anarquista, otro español exiliado en México que se dedicaba a mercar antigüedades y arte. La obra fue rematada en 8.000 pesos de entonces, aunque ella estimaba su valor en 100.000, según dejó anotado en sus diarios.
En 1984, Garro dejó un apunte sobre aquella pintura: “¿Por qué de pronto a medianoche me persiguen los objetos que tanto amé? ¿Mi retrato de cuerpo entero, pintado en todos los amarillos de la miel, con los cabellos color canario pálido recogidos en la nuca, y un collar de cuentas de papelillo verde lima me mira con esos ojos terriblemente tristes? Tengo las manos enlazadas. Atrás, una puerta cerrada. No sé a dónde lleva. Me preocupó siempre. Era un Soriano de la mejor época…”.
Ese cuadro de Garro hecho por Soriano inspiró incluso un poema de Octavio Paz, titulado A un retrato: Por amarillos escoltada / una joven avanza, se detiene. / Algo, invisible, / la amenaza y la fascina. / El terciopelo y el durazno / Se alían en su vestido. / Los pálidos reflejos de su pelo / son el otoño sobre un río….
Este cuadro, después de años de ires y venires, se integró a la colección del museo Juan Soriano en Cuernavaca, Morelos.
El dibujo a lápiz que José Antonio Peláez, hermano del escritor Francisco Tario, hizo de Garro formó parte del libro 21 mujeres de México, en el que aparecen retratos de Frida Kahlo, Guadalupe Marín, y María Asúnsolo. Cada dibujo iba acompañado por un texto escrito por un hombre, como Diego Rivera o Paz.
El de Elena, sin embargo, fue el único que incluyó brevísimos textos de cuatro autores: Jorge Luis Borges, José Bergamín, José Bianco y Adolfo Bioy Casares, el gran amor de Garro, quien escribió: “Elena, la más feliz aventura de la creación”. Ese retrato, junto con los dibujos de las otras 20 mujeres, fue exhibido en 2016 en el Museo de Arte Moderno de México, como parte de los actos conmemorativos por el centenario de Garro.
Sin embargo, el cuadro hecho por Ramón Gaya no se conocía hasta ahora. En internet no hay fotografías. Nada. Se había convertido en un misterio, más por las circunstancias políticas y personales que llevaron a que Elena Garro lo vendiera en España a finales de los setenta.
El periodista Carlos Landeros, quien entrevistó a la autora en varias ocasiones y publicó el libro Yo, Elena Garro (Lumen, 2008), recuerda haberlo visto en los años sesenta en el salón principal de su casona en las Lomas: “Era un cuadro grande, aunque no de cuerpo entero como el que le hizo Soriano. Recuerdo que Elena llevaba un sombrero, ese era el detalle más distintivo”.
En sus diarios y apuntes, Elena Garro fue dejando varias pistas, algunas erróneas, sobre cuál había sido el paradero del cuadro. En una carta fechada el 15 de junio de 1983 a una de sus mejores amigas, la diplomática y escritora Ninfa Santos, Garro dio el dato más certero sobre la venta del Gaya en Madrid.
“Lo único que me había sacado de México era el retrato de Gaya. Fui a venderlo. Se cotiza muy alto ese pintor. Recuerdo esa tarde ardiente en la Galería Seiquer. Extendieron el retrato en el suelo y ante mi urgencia, llamaron a un señor muy rico, que llegó corriendo al saber que se trataba de un Gaya”, escribió.
El señor, no identificado, vio el cuadro extendido en el suelo y preguntó: ‘¡¿Quién es esa mujer tan divina?!’.
—¡Una desconocida!, le contestó Garro.
Pero la dueña de la galería, anotó la escritora, se puso encarnada y dijo: “¡No, no, es esta señora!”, y la señaló. El cuadro fue vendido y con ese dinero, que no se sabe cuánto fue, la autora pagó un mes de hotel y comida en España, donde estuvo exiliada entre 1974 y 1980, los años más cruentos de su vida, pues llegó a vivir en un albergue de mendigos. Por aquella época Garro también recuperó su nacionalidad española.
Rafael Fuster, director del museo dedicado a Gaya, explica que mucha de la obra del pintor está en colecciones privadas y poco a poco se han ido integrando al acervo del recinto en Murcia, de donde era originario. “Así como esta familia nos trajo en comodato el cuadro de Garro, hay otras obras que nos han llegado. Gaya, cuando volvió a España, trajo mucha de su obra pensando en reunirla toda para su museo y podemos decir que hay un acervo importante que tiene que ver con México”, explicó Fuster.
Junto con el cuadro de Garro, el museo planea exhibir una carta de Octavio Paz escrita a Ramón Gaya.
Existe una sola imagen de Elena Garro posando junto al retrato hecho por Gaya. Se trata de una fotografía, tomada al parecer en junio de 1972, donde se ve a la escritora sentada en la sala de su casa y se alcanza a ver parte del cuadro, aunque la mala calidad de la imagen no permite verlo a detalle. Esa imagen fue tomada poco antes de que la escritora y su hija, Helena Paz Garro, salieran huyendo de México de manera ilegal por miedo a presuntas amenazas de muerte a raíz del movimiento de 1968, con lo que iniciaron un autoexilio de 20 años en Nueva York, Madrid y París, hasta su regreso a tierras mexicanas a inicios de los noventa.
Existe un cuarto retrato de Elena Garro que sigue siendo un misterio, pues se desconoce su paradero. El misterio es aún mayor pues ahí aparece junto a Octavio Paz. Hecho por el español José Moreno Villa, en la imagen en blanco y negro que se conserva de la obra ambos escritores tienen cara de insatisfacción, de querer estar en otro sitio menos juntos, tal y como fue su matrimonio.
Helena Paz Garro, hija de los escritores, dejó en sus Memorias (Planeta, 2005) algunos apuntes sobre el cuadro, aunque erróneamente lo atribuyó a un pintor llamado “Villaseñor” y no a Moreno Villa. “Juan Soriano pintó un muy buen retrato de mi madre... Lo mismo que Ramón Gaya. Villaseñor (sic), el pintor español, también le hizo un bello lienzo. Ante esto, mi padre se quejaba con los amigos: ‘¿Por qué no me pintan a mí?’. ‘Porque eres mofletudo, y no tienes ángulos’, le contestaba la mayoría de los pintores. Sin embargo, tanto le suplicó a Villaseñor, que éste lo incluyó en un retrato que le había hecho a mi madre”, escribió la hija de los escritores.
Años después, anotó Helena Paz, en una de las tantas veces que sus padres se separaron, aparentemente Paz se llevó el cuadro. La hija de los escritores escribió que posiblemente el cuadro se destruyó en el incendio que devoró el departamento de Octavio Paz en Paseo de la Reforma, en los noventa. Sin embargo, resulta muy poco probable que el poeta haya conservado el cuadro y que lo tuviera exhibido en el hogar que compartía con su segunda esposa, Marie-José Tramini, sobre todo porque él hizo todo lo que estuvo en sus manos para borrar a Elena Garro de su biografía. Ese cuadro, del matrimonio Paz Garro, es un misterio que aún persiste.
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La pintura hecha por Gaya es una de las contadas obras que plasmaron la belleza de Garro, autora de la novela Los recuerdos del porvenir y más obras literarias. Sin embargo, solo unos cuantos lo conocían y se había convertido en uno de los mitos en la biografía de la escritora, pues se deshizo de él tras huir de México por su polémica participación en el movimiento estudiantil de 1968.
De Garro se conocen el retrato de cuerpo entero, en tonos ocres, hecho por Juan Soriano, y el dibujo a lápiz del español José Antonio Peláez. Pero el retrato de Gaya había sido el más escurridizo. Ahora, gracias a la exposición del museo en Murcia, se puede apreciar finalmente: en él se ve a una Garro delgada, bella, con el cabello rubio al hombro, una blusa en tono verde oscuro de cuello cisne y manga corta, y un sombrero con un ligero velo, que recuerda a los diseños de Balenciaga, que corona a la escritora.
El cuadro llegó al Museo Ramón Gaya en 2018. La familia que lo tenía en su poder lo entregó en comodato y aquel año fue exhibido unas cuantas semanas sin mayor alharaca ni identificar siquiera a la escritora, y después se fue a la bodega del museo, donde pasó unos seis años.
Pero a inicios de este 2024, el actual director del museo, Rafael Fuster, lo identificó y decidió incluirlo en la exposición que se acaba de inaugurar y que incluye retratos que Gaya hizo de varios escritores, incluidos otros mexicanos.
El destino errante del cuadro recuerda a la propia obra y vida de Garro: escribía, guardaba los manuscritos en baúles que se perdían y años después reaparecían. Porque, como escribió ella, todo se olvida pero se olvida solo por un tiempo. Y eso parece haber ocurrido con este retrato.
El exilio español
En 1937, Elena Garro y Ramón Gaya se conocieron en España, durante la guerra civil. La joven escritora había viajado junto con su esposo, Octavio Paz, Juan de la Cabada, Silvestre Revueltas y otros artistas mexicanos para participar en el Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Un par de años después, ambos se reencontraron en México, cuando Gaya llegó como parte del exilio español que huía del franquismo y la Segunda Guerra Mundial.
Fue entonces cuando Gaya retrató a Garro. La fecha de la pintura se estima de 1942. Tomás Segovia, Concha de Albornoz y Salvador Moreno, entre otros, también posaron para el pintor, quien además se dedicó a plasmar escenas del Bosque de Chapultepec y la ciudad de Cuernavaca. “Gaya fue parte de la migración española a México y de inmediato se integró al grupo de intelectuales de la época, en el que estaban Octavio Paz, Elena Garro, Xavier Villaurrutia y más”, dice Rafael Fuster, director del museo dedicado al pintor.
Gaya fue un caso atípico, pues en su pintura la política apenas interviene, a pesar del contexto que le tocó vivir. La melancolía y la soledad lo marcaron: su esposa murió durante la guerra y tuvo que enviar lejos a su hija. Pasó años solo en México, hasta que volvió a España y se casó en 1978. “A él lo guiaba la belleza, le apasionaban los grandes maestros pero en especial Velázquez, sobre quien hizo varios escritos importantes y, además, hay que recordar que Ramón Gaya es el primer pintor en recibir el premio Velázquez, que en pintura es el equivalente al Cervantes de literatura. Tampoco hay que olvidar que fue un pintor que escribió de arte y por eso esta exposición recupera esa relación con otros escritores”, agrega Fuster.
El cuadro perdido
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta, Elena Garro exhibió orgullosa en las casas que habitó en las colonias Condesa y Lomas de Chapultepec, en Ciudad de México, los retratos que sus amigos pintores le habían hecho y que, a raíz de los acontecimientos de 1968, ella tuvo que ir vendiendo para subsistir.
Tras la matanza del 2 de octubre de Tlatelolco, Garro fue acusada de ser parte de un “complot comunista” para derrocar al Gobierno mexicano, a lo que ella reviró diciendo que los intelectuales mexicanos, muchos de ellos sus amigos, eran los responsables de haber azuzado a los jóvenes a manifestarse. Las declaraciones le valieron el desprecio generalizado por alinearse con el Gobierno represor del presidente Gustavo Díaz Ordaz y pasó 12 años sin publicar.
El primer retrato que la escritora vendió fue el elaborado por Juan Soriano. Garro dejó escrito que logró venderlo, en 1969, gracias a la intervención de Ricardo Mestre El Anarquista, otro español exiliado en México que se dedicaba a mercar antigüedades y arte. La obra fue rematada en 8.000 pesos de entonces, aunque ella estimaba su valor en 100.000, según dejó anotado en sus diarios.
En 1984, Garro dejó un apunte sobre aquella pintura: “¿Por qué de pronto a medianoche me persiguen los objetos que tanto amé? ¿Mi retrato de cuerpo entero, pintado en todos los amarillos de la miel, con los cabellos color canario pálido recogidos en la nuca, y un collar de cuentas de papelillo verde lima me mira con esos ojos terriblemente tristes? Tengo las manos enlazadas. Atrás, una puerta cerrada. No sé a dónde lleva. Me preocupó siempre. Era un Soriano de la mejor época…”.
Ese cuadro de Garro hecho por Soriano inspiró incluso un poema de Octavio Paz, titulado A un retrato: Por amarillos escoltada / una joven avanza, se detiene. / Algo, invisible, / la amenaza y la fascina. / El terciopelo y el durazno / Se alían en su vestido. / Los pálidos reflejos de su pelo / son el otoño sobre un río….
Este cuadro, después de años de ires y venires, se integró a la colección del museo Juan Soriano en Cuernavaca, Morelos.
El dibujo a lápiz que José Antonio Peláez, hermano del escritor Francisco Tario, hizo de Garro formó parte del libro 21 mujeres de México, en el que aparecen retratos de Frida Kahlo, Guadalupe Marín, y María Asúnsolo. Cada dibujo iba acompañado por un texto escrito por un hombre, como Diego Rivera o Paz.
El de Elena, sin embargo, fue el único que incluyó brevísimos textos de cuatro autores: Jorge Luis Borges, José Bergamín, José Bianco y Adolfo Bioy Casares, el gran amor de Garro, quien escribió: “Elena, la más feliz aventura de la creación”. Ese retrato, junto con los dibujos de las otras 20 mujeres, fue exhibido en 2016 en el Museo de Arte Moderno de México, como parte de los actos conmemorativos por el centenario de Garro.
Sin embargo, el cuadro hecho por Ramón Gaya no se conocía hasta ahora. En internet no hay fotografías. Nada. Se había convertido en un misterio, más por las circunstancias políticas y personales que llevaron a que Elena Garro lo vendiera en España a finales de los setenta.
El periodista Carlos Landeros, quien entrevistó a la autora en varias ocasiones y publicó el libro Yo, Elena Garro (Lumen, 2008), recuerda haberlo visto en los años sesenta en el salón principal de su casona en las Lomas: “Era un cuadro grande, aunque no de cuerpo entero como el que le hizo Soriano. Recuerdo que Elena llevaba un sombrero, ese era el detalle más distintivo”.
El rastro
En sus diarios y apuntes, Elena Garro fue dejando varias pistas, algunas erróneas, sobre cuál había sido el paradero del cuadro. En una carta fechada el 15 de junio de 1983 a una de sus mejores amigas, la diplomática y escritora Ninfa Santos, Garro dio el dato más certero sobre la venta del Gaya en Madrid.
“Lo único que me había sacado de México era el retrato de Gaya. Fui a venderlo. Se cotiza muy alto ese pintor. Recuerdo esa tarde ardiente en la Galería Seiquer. Extendieron el retrato en el suelo y ante mi urgencia, llamaron a un señor muy rico, que llegó corriendo al saber que se trataba de un Gaya”, escribió.
El señor, no identificado, vio el cuadro extendido en el suelo y preguntó: ‘¡¿Quién es esa mujer tan divina?!’.
—¡Una desconocida!, le contestó Garro.
Pero la dueña de la galería, anotó la escritora, se puso encarnada y dijo: “¡No, no, es esta señora!”, y la señaló. El cuadro fue vendido y con ese dinero, que no se sabe cuánto fue, la autora pagó un mes de hotel y comida en España, donde estuvo exiliada entre 1974 y 1980, los años más cruentos de su vida, pues llegó a vivir en un albergue de mendigos. Por aquella época Garro también recuperó su nacionalidad española.
Rafael Fuster, director del museo dedicado a Gaya, explica que mucha de la obra del pintor está en colecciones privadas y poco a poco se han ido integrando al acervo del recinto en Murcia, de donde era originario. “Así como esta familia nos trajo en comodato el cuadro de Garro, hay otras obras que nos han llegado. Gaya, cuando volvió a España, trajo mucha de su obra pensando en reunirla toda para su museo y podemos decir que hay un acervo importante que tiene que ver con México”, explicó Fuster.
Junto con el cuadro de Garro, el museo planea exhibir una carta de Octavio Paz escrita a Ramón Gaya.
Existe una sola imagen de Elena Garro posando junto al retrato hecho por Gaya. Se trata de una fotografía, tomada al parecer en junio de 1972, donde se ve a la escritora sentada en la sala de su casa y se alcanza a ver parte del cuadro, aunque la mala calidad de la imagen no permite verlo a detalle. Esa imagen fue tomada poco antes de que la escritora y su hija, Helena Paz Garro, salieran huyendo de México de manera ilegal por miedo a presuntas amenazas de muerte a raíz del movimiento de 1968, con lo que iniciaron un autoexilio de 20 años en Nueva York, Madrid y París, hasta su regreso a tierras mexicanas a inicios de los noventa.
Un matrimonio
Existe un cuarto retrato de Elena Garro que sigue siendo un misterio, pues se desconoce su paradero. El misterio es aún mayor pues ahí aparece junto a Octavio Paz. Hecho por el español José Moreno Villa, en la imagen en blanco y negro que se conserva de la obra ambos escritores tienen cara de insatisfacción, de querer estar en otro sitio menos juntos, tal y como fue su matrimonio.
Helena Paz Garro, hija de los escritores, dejó en sus Memorias (Planeta, 2005) algunos apuntes sobre el cuadro, aunque erróneamente lo atribuyó a un pintor llamado “Villaseñor” y no a Moreno Villa. “Juan Soriano pintó un muy buen retrato de mi madre... Lo mismo que Ramón Gaya. Villaseñor (sic), el pintor español, también le hizo un bello lienzo. Ante esto, mi padre se quejaba con los amigos: ‘¿Por qué no me pintan a mí?’. ‘Porque eres mofletudo, y no tienes ángulos’, le contestaba la mayoría de los pintores. Sin embargo, tanto le suplicó a Villaseñor, que éste lo incluyó en un retrato que le había hecho a mi madre”, escribió la hija de los escritores.
Años después, anotó Helena Paz, en una de las tantas veces que sus padres se separaron, aparentemente Paz se llevó el cuadro. La hija de los escritores escribió que posiblemente el cuadro se destruyó en el incendio que devoró el departamento de Octavio Paz en Paseo de la Reforma, en los noventa. Sin embargo, resulta muy poco probable que el poeta haya conservado el cuadro y que lo tuviera exhibido en el hogar que compartía con su segunda esposa, Marie-José Tramini, sobre todo porque él hizo todo lo que estuvo en sus manos para borrar a Elena Garro de su biografía. Ese cuadro, del matrimonio Paz Garro, es un misterio que aún persiste.
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Un retrato de la escritora Elena Garro, pintado por Ramón Gaya, reaparece tras casi 50 años
La obra será exhibida en el museo dedicado a Gaya, en Murcia, como parte de la exposición ‘De escritor a escritor’
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