zabshire
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Cada vez que Roma cambia de piel, la capital italiana se convierte en caos, aunque también surge la oportunidad de exploración, de incurrir en sus lugares más vírgenes, descender a las mazmorras más dantescas. Le avala su historia, con la ingente cantidad de modificaciones, el perpetuo errar de fuentes, obeliscos y monumentos o incluso importantes expansiones topográficas que sufrió la urbe a lo largo de los siglos, siempre dejando un legado, una nueva ocasión para caminar con nuevos pies.
Roma es peculiar y persuasiva. Ha sabido coserse varios trajes en su dilatada vida: primero con el Imperio (Coliseo, Foros…), luego cuando se expandió más allá de las murallas aurelianas gracias a Constantino, quien desarrolló del cristianismo (la basílica de San Pedro y San Pablo rápido se convirtieron en centros neurálgicos de nuevos barrios) … Y, por último, con el fascismo, cuando Mussolini oxigenó impúdicamente varias zonas del centro para mandar a esos vecinos a los suburbios que se estaban formando paralelamente para darles cobijo. Precisamente, el último año santo (el año 2000, con el papa Juan Pablo II) sirvió para acercar la fe a la periferia de una ciudad exagerada y excesiva en todos sus niveles. La metáfora fue Richard Meier y su iglesia ultramoderna Dives in Misericordia (la Chiesa di Dio Padre Misericordioso o Chiesa del Terzo Millennio), encajonada entre la borgata de Tor Tre Teste. Sumergida, escondida allí entre viviendas populares.
Roma es extensa, verde y está construida por capas. De ahí su enorme fragilidad, que toca todos los niveles posibles. También los intangibles: psicológicos y cognitivos. Está hueca, casi a medio hacer, pero nunca cae, quizás porque la sostiene esa piedra toba de origen volcánico que pide la vez para hacerse sitio en las entrañas de la mastodóntica urbe: notablemente maleable, es cada vez más dura en profundidad. Precisamente eso permitió a los cristianos excavar y excavar para construirse sus totémicas catacumbas (a 13 grados temperatura permanente), probablemente —junto a San Clemente o la necrópolis de San Pedro— el lugar más mediático del underground capitolino.
Por suerte no son los únicos, y este es un recorrido itinerante para desmenuzar algunos de esos submundos que viven bajo el alcantarillado. Sí, en un momento de obras a medio camino de la nada y un desgobierno perenne que induce a escapar de él. Con nuevos pies. Con poesía y purgatorio. En vísperas del Jubileo 2025, es el momento de explorar el magnífico y prodigioso encanto del subsuelo.
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Roma es peculiar y persuasiva. Ha sabido coserse varios trajes en su dilatada vida: primero con el Imperio (Coliseo, Foros…), luego cuando se expandió más allá de las murallas aurelianas gracias a Constantino, quien desarrolló del cristianismo (la basílica de San Pedro y San Pablo rápido se convirtieron en centros neurálgicos de nuevos barrios) … Y, por último, con el fascismo, cuando Mussolini oxigenó impúdicamente varias zonas del centro para mandar a esos vecinos a los suburbios que se estaban formando paralelamente para darles cobijo. Precisamente, el último año santo (el año 2000, con el papa Juan Pablo II) sirvió para acercar la fe a la periferia de una ciudad exagerada y excesiva en todos sus niveles. La metáfora fue Richard Meier y su iglesia ultramoderna Dives in Misericordia (la Chiesa di Dio Padre Misericordioso o Chiesa del Terzo Millennio), encajonada entre la borgata de Tor Tre Teste. Sumergida, escondida allí entre viviendas populares.
Roma es extensa, verde y está construida por capas. De ahí su enorme fragilidad, que toca todos los niveles posibles. También los intangibles: psicológicos y cognitivos. Está hueca, casi a medio hacer, pero nunca cae, quizás porque la sostiene esa piedra toba de origen volcánico que pide la vez para hacerse sitio en las entrañas de la mastodóntica urbe: notablemente maleable, es cada vez más dura en profundidad. Precisamente eso permitió a los cristianos excavar y excavar para construirse sus totémicas catacumbas (a 13 grados temperatura permanente), probablemente —junto a San Clemente o la necrópolis de San Pedro— el lugar más mediático del underground capitolino.
Por suerte no son los únicos, y este es un recorrido itinerante para desmenuzar algunos de esos submundos que viven bajo el alcantarillado. Sí, en un momento de obras a medio camino de la nada y un desgobierno perenne que induce a escapar de él. Con nuevos pies. Con poesía y purgatorio. En vísperas del Jubileo 2025, es el momento de explorar el magnífico y prodigioso encanto del subsuelo.
- El laberinto de Roma. Es una especie de cueva situada en el parque della Caffarella. La asociación Sotterranei di Roma organiza visitas. Formada espontáneamente para la extracción de puzolana, fue clave para obtener el hormigón necesario para alargar la ciudad. Como muchos tesoros milenarios de la città eterna, este también fue reutilizado: pasó de ser catacumbas a lugar para cultivar setas.
- Vicus Caprarius. Llamada también Ciudad del Agua, es el área arqueológica situada debajo de la famosísima Fontana di Trevi. Se pueden ver vestigios de una antigua domus imperial, además del majestuoso castellum aquae, una cisterna que se utilizaba para almacenar el agua procedente del cercano acueducto Vergine. Un viaje atrás en el tiempo para comprobar la estratificación de la ciudad, con testimonios arqueológicos que van del saqueo de Alarico al incendio de Nerón.
- Via di San Paolo alla Regola. Debajo del renacentista Palazzo Specchi se conservan varios niveles de época romana que corren en paralelo al río Tíber. Entonces se usaban como almacenes o despensas para colocar alimentos. En pocos metros se pasa del siglo I al XVI, con mención especial a núcleos de casas de época medieval. La organización Roma Segreta organiza visitas guiadas.
- La Estación Metro C de San Giovanni. La famosa estación-museo está incluida en el programa de los domingos ecológicos. Construida basándose en criterios modernos, ofrece la estratigrafía del área, detallando minuciosamente las transformaciones en este pequeño trozo de Roma, situado entre las murallas de Aureliano y las iglesias patriarcales. Ofrece un rico patrimonio arqueológico.
- Búnker de Mussolini. Hubo un tiempo en que la Villa Torlonia, situada en la Via Nomentana, fue residencia romana de Benito Mussolini. Pagaba, simbólicamente, una lira al mes por el alquiler. Hoy el búnker y el refugio antiaéreo se pueden visitar bajo el Casino Nobile. Una instalación de audio y fotográfica evoca un pasado lleno de sangre durante la Segunda Guerra Mundial.
- Mitreo de Santo Stefano Rotondo. Entrando a través de uno de los arcos del acueducto neroniano, en el número 7 de la Via Santo Stefano Rotondo, se accede a su iglesia homónima, el edificio cristiano más antiguo de planta circular (data del siglo V). Ubicada en el Celio, entonces llamada Regio Il Caelimontium, es una zona con muchos ambientes subterráneos. Uno de ellos, con un mitreo.
- Basílica San Martino ai Monti. Próxima al Colle Opio, se encuentra esta basílica con la única domus ecclesiae de toda Roma. La iglesia fue fundada en el siglo IV por papa Silvestro I aprovechando la presencia de un edificio cuyo propietario era el presbítero Equizio, de quien viene el nombre Titulus Equitii. Fue usada por los cristianos para la misa clandestina antes que Constantino aprobara el edicto de Milán en el año 313.
- Giovannipoli. Situada en un espacio subterráneo adyacente a la basílica San Paolo Extramuros, aparecen los restos de una ciudadela medieval fundada por el papa Giovanni VIII en el siglo XIX. El objetivo de esta fortificación era proteger el centro de culto en torno al santo, amenazado ante las invasiones de los sarracenos. Se accede de forma autónoma por solo un euro.
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Un recorrido por la Roma subterránea más allá de las catacumbas
De una estación de metro que parece un museo al búnker de Mussolini o la llamada Ciudad del Agua, un recorrido itinerante para desmenuzar algunos de los submundos que viven bajo el alcantarillado de la capital italiana
elpais.com