gusikowski.malcolm
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Vivíamos felices llamando por teléfono, luego llegaron los SMS, después los chats de WhatsApp y ahora nos dedicamos a grabar audios para que el que los recibe los escuche, grabe su respuesta y nos lo envíe de vuelta. Dicen por ahí que estamos a un paso de inventar el teléfono. Pero la verdad es que también estamos a punto de inventar la tienda de toda la vida. Empezamos yendo a comprar a una tienda física, pasamos a comprar por internet por la comodidad de que nos lo llevaran a casa, pero resulta que nunca estamos y ahora empiezan a dejarnos el pedido en una tienda del barrio, que nunca tiene nada que ver con lo que compramos. Y se generan combinaciones imposibles: la comida del loro en la academia de oposiciones, las zapatillas de deporte en la pastelería, unas bombillas led en la óptica. El otro día fui a por un libro de César González-Ruano, como un auténtico fascista, a la tienda donde me lo habían mandado, que era una de esas donde pintan las uñas y que no sé cómo se llaman. ¿Uñerías? ¿Cuticulèrie? Todas las mujeres que había dentro tenían aspecto caribeño y fui directo a hablar con Gladys, que, al fondo, me hacía señas mientras teñía el pelo de una clienta de un color que no solo no sé describir, sino que, posiblemente, no exista. Ahora que lo pienso, es posible que fuera una peluquería. En realidad, da igual. Yo no miro. Soy un tipo discreto al que podrían mandar un pedido a un ring de peleas de gallos y no haría ni una sola mueca. más 'huellas sonoras' noticia Si Rock and roll actitud noticia Si No estarás sola en tu caminoAsí que entré a 'Nails & Hair' con esa visión túnel que tienen los tímidos cuando se sienten observados. Majísima Gladys. Rebuscó entre las cajas hasta que dio con la mía. La última, claro. Cuando me fui dije en alto un adiós universal y todas me respondieron al unísono, con un aire de bachata. Pero aquello sonó como el coro de la Novena. De la Novena de Beethoven, el cuarto movimiento, en concreto. No va a ser la novena a san Judas Tadeo, claro. Ni tampoco la Novena del Madrid, la de la volea de Zidane. En fin, que aquello fue un verdadero himno a la alegría cantado por voces angelicales que me puso contento por conocer a gente que, de modo natural, nunca habría conocido. Y ahora estoy deseando comprar otra cosa para volver a verlas. En ningún otro sitio del barrio hay tanta alegría. Y solo allí me llaman 'señor Jose'.La semana siguiente me llegó una cafetera a la papelería. Y ayer una mochila a una tienda que no sabía ni que existía y en la que venden objetos relacionados con el cannabis. Sustratos, insecticidas ecológicos, semillas: «Para colección, señor. No para consumo». Ya. La cosa es que allí había cosmética, vapeadores y hasta flores. El dueño tenía la misma mirada que mi gata cuando enciendo la luz en mitad de la noche: los ojos pequeños, brillantes como ostras normandas y parpadeando como si Manu Chao me estuviera mandando mensajes en morse. Cuando salí miré a ambos lados para evitar un encuentro indeseado: me sentía absolutamente incapaz de explicar a mi hija qué hacía yo saliendo de Malayerba –o como se llamara–, con una caja de un tamaño sospechoso y una bolsa con la bandera de Jamaica. Hoy mismo he comprado una minicadena que me enviaron a la tienda de mascotas. Y luego he pedido comida para el gato para que me lo dejen vaya usted a saber dónde. Y he dicho basta. Creo que es el momento de dejar de hacer el tonto y hacer las cosas bien: los libros en la librería, la cafetera en la tienda de electrodomésticos y los porros al camello.Hemos dado la vuelta al progreso. Nos hemos pasado el juego hasta llegar a una pantalla en la que descubrimos que, en lugar de facilitarnos la vida, nos la complica. Y cuando eso pasa hay que dar un paso atrás: la tecnología está a nuestro servicio, no nosotros al suyo. Hay que volver a leer en papel, dar los buenos días al quiosquero, leer la prensa con el café y comprar en la tienda de abajo, cada cosa en su sitio. Con un poco de suerte, de paso conoceremos a todas las Gladys del barrio. Y creo que no hay nada más cercano a mi idea de progreso que la magia que surge cuando dos personas que no se conocen empiezan a llamarse por su nombre.
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