Ha sido la de hoy, domingo, una de esas tardes que hacen afición… al golf. Un petardo. Tres horas de desesperante sopor; salieron por los chiqueros 10 toros —los seis del hierro titular y cuatro sobreros—, de cinco ganaderías distintas —Antonio Bañuelos, Montalvo, Couto de Fornilhos, C. Valiente y Las Ramblas—, y todas ellas suspendieron con muy baja nota por su falta de fuerzas, mansedumbre y definitiva ausencia de casta. La guinda la puso el tercero, de Bañuelos, que se partió una mano en el tercer muletazo de José Fernando Molina y se rompió el posible encanto.
Hubo un momento, también es cierto, en que surgió un hilo de esperanza de la mano de Juan de Castilla, en la faena de muleta a su segundo toro —un sobrero de Las Ramblas—, con las fuerzas muy justas, noblón, de clase con cuentagotas, que, más que embestir, anduvo por la arena con poca gracia y menos empeño; pero su nobleza tontuna, siempre con la cara a media altura y sin celo alguno, permitió que el diestro colombiano ofreciera una válida muestra de su garbo torero, su insoslayable disposición y buenas y templadas maneras. De tal modo, se lució por ambos pitones, con muletazos despaciosos y preñados de gracia; acabó con un cambio de manos primoroso y unas manoletinas de rodillas que abrieron la posibilidad de una oreja que voló al fallar con el descabello.
Un mundo le costaba embestir al que abrió plaza, parado, sin vida, rajado y acobardado, con el que el torero colombiano, siempre bien colocado y en actitud pundonorosa, hizo lo que pudo, que fue, ni más ni menos, que exprimir las casi nulas posibilidades de su oponente.
Pero para cobarde el que salió en quinto lugar, un sobrero de Couto de Fornilhos, que huía despavorido de los capotes y durante más de diez minutos anduvo de un lado a otro del ruedo buscando la salida como loco. Fue el director de lidia, el citado Juan de Castilla, el que consiguió que acudiera al engaño antes de que los dos picadores le pegaran de lo lindo al manso ejemplar.
Isaac Fonseca, a quien correspondía el toro, hizo gala de una preocupante inhibición en los dos primeros tercios, y nada pudo hacer con la muleta ante un oponente sin posibilidad alguna de lucimiento. Más decidido, pero sin suerte, se mostró ante el deslucido sobrero de Montalvo, con el que se lució Juan Carlos Rey en la lidia y Curro Javier y Jesús Robledo Tito con las banderillas.
Y la mala suerte también se cebó con el albaceteño José Fernando Molina, muy vistoso a la verónica en sus dos toros; brindó al público el primero, pero el animal se partió una mano en el tercer muletazo y se acabó la historia. Volvió a brindar el último, que parecía el menos malo de la triste función, pero no quiso dejar mal a sus compañeros y tampoco dio opciones para el lucimiento.
Lo dicho: la de hoy ha sido una de esas tardes que hacen afición para cualquier espectáculo que no sean los toros.
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Hubo un momento, también es cierto, en que surgió un hilo de esperanza de la mano de Juan de Castilla, en la faena de muleta a su segundo toro —un sobrero de Las Ramblas—, con las fuerzas muy justas, noblón, de clase con cuentagotas, que, más que embestir, anduvo por la arena con poca gracia y menos empeño; pero su nobleza tontuna, siempre con la cara a media altura y sin celo alguno, permitió que el diestro colombiano ofreciera una válida muestra de su garbo torero, su insoslayable disposición y buenas y templadas maneras. De tal modo, se lució por ambos pitones, con muletazos despaciosos y preñados de gracia; acabó con un cambio de manos primoroso y unas manoletinas de rodillas que abrieron la posibilidad de una oreja que voló al fallar con el descabello.
Un mundo le costaba embestir al que abrió plaza, parado, sin vida, rajado y acobardado, con el que el torero colombiano, siempre bien colocado y en actitud pundonorosa, hizo lo que pudo, que fue, ni más ni menos, que exprimir las casi nulas posibilidades de su oponente.
Pero para cobarde el que salió en quinto lugar, un sobrero de Couto de Fornilhos, que huía despavorido de los capotes y durante más de diez minutos anduvo de un lado a otro del ruedo buscando la salida como loco. Fue el director de lidia, el citado Juan de Castilla, el que consiguió que acudiera al engaño antes de que los dos picadores le pegaran de lo lindo al manso ejemplar.
Isaac Fonseca, a quien correspondía el toro, hizo gala de una preocupante inhibición en los dos primeros tercios, y nada pudo hacer con la muleta ante un oponente sin posibilidad alguna de lucimiento. Más decidido, pero sin suerte, se mostró ante el deslucido sobrero de Montalvo, con el que se lució Juan Carlos Rey en la lidia y Curro Javier y Jesús Robledo Tito con las banderillas.
Y la mala suerte también se cebó con el albaceteño José Fernando Molina, muy vistoso a la verónica en sus dos toros; brindó al público el primero, pero el animal se partió una mano en el tercer muletazo y se acabó la historia. Volvió a brindar el último, que parecía el menos malo de la triste función, pero no quiso dejar mal a sus compañeros y tampoco dio opciones para el lucimiento.
Lo dicho: la de hoy ha sido una de esas tardes que hacen afición para cualquier espectáculo que no sean los toros.
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¡Un petardo!
Diez toros de cinco hierros distintos protagonizaron una tarde para el olvido en la que Juan de Castilla dio una meritoria vuelta al ruedo
elpais.com