sammie.cummerata
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Rodolfo Walsh es tan poco leído en España como Manuel Chaves Nogales en América Latina. Ambos tienen en común haber anticipado, con una potencia narrativa extraordinaria, el fenómeno de la 'non fiction' anunciado luego con bombos y platillos por Tom Wolfe. Las obras del español y del argentino están también cruzadas por la política, aunque desde posiciones antagónicas, y con similar suerte: el primero era un «pequeño burgués liberal» —ciudadano de una república democrática y parlamentaria—, y el segundo se transformó en un «peronista revolucionario», pieza fundamental de la organización Montoneros. Chaves Nogales , como se sabe, hizo ‘méritos’ de ecuanimidad para ser fusilado por los dos bandos de la guerra civil española, murió de amargura en el exilio y fue borrado de la cartografía cultural por unos y otros. Walsh escribió tres libros legendarios de investigación periodística, y fue ultimado por un comando de la dictadura de Videla. A veces, como en este caso, resulta falsa la idea de que «la historia la escriben los que ganan»: Walsh se convirtió en una suerte de ‘Che’ peronista, y su muerte no hizo más que agigantar el mito. En la Argentina, para algunos es un santo y para otros un demonio; después estamos los lectores que discriminamos la literatura de las ideologías e incluso de los pecados mortales de la vida. Para nosotros, Walsh habría sido un autor imprescindible fuera o no fuera «un mártir de izquierda». Claro está, si sus motivaciones hubieran estado a la derecha el autor seguiría probablemente en el ostracismo de la cancelación.Antes de radicalizarse, Rodolfo Walsh fue un traductor de Borges para el mercado norteamericano y un cuentista y antólogo famoso del género policíaco. Aunque más tarde abjuraría de esta última vocación, lo cierto es que de alguna manera la siguió ejerciendo en sus libros de denuncia, puesto que tanto ‘Operación Masacre’ como ‘¿Quién mató a Rosendo?’ y ‘El caso Satanowsky’ (su trilogía clásica) pueden ser leídos como novelas negras verídicas, donde el periodista cumple directamente el rol del detective. Si sus motivaciones hubieran estado a la derecha, el autor seguiría probablemente en el ostracismo de la cancelaciónEn el primer texto, Walsh devela una serie de fusilamientos perpetrados por la llamada Revolución Libertadora, que había derribado al régimen de Juan Perón. En la segunda, narra y desnuda el crimen de un sindicalista —Rosendo García— a manos de otros ‘pesos pesados’ de la central obrera. Finalmente, desmenuza el homicidio de Marcos Satanowsky, un abogado de origen judío, y también el encubrimiento político que tuvieron sus verdugos. Un detective periodístico de carne y hueso lucha, en cada uno de esos libros documentales, contra las versiones oficiales y resuelve cada enigma, y lo hace con el aliento del relato policíaco y viviendo su propia peripecia. Esta singularidad alrededor de la crónica latinoamericana es poco estudiada, siendo que Walsh es un patriarca de ella y que García Márquez lo acompaña en el sentimiento: Gabo también intentó que sus indagaciones respiraran un cierto aire de género. ‘Relato de un náufrago’ viene con el estilo y el perfume de las grandes odiseas del mar; ‘Miguel Littin, clandestino en Chile’ parece una película de suspense, y ‘Noticias de un secuestro’ emula las historias de mafias y pistoleros. Tanto Walsh como García Márquez escribían crónicas, pero veían en ellas una oportunidad para convertirlas secretamente en grandes narraciones de intriga y aventuras. En esa decisión crucial tal vez radique su perdurabilidad y su gran éxito.
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