Valentine_Larson
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La fascinación desatada en los últimos años por la obra literaria del periodista Manuel Chaves Nogales (1897-1944) se ha traspasado al teatro. Su biografía del torero Juan Belmonte inspiró a Angélica Liddell el espectáculo Liebestod en 2021. ¿Y cómo resistirse a llevar a escena al bailaor flamenco que cuenta su odisea durante la Revolución Rusa en El maestro Juan Martínez que estaba allí? Si en 2017 ya se estrenó una versión de esta obra firmada por Alfonso Lara, el director Xavier Albertí acaba de presentar en el Teatro de la Abadía de Madrid una austera adaptación en forma de monólogo pronunciado por el veterano Miguel Rellán, sobre el que recae todo el peso de la función.
El montaje se centra tanto en el intérprete que no hay mucho más que eso. Un actor recitando un texto narrativo reducido a su mínima expresión para que dure una hora, de manera que lo que queda es una narración puramente anecdótica. Un relato veloz que pasa por encima de las descripciones sobrecogedoras, casi fotográficas, de los cruentos episodios que atraviesa: un periplo de seis años por Estambul, San Petersburgo, Moscú, Kiev y Bucarest, sobreviviendo a los episodios más cruentos de la Revolución Rusa. Justo se elimina lo más poderoso y teatral de la escritura de Chaves Nogales.
Albertí repite la fórmula que tan buenos frutos le ha dado en temporadas recientes (El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar, Don Ramón María del Valle-Inclán y En mitad de tanto fuego): monólogos desnudos que lo fían todo al buen hacer de sus intérpretes, sin apenas intervención del director más allá de un apoyo sonoro o lumínico en momentos puntuales. Pero en esta ocasión el resultado no tiene densidad dramática. Escuchamos continuamente al personaje hablar de las atrocidades de las que es testigo, pero no las visualizamos ni las sentimos: ni en el texto (por las mutilaciones) ni en la interpretación de Miguel Rellán.
Se cree que Chaves Nogales trazó su personaje cruzando la biografía del bailaor Vicente Escudero con testimonios de otras personas que vivieron aquellos acontecimientos. Rellán lo compone en la tradición del pícaro que tira de ingenio para sobrevivir en las peores circunstancias. Básicamente con las manos: marcando gestos de artista simpático y subrayando la parte humorística del texto. Pero falta la hondura del flamenco. La tragedia de la guerra.
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El montaje se centra tanto en el intérprete que no hay mucho más que eso. Un actor recitando un texto narrativo reducido a su mínima expresión para que dure una hora, de manera que lo que queda es una narración puramente anecdótica. Un relato veloz que pasa por encima de las descripciones sobrecogedoras, casi fotográficas, de los cruentos episodios que atraviesa: un periplo de seis años por Estambul, San Petersburgo, Moscú, Kiev y Bucarest, sobreviviendo a los episodios más cruentos de la Revolución Rusa. Justo se elimina lo más poderoso y teatral de la escritura de Chaves Nogales.
Albertí repite la fórmula que tan buenos frutos le ha dado en temporadas recientes (El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar, Don Ramón María del Valle-Inclán y En mitad de tanto fuego): monólogos desnudos que lo fían todo al buen hacer de sus intérpretes, sin apenas intervención del director más allá de un apoyo sonoro o lumínico en momentos puntuales. Pero en esta ocasión el resultado no tiene densidad dramática. Escuchamos continuamente al personaje hablar de las atrocidades de las que es testigo, pero no las visualizamos ni las sentimos: ni en el texto (por las mutilaciones) ni en la interpretación de Miguel Rellán.
Se cree que Chaves Nogales trazó su personaje cruzando la biografía del bailaor Vicente Escudero con testimonios de otras personas que vivieron aquellos acontecimientos. Rellán lo compone en la tradición del pícaro que tira de ingenio para sobrevivir en las peores circunstancias. Básicamente con las manos: marcando gestos de artista simpático y subrayando la parte humorística del texto. Pero falta la hondura del flamenco. La tragedia de la guerra.
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