Un cenizo planetario

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27 Sep 2024
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«Acabo de conversar por teléfono con Donald Trump para felicitarle por su victoria electoral. España y EE.UU. somos socios, amigos y aliados estratégicos...». Con los pantalones metafóricamente por los tobillos y seguramente cerrando los ojos en un esfuerzo por resultar creíble, Sánchez anunciaba a la ciudadanía que, siete días después del triunfo del líder republicano sobre Harris, Trump le había cogido el teléfono y que desde La Moncloa le felicitó por su victoria después de que todo el semestre anterior se hartase de colocar al magnate el remoquete de cabecilla de la internacional ultraderechista, entre otros gruesos denuestos. Era uno de sus 'hits' en todos los mítines de la campaña de las europeas. Begoña se rompía las manos aplaudiendo. Lo cierto es que Sánchez tiene una puntería afinadísima a la hora de posicionarse verbalmente en el escenario internacional, tanto tino que casi siempre donde pone el ojo pone la perdigoná a la hora de relacionarse con otros líderes extranjeros. Varios ejemplos: se hartó de hablar mal de Giorgia Meloni, y la italiana ganó en las urnas casi de calle; se dejó la garganta poniendo de hoja perejil a Javier Milei y el argentino barrió al kirchnerismo desde Misiones a la Patagonia. Con ese currículum, hay líderes por el mundo adelante que ya prefieren evitar los elogios del preclaro líder del socialismo español pues suelen ser la antesala de su ruina. Toda la suerte personal que le acompañaba, esa proverbial flor en el tafanario que le adorna desde 2018, es una ramillete de cardos, un puñado de avispas en la entrepierna, para sus conmilitones de la izquierda mundial. Fue encomendarse al liderazgo de Olaf Scholz en Alemania para entre los dos «poner en marcha la agenda europea», allá por el pasado junio, e inmediatamente no sólo la UE consolidó su crisis galopante, aturdida por la decrepitud de su empuje, sino que fue entonces cuando se agudizaron las fatigas del canciller socialdemócrata, hasta tal punto ha convocado elecciones anticipadas para la próxima primavera. Sin salir de Alemania, Sánchez se ganó la 'amistad' eterna del líder de los populares europeos, Manfred Weber, cuando en un discurso en Estrasburgo le colocó el brazalete de la esvástica y el bigotillo hitleriano al preguntarse si era un nostálgico del Tercer Reich. Ahora se extraña que Weber le esté dando las fatigas de muerte en el examen de Teresa Ribera para ser comisaria. Atrás quedaron también sus unilateralismos (apenas secundado por un par de 'monaguillos') en materia de política exterior. Resultó patética la imagen de los socios europeos dándose la vuelta cuando Sánchez, tocado con la kufiya gazatí, se lanzó a encabezar una conga internacional para reconocer el Estado palestino, al tuntún, sin saber bien el territorio, las fronteras, el régimen político o el interlocutor con que España se tiene que relacionar.Está cogiendo Sánchez una tremenda fama de gafe... pero al menos anteayer Trump le cogió el teléfono.

 

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