Lamont_Ferry
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Un día de estos, Lola Soriano, 57 años, casada, dos hijos, profesora de primaria, bajará de su casa —un cuarto piso junto al barranco de Paiporta— y hará la compra como la hacemos los demás, con más o menos prisa, con más o menos ganas, olvidándose como nos olvidamos todos de meter en el carro justo lo que más necesitamos. Y volverá a bajar al supermercado, o no, qué más da, porque esos gestos —ir a la compra, tomarse un café en el bar de la esquina, coger el metro para plantarse en Valencia en siete minutos — no dejan huella, se dan por supuestos, y es lógico que sea así; lo raro sería que Lola, o cualquiera de nosotros, dijéramos a cada paso: qué bien, qué lujo, qué afortunados somos.
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Un café con corazón para salvarnos del barro
Hacer la compra en pueblos como Paiporta se convierte en una odisea, entre barricadas de escombros y mareas de fango
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