Ucrania, lo que sostiene la esperanza

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Para cualquiera de nosotros es difícil siquiera imaginar lo que significan mil días seguidos de guerra, los que llevan a las espaldas los ucranianos desde que Rusia iniciara una invasión injustificable que ha sembrado de dolor e incertidumbre aquel país, pero no ha logrado quebrar la esperanza de la mayor parte de su población. Por eso es importante tomar en consideración la experiencia de este pueblo, una experiencia en la que el factor de la fe cristiana está siendo decisivo, algo que non dejan entrever la mayor parte de las crónicas. En una reciente entrevista el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica, Sviatoslav Sevchuck reconoce que «cada día vemos con nuestros ojos la terrible cara de la muerte y de la destrucción , dice, sin embargo, a la vista de cómo hemos vivido estos mil días, prevalece el sentimiento, es más, la virtud de la esperanza, porque sin esperanza hoy es imposible seguir viviendo en Ucrania». Y para describirlo habla de algo muy a ras de tierra: «cuando vemos cómo los trabajadores de la infraestructura energética, después de un ataque con misiles, vuelven a empezar y al cabo de unas horas reparan los daños, cuando vemos a nuestros médicos que a pesar de los peligros ayudan a sacar a la gente de las casas destruidas, a salvar vidas, entonces vemos que, junto con el dolor, hay esperanza».Dice el arzobispo Sevchuck que la guerra ha hecho que caigan todas las máscaras y ha desvelado la grandeza y también la debilidad del ser humano, y señala que cuando ves temblar tu casa y oyes el horrible estruendo de las bombas , es como si estuvieras en una noche espiritual y gritaras: «Señor, ¿dónde estás, por qué me has abandonado?» Es entonces cuando este Dios que parecía haberse oscurecido se hace presente, y el hecho es que la Iglesia asiste hoy en Ucrania a un fenómeno de profunda conversión. En medio de un dolor y de una vulnerabilidad extremos, se pone de manifiesto que «la palabra del Evangelio es verdaderamente vida, es capaz de traer el poder de Dios, la esperanza, la capacidad de renovar nuestros recursos humanos y espirituales». Y como si sintiera nuestro escepticismo añade: «no se trata de una frase bonita o una metáfora: con mis propios ojos he visto que, cuando proclamaba la palabra de Dios, esta palabra daba vida literalmente a las personas, ¡un milagro!». Recientemente he escuchado a una amiga, testigo del drama de la invasión de Ucrania, que «no podemos poner nuestra esperanza en la victoria , en la patria, ni en la deseada paz… sino sólo en la conciencia de que hemos encontrado un amor más grande que el mal, una presencia que es el significado del mundo». Que una parte de la sociedad ucraniana atesore esta conciencia es, seguramente, la clave de una resistencia que aún nos asombra, y que no tiene nada que ver con el fanatismo nacionalista.

 

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