katharina.kutch
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Alguien se ha equivocado gravemente hoy en Pamplona, o la Casa de Misericordia, que ha comprado los toros, o el ganadero o la autoridad que los ha aprobado. Esta no era una corrida para la llamada Feria de Toro. Y no es excusa que haya habido problemas de cornadas en los corrales. Hay que tener un plan b antes de que salgan al ruedo toros impresentables de presencia, a excepción del cornalón quinto, bonitos de hechuras pero impropios de este ciclo. Y por si faltara algo, han tenido los seis un manso comportamiento en los caballos, han doblado las manos en exceso, y la nobleza la han emborronado con la sosería y la falta de casta y celo. En dos palabras, una corrida tullida y birriosa que ha dado al traste con las buenas intenciones de tres toreros que han brillado por su disposición y sus deseos de triunfo, que no ha sido posible por el pésimo juego de los toros, y también por el desacertado manejo de los aceros.
Debut y despedida sería el juicio correcto para esta divisa de toros artistas, acostumbrada al triunfo, que ha demostrado que no tenía toros para Pamplona, y los que han venido han dejado por los suelos el prestigio de la casa.
Con ellos se han anunciado tres toreros de las llamadas figuras con necesidad de triunfar en esta plaza de tanto eco; Talavante, porque no acaba de romper el año con la fuerza arrolladora que se preveía; Luque, porque no tuvo suerte en Madrid, y Ortega porque debía reverdecer su condición de artista que puso de manifiesto en la ya lejana Feria de Abril.
Pero no ha sido posible. Y los tres lo han intentado de verdad, pero su afán se ha estrellado con las muy escasas condiciones de los toros.
Talavante, por ejemplo, ha tenido delante dos mansos esaboríos, muy descastado e inservible el primero, y birrioso el otro, con los que ha intentado justificarse con pases sueltos, insulsos todos ellos, y no ha conseguido trofeo alguno a pesar de que al segundo lo recibió con dos faroles en el tercio, comenzó de rodillas la faena de muleta y la acabó con manoletinas. Pues, no; debió conformarse con sendas ovaciones.
Luque venía a por todas, dispuesto a dar un sonado golpe en la mesa de su magisterio contrastado. Luchó en buena lid contra pésimos elementos, un toro primero noble y sin casta alguna, con el que anduvo sobrado y al que robó algunos muletazos meritorios en una faena larga que cerró con ceñidas bernadinas; pero mató mal y voló un más que posible trofeo. También alargó la faena del quinto, el toro más serio de la corrida, manso como los demás, incierto y deslucido, con el que se jugó el tipo en una labor comprometida y valerosa, muy por encima de la brusquedad de su oponente.
Cerraba la terna Juan Ortega, que debutaba en San Fermín, y, desde el primer momento, se le vio con intenciones de regar la plaza con algunas pinceladas de su artístico concepto del toreo. Ni un capotazo pudo dar (la corrida entera, suelta y distraída, impidió el toreo en el primer tercio), y muleta en mano, tres trincherazos garbosos en el tercero, al que le costaba un mundo embestir, y unos iniciales ayudados por bajo en el sexto. Al menos, pudo dejar constancia de su entrega en un ambiente reñido con la inspiración, entre los compases a destiempo de la banda de música, que toca sin motivo, y el ruidoso canto de los tendidos de sol, ahítos de comida y bebida a esas alturas de la película.
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Debut y despedida sería el juicio correcto para esta divisa de toros artistas, acostumbrada al triunfo, que ha demostrado que no tenía toros para Pamplona, y los que han venido han dejado por los suelos el prestigio de la casa.
Con ellos se han anunciado tres toreros de las llamadas figuras con necesidad de triunfar en esta plaza de tanto eco; Talavante, porque no acaba de romper el año con la fuerza arrolladora que se preveía; Luque, porque no tuvo suerte en Madrid, y Ortega porque debía reverdecer su condición de artista que puso de manifiesto en la ya lejana Feria de Abril.
Pero no ha sido posible. Y los tres lo han intentado de verdad, pero su afán se ha estrellado con las muy escasas condiciones de los toros.
Talavante, por ejemplo, ha tenido delante dos mansos esaboríos, muy descastado e inservible el primero, y birrioso el otro, con los que ha intentado justificarse con pases sueltos, insulsos todos ellos, y no ha conseguido trofeo alguno a pesar de que al segundo lo recibió con dos faroles en el tercio, comenzó de rodillas la faena de muleta y la acabó con manoletinas. Pues, no; debió conformarse con sendas ovaciones.
Luque venía a por todas, dispuesto a dar un sonado golpe en la mesa de su magisterio contrastado. Luchó en buena lid contra pésimos elementos, un toro primero noble y sin casta alguna, con el que anduvo sobrado y al que robó algunos muletazos meritorios en una faena larga que cerró con ceñidas bernadinas; pero mató mal y voló un más que posible trofeo. También alargó la faena del quinto, el toro más serio de la corrida, manso como los demás, incierto y deslucido, con el que se jugó el tipo en una labor comprometida y valerosa, muy por encima de la brusquedad de su oponente.
Cerraba la terna Juan Ortega, que debutaba en San Fermín, y, desde el primer momento, se le vio con intenciones de regar la plaza con algunas pinceladas de su artístico concepto del toreo. Ni un capotazo pudo dar (la corrida entera, suelta y distraída, impidió el toreo en el primer tercio), y muleta en mano, tres trincherazos garbosos en el tercero, al que le costaba un mundo embestir, y unos iniciales ayudados por bajo en el sexto. Al menos, pudo dejar constancia de su entrega en un ambiente reñido con la inspiración, entre los compases a destiempo de la banda de música, que toca sin motivo, y el ruidoso canto de los tendidos de sol, ahítos de comida y bebida a esas alturas de la película.
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Tullidos y birriosos
Una muy deslucida corrida de Domingo Hernández, mal presentada, mansa, blanda y descastada, impide el triunfo de tres toreros voluntariosos
elpais.com