Maximilian_Stark
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La importancia de unos buenos asesores la conoce hasta el último de los queridos niños, esa versión infantilizada del ciudadano que sólo come turrón del suyo, es decir, que políticamente consume con gusto las mentiras que le resultan propicias y rechaza entre aspavientos las del rival. Cuando se aproxima al estudio de los asuntos públicos saborea el modo en que los asesores profesionales enfocan un conflicto. Si además tiene instinto teatral, algo que casi todos poseemos desde la primera trola que colamos en casa, degusta la sofisticación de cada maniobra para que un líder político se sacuda la responsabilidad o ponga en el punto de mira el error ajeno para excusar el propio. Pero si algo le divierte infinito es el modo en que estos habilidosos creadores del relato público dirigen la lupa hacia un lugar concreto. Hoy, antes de que uno aprenda a cortarse las uñas por sí solo ya sabe perfectamente que lo que le están contando es producto de una fabricación. Quizá hace años pudiera existir un grado de inocencia en los votantes, pero llegados al punto de cocción en el que estamos no hay comensal que no sepa distinguir los ingredientes del plato. Y los ingredientes no son ni sanos ni nutritivos, más bien ácidos y corrosivos.
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