Gabe_Flatley
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El partido tenía todos los ingredientes de la Copa del Rey, con dos equipos de muy diferentes categorías, un campo de césped artificial y una grada repleta e ilusionada. Algunos aficionados veteranos recordaban «como si fuera ayer» que ambas escuadras se habían enfrentado hacía medio siglo, en Segunda división. Los catalanes consiguieron entonces un empate a cero ante jugadores que hoy son leyendas del Betis, como Esnaola, Bizcocho o Biosca. Aquel día, los béticos empezaron el partido vistiendo la segunda equipación del equipo local porque se había extraviado el transporte que traía sus camisetas. Viendo ayer al Sant Andreu con su uniforme Meyba, era imposible no rememorar viejos tiempos, cuando también el Betis vestía esa marca.Es uno de los encantos de la Copa del Rey: permite que clubs históricos, que vivieron mejores momentos, se reencuentren compitiendo contra equipos de entidad en un torneo de primer nivel. La hipermotivación de un equipo de barrio jugando contra otro de la élite se da por descontado, pero lo que sorprendió fue, sobre todo, la calidad de los futbolistas del Sant Andreu. Por su parte, el Betis, después de los últimos fiascos en Liga y Conference, salió a por el encuentro, con agresividad, lejos de la soberbia y la pasividad de la que había hecho gala en anteriores partidos contra equipos inferiores.El anfitrión jugó de tú a tú a su adversario e, incluso, le superó por momentos, con brillantez. Los verdiblancos solo pudieron adelantarse en el minuto 25 a balón parado, en una falta lanzada por el Chimy Ávila. El delantero argentino no celebró el gol: se fue hacia la hinchada verdiblanca y gesticuló pidiendo perdón, sin duda por el bochorno que los aficionados béticos han padecido en los últimos encuentros. No está de más el gesto, pues constituye una asunción de responsabilidad y la conciencia de que se puede perder, como ocurrió en el último partido europeo, pero no mostrando una apatía que resulta una ofensa para el seguidor de tu equipo.Tras el gol, el equipo local no se desmotivó y en el minuto 36 el más habilidoso de los jugadores catalanes —Sergi Serrano— remató a puerta tras una magnífica jugada de combinación. Los dos equipos se fueron al descanso empatados a goles y sacrificio, como en aquel partido disputado hace 50 años, que acabó en tablas.Los que no son futboleros y están hartos de tanto fútbol —cosa que comprendo— se preguntan qué tiene ese deporte que tanto fascina. Una de sus virtudes radica en que nada está escrito de antemano. Como existen tantos condicionantes, el desenlace es incierto. Los jugadores béticos acusaron el nerviosismo tras el gol del Sant Andreu. El Betis cayó en un exceso de brusquedad y cierto aceleramiento, sin manejar los tiempos con templanza, como sabe hacer Lo Celso, desaparecido ayer. La ansiedad es el peor compañero para elaborar jugadas con calma. A los jugadores locales, por el contrario, se les vio alegres, compaginando el ímpetu con la certeza de que habían de jugar relajados, sin que se les atenazaran las piernas. En un partido de fútbol influyen más factores que la calidad técnica de los futbolistas. Por eso nunca se sabe lo que puede ocurrir. Y por eso volvieron al estadio Narcís Sala aquellos veteranos aficionados, soñando con que, en el fútbol, más que en cualquier otro ámbito de la vida, cualquier cosa es posible.Ciertamente, cualquiera pudo ganar; ambos hicieron méritos equivalentes. En el minuto 58, el Sant Andreu no se adelantó porque uno de sus jugadores se interpuso en un disparo que ya entraba a puerta. El Betis ganó de penalti en el minuto 80. Y cerró el encuentro con un tercer tanto en el 95. El partido me dejó pensativo: igual el fútbol no es tan excepcional y, como suele pasar en la vida, la suerte sonríe al poderoso.
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