‘Tres mil años esperándote’: el proyecto suicida de George Miller

wrosenbaum

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Las carreras de los cineastas son a veces inescrutables, sobre todo en el último trecho, cuando los artistas han superado con creces la edad de jubilación y, como seres humanos que son, dudan entre la comodidad de los proyectos fáciles, el plácido y merecido retiro o la zambullida en una última aspiración personal, por dificultosa que esta resulte.

A mediados de la segunda década de los 2000, pocos daban un duro por la revitalización de la carrera de George Miller, de entonces 70 años de edad, que había vivido su momento más creativo a finales de los setenta y principios de los ochenta con la saga Mad Max, y un cierto decaimiento creativo no exento de comercialidad a finales de los ochenta y en los noventa con Las brujas de Eastwick, El aceite de la vida y Babe, el cerdito valiente. Los 15 primeros años del nuevo siglo se habían saldado con dos obras menores de animación, de la serie Happy Feet, y Road to Maracana, la película oficial del Mundial de Fútbol de Brasil de 2014. Es decir, decadencia creciente. Y, sin embargo, cuando ya pocos le esperaban, la espectacular Mad Max: Furia en la carretera (2015), en modo alguno una producción fácil de pergeñar y filmar, llegó en forma de estruendosa resurrección. Miller vivía, en lo artístico, y de qué manera. De hecho, en estos días de verano de 2022 rueda Furiosa, la precuela de Furia en la carretera.

Ahora bien, entre una y otra, siete años de margen, a Miller le ha dado tiempo para realizar, con dificultades y en pandemia, un proyecto suicida, esta Tres mil años esperándote que hoy se estrena en España tras cosechar críticas muy desiguales en el festival de Cannes. Un elogio de la narración, del arte de contar historias, de la fábula, de la retórica y de la poética, de la ancestral y maravillosa costumbre popular de contar cuentos. Una obra, eso sí, con apenas unas gotas de buen cine y, en materia comercial, con un público incierto al que dirigirse pues, pese a su espíritu de fantasía, no es un título para chavales y su trascendencia adulta se queda corta.

Basada en el libro de relatos de la prestigiosa escritora británica A. S. Byatt, The Djinn in the Nightingale’s Eye, claramente inspirado en Las mil y una noches, narra el encuentro entre una doctora en literatura, mujer sabia, independiente y sin ataduras, y un genio encerrado en una botella que le ofrece la posibilidad de concederle tres deseos. El fondo de las situaciones, de los textos y de los subtextos, tiene material interesante, sobre todo en lo relacionado con el multiculturalismo, con la naturaleza del deseo y con ese estado del ser humano en paz, sabio para algunas culturas, por no vincular su existencia a la ambición.

Sin embargo, tres aspectos bien distintos suponen una losa para Tres mil años esperándote. Lo horrenda que es visualmente, con esa fotografía digital contrastada y retocada hasta lo indecible, material kitsch de proyecto de poca enjundia y discutible estilo. Lo episódica que resulta, sin que ninguno de sus tres segmentos fabuladores enganchen al espectador. Y que las historias se cuenten en lugar de desarrollarse, fórmula radicalmente alejada de la naturaleza del cine.

Que la acción en presente —las conversaciones entre la literata y el genio que van dando paso a los relatos— esté ambientada en una gélida habitación de hotel con ellos en albornoz tampoco ayuda a que la fea impresión visual se matice. Y su defensa de la tradición oral, del placer de la narración, parece enfrentada a la fragmentación de la película y a un trecho final en Londres, de esencia romántica, que parece no tener final por sus sucesivos desenlaces.

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