‘Tres colores’ de Kieslowski: qué trilogía tan hermosa

Roman_Torphy

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27 Sep 2024
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Existe un poema que comienza afirmando algo tan devastador como: “Cuando ya nada se espera personalmente exaltante”. Es la sensación que me asalta desde hace demasiado tiempo cuando veo la inmensa mayoría de las películas, tan largas como prescindibles. Y para mí el cine siempre ha sido algo personal, algo que puede alimentar el alma, donar sensaciones impagables. Pero el desánimo es alarmante observando la cartelera. Y la tradición confirma que la programación durante el mes de julio y hasta finales de agosto está enamorada de los saldos y de cositas nada estimulantes.

Por ello, supone una sorpresa muy grata que repongan en las salas de cine una trilogía que lleva la firma de un director polaco llamado Krzysztof Kieslowski, siempre turbador, sombrío y luminoso, transmisor de emociones y de historias tan inquietantes como impredecibles, poseedor de un estilo visual poderoso e inimitable. Los festivales de cine, tan sospechosos ellos siempre en su consideración del cine artístico, de autor, babeante con las modas culturales, tan efímeras y cargantes la mayoría de ellas, adoraban el cine de este hombre, pero Kieslowski también era capaz de sorprender y tocar la fibra emocional de muchos espectadores normales. Sin hacer concesiones, creando un universo enigmático y conmovedor.

Irène Jacob, en 'Rojo'.

Kieslowski me sobresaltó inicialmente con No amarás y No matarás. También con La doble vida de Verónica y el interrogante de si los seres humanos podemos encontrarnos con un doble nuestro. Y me enamoró directamente con Tres colores: Azul, Blanco y Rojo. No solo de sus argumentos y de la estética con la que están narrados. También de dos de sus protagonistas femeninas. Juliette Binoche en Azul e Irène Jacob en Rojo. El pretexto para reponer esta memorable trilogía, que va a iniciarse con Azul en una veintena de pantallas de todo el país, es que las copias han sido digitalizadas. Cualquier pretexto es bueno para sentirte embrujado en una sala de cine. Y ya sé que estas películas pueden figurar en el catálogo de alguna plataforma, o que algunos todavía guardamos su recuerdo en formatos de DVD y Blu-ray, pero puede ser bonito recobrarlas en su espacio natural.

Julie Delpy, en 'Blanco'.

Azul habla de una mujer rota por la muerte en accidente de su marido, un brillante compositor de música clásica, y de su hija. A su inconsolable depresión le ocurrirán otros descubrimientos escalofriantes sobre la doble vida del fallecido, que ha dejado inacabada una pieza con pinta de obra maestra. Kieslowski y su habitual coguionista, Krzysztof Piesiewicz, retratan la soledad, la parálisis emocional y la devastación del alma como pocas veces se ha hecho en la historia del cine. También la milagrosa resurrección en nombre de la generosidad. Las imágenes y los sonidos funcionan con una armonía deslumbrante. Blanco es muy extraña durante largo tiempo y al final todo adquiere sentido. Es la historia de un hombre abandonado por su mujer en París y que emprende una nueva y tortuosa existencia en Polonia en su obsesión por recuperarla. Es una comprensible historia de amor. Y Rojo muestra la complicada relación entre una modelo joven y pura, desconcertada sentimentalmente, con un juez jubilado, ferozmente solo, misógino y descreído, que no sale de su casa y se dedica a espiar las miserias de sus vecinos a través de las ventanas y pinchando sus teléfonos.

Siento añoranza del cine que hacía este director tan lúcido y lírico como desasosegante. De las atmósferas que creaba, de su carnalidad, de su espiritualidad. Y flipé cuando alguien tan singular y profundo repitió durante una cena en San Sebastián tres platos de alubias. Tampoco desdeñaba el alcohol. Su cine sería atormentado y a veces místico, pero sus apetitos eran muy humanos. Qué bien.

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