fruecker
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Ocho años después de dirigir Incendios, obra cumbre de Wajdi Mouawad, Mario Gas ha vuelto a sumergirse en el universo trágico del dramaturgo franco-libanés con Todos pájaros, pieza que el propio Mouawad estrenó en el Théâtre de la Colline de París en 2017. Ambas tienen muchos puntos en común. Una historia personal atravesada por una guerra político-religiosa interminable. La identidad individual frente a la herencia familiar. El azar como herramienta secreta del destino, a la manera de los clásicos grecolatinos, lo que da lugar a tramas un tanto rocambolescas. Todo ello expresado siempre con un lenguaje simbólico y poético que produce una vibración muy especial, que carga el escenario de una emoción contenida, pero sostenida. En ese aspecto recuerda sin duda al canadiense Robert Lepage, que fue su mentor cuando vivía en Quebec.
La leyenda persa del pájaro-anfibio vertebra esa vibración en Todos pájaros: es un ave al que le crecen branquias porque sueña con nadar con peces. Mouawad utiliza esta metáfora para abordar el conflicto palestino-israelí a través de la historia de una pareja en la que confluyen dos mundos opuestos, como en el pájaro-anfibio: un judío alemán y una árabe estadounidense. La feliz historia de amor que inician en Nueva York, en principio ajena al rencor que se profesan los pueblos de sus antepasados, se ve finalmente arrollada por ese contexto y el peso de sus respectivos orígenes cuando viajan juntos a Jerusalén y una bomba estalla en su camino. Ahí está la clave de la tragedia: los enamorados proclaman que el dolor y el odio no se transmiten con los genes, pero finalmente terminan arrastrados por esa herencia. Pero así como en Incendios se desarrollaba sin estridencias, aquí Mouawad la subraya y retuerce demasiado. Hasta el punto de que algunos giros argumentales resultan retorcidos.
A pesar de ello, se trata de una obra conmovedora en su conjunto. Gracias, sobre todo, a esa vibración sostenida que subrayábamos antes. Eso es justo lo que falta en la puesta en escena de Mario Gas. Es un problema de atmósfera: la afectación en los gestos o la manera de decir el texto le quita verdad, emoción y carga trágica. Y eso que el reparto está formado por actores solventes: Aleix Peña Miralles, Candela Serrat, Vicky Peña (en sustitución de Núria Espert, que tuvo que dejar la producción en la fase final de ensayos por problemas de salud), Manuel de Blas, Pere Ponce, Anabel Moreno, Lucía Barrado, Juan Calot, Núria García y Pietro Olivera. No es que ellos estén mal de manera individual, es que parten de un tono artificioso. Hay que subrayar, no obstante, que Candela Serrat consigue modularlo mejor que el resto.
La artificiosidad también va en detrimento de la poesía. Mario Gas intenta introducirla con sonidos, música y una pantalla de fondo sobre la que se proyectan de forma permanente imágenes conceptuales o vídeos de paisajes, pájaros, peces, bombardeos, noticiarios. Pero tiene tanto protagonismo esa pantalla que el recurso acaba resultando machacón y pierde eficacia. Tal vez habría sido mejor utilizarlo puntualmente. Lo que sí resulta acertado es la escenografía minimalista, diseñada por Sebastià Brosa: no es necesario recargar más la tragedia.
La obra, además, pierde mucho al ser traducida al español, pues la lengua materna de los personajes tiene un papel crucial en la historia. De hecho, Mouawad la escribió pensando en que fuera interpretada en esos idiomas (árabe, hebreo, inglés y alemán) y así fue como lo ejecutó en la escenificación que estrenó en París.
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La leyenda persa del pájaro-anfibio vertebra esa vibración en Todos pájaros: es un ave al que le crecen branquias porque sueña con nadar con peces. Mouawad utiliza esta metáfora para abordar el conflicto palestino-israelí a través de la historia de una pareja en la que confluyen dos mundos opuestos, como en el pájaro-anfibio: un judío alemán y una árabe estadounidense. La feliz historia de amor que inician en Nueva York, en principio ajena al rencor que se profesan los pueblos de sus antepasados, se ve finalmente arrollada por ese contexto y el peso de sus respectivos orígenes cuando viajan juntos a Jerusalén y una bomba estalla en su camino. Ahí está la clave de la tragedia: los enamorados proclaman que el dolor y el odio no se transmiten con los genes, pero finalmente terminan arrastrados por esa herencia. Pero así como en Incendios se desarrollaba sin estridencias, aquí Mouawad la subraya y retuerce demasiado. Hasta el punto de que algunos giros argumentales resultan retorcidos.
A pesar de ello, se trata de una obra conmovedora en su conjunto. Gracias, sobre todo, a esa vibración sostenida que subrayábamos antes. Eso es justo lo que falta en la puesta en escena de Mario Gas. Es un problema de atmósfera: la afectación en los gestos o la manera de decir el texto le quita verdad, emoción y carga trágica. Y eso que el reparto está formado por actores solventes: Aleix Peña Miralles, Candela Serrat, Vicky Peña (en sustitución de Núria Espert, que tuvo que dejar la producción en la fase final de ensayos por problemas de salud), Manuel de Blas, Pere Ponce, Anabel Moreno, Lucía Barrado, Juan Calot, Núria García y Pietro Olivera. No es que ellos estén mal de manera individual, es que parten de un tono artificioso. Hay que subrayar, no obstante, que Candela Serrat consigue modularlo mejor que el resto.
La artificiosidad también va en detrimento de la poesía. Mario Gas intenta introducirla con sonidos, música y una pantalla de fondo sobre la que se proyectan de forma permanente imágenes conceptuales o vídeos de paisajes, pájaros, peces, bombardeos, noticiarios. Pero tiene tanto protagonismo esa pantalla que el recurso acaba resultando machacón y pierde eficacia. Tal vez habría sido mejor utilizarlo puntualmente. Lo que sí resulta acertado es la escenografía minimalista, diseñada por Sebastià Brosa: no es necesario recargar más la tragedia.
La obra, además, pierde mucho al ser traducida al español, pues la lengua materna de los personajes tiene un papel crucial en la historia. De hecho, Mouawad la escribió pensando en que fuera interpretada en esos idiomas (árabe, hebreo, inglés y alemán) y así fue como lo ejecutó en la escenificación que estrenó en París.
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