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Diego Fonseca
Guest
El speaker del Palacio de los Deportes José María Martín Carpena todavía no había terminado de hacer la presentación de la eliminatoria de cuartos de final de la Copa Davis entre España y Países Bajos cuando el público, que había visto unos segundos antes la cara de Rafa Nadal en la pantalla central del estadio sollozando y con los ojos vidriosos, empezó a vociferar “¡Rafaaaaa, Rafaaaa!” como si se le fuera la vida en ello o como si fuera ya la última vez que iban a gritar su nombre esta tarde en la central del recinto malagueño. 23 años después de su debut en la élite, tras 22 Grand Slams y tantas y tantas tardes de gloria y remontadas épicas que aún ahora parecen inalcanzables, los 9.700 espectadores que acudieron a la pista —aforo completo desde hace mes y medio, reventa a precio de oro— no venían solo a presenciar la Davis, sino sobre todo a ver uno de los últimos bolos del balear —el definitivo si el equipo español no remonta el cruce— y a agradecerle lo que les hizo sentir una y otra vez durante más de dos décadas frente al televisor: la felicidad de que sí, de que aunque esta tarde ya no porque el tiempo pasa inexorable para todos, claro que se puede.
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Todos creían en Nadal en el Martín Carpena de Málaga
El público se vuelca con Rafa para agradecerle una carrera irrepetible en la derrota ante Van de Zandschulp (6-4, 6-4, 1h 53m), su último partido como profesional, en donde mostró que su cuerpo está físicamente al límite
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