Todo ocurre por algo, lo que vivimos tiene significado: por qué nos fascinan las casualidades

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27 Sep 2024
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Este otoño hará medio año de la muerte de Paul Auster, que tenía fijación por los juegos del azar. De hecho, contaba que un número de teléfono equivocado inspiró su célebre novela Ciudad de cristal. Al parecer, recibió una llamada nocturna en la que le preguntaban con urgencia por la agencia de detectives Pinkerton. Tras aclarar que se había equivocado, esa llamada se repitió la noche siguiente. El escritor y guionista estadounidense dio la misma repuesta, pero empezó a acariciar una idea: si la tercera noche se producía el mismo error, diría que era detective e iniciaría la investigación. Esa llamada no se produjo, pero en el campo de la ficción sí, dando inicio a la primera novela de la llamada Trilogía de Nueva York.

La lotería del destino seguiría presente a lo largo de su carrera, con novelas como La música del azar. De hecho, la fascinación de Auster por las coincidencias le llevó a escribir todas las que había vivido en El cuaderno rojo. Entre las muchas que reúne, cuenta que un amigo suyo estuvo meses tratando de localizar cierto libro que era tan excepcional como difícil de encontrar. Ansioso por leerlo, pasó por decenas de librerías y rastreó catálogos, todo sin éxito. Cuando ya se daba por vencido, una tarde que había tomado un atajo por la estación de trenes de Grand Central, subió por las escaleras que llevan a la neoyorquina avenida de Vanderbilt. Y fue allí donde, de repente, vio a una muchacha apoyada en la baranda con un libro en la mano: el que llevaba meses buscando desesperadamente. El amigo de Auster no solía hablar con desconocidos, pero estaba tan asombrado que le confesó a la joven que llevaba mucho tiempo buscando aquel libro. “Es estupendo”, dijo ella. “Acabo de terminar de leerlo”. Segunda casualidad. Si ya era difícil que aquella obra inencontrable en librerías con miles de títulos apareciera en las manos de una desconocida, que justo lo hubiera terminado de leer en el instante que él la había descubierto era demasiado.

El protagonista de esta historia preguntó a la chica dónde podía comprar un ejemplar como aquel, enfatizando que significaba mucho para él. Ella se lo regaló y el amigo de Auster primero se resistió a aceptarlo, diciendo a la joven que era suyo. “Era mío”, respondió ella, “pero ya lo he acabado, y he venido hoy aquí para dártelo”. En la resolución de este encuentro, quizás la lectora se recreó en la situación para darle un final enigmático, pero eso no resta magia a esta coincidencia. Entre los millones de libros que existen, ¿qué probabilidad había de que la chica de las escaleras hubiera acabado de leer justo el incunable que el otro buscaba?

Solemos pensar en clave de causa y efecto, pero en casos como este no encontramos una causa racional que explique el suceso. ¿Es azar? ¿Casualidad? ¿Una causalidad de origen oculto? El psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Gustav Jung lo llamaba sincronicidad, que definía como la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de una manera no causal.

Todo el mundo experimenta de forma cotidiana estas casualidades significativas. Un viejo amigo te viene a la memoria, tras largo tiempo sin acordarte de él, y justo entonces se pone en contacto contigo. O una sincronicidad más común aún: piensas en una canción y la persona delante de ti empieza a tararearla.

Para Jung, que al final de su vida publicó el libro Sincronicidad: Un principio conector acausal, bajo muchas de estas coincidencias hay una causalidad que no se ha descubierto aún. Quizás nos fascinan, justamente, porque apuntan a un orden oculto dentro de nuestro mundo caótico. Aunque gran parte de la población haya dejado de ser creyente, nos gusta pensar que todo ocurre por algo o para algo, que al final lo que vivimos tiene un significado. Es el hombre en busca de sentido, como la obra del psiquiatra austriaco Viktor Frankl. Las sincronicidades serían, desde este punto de vista, pistas que nos revelan el rumbo secreto de nuestra vida. Y cuanto más atentos estemos a ellas, mayor número seremos capaces de detectar.

Volviendo a Paul Auster, en su libro Creía que mi padre era Dios seleccionó historias reales que los oyentes enviaban a un programa de la radio pública que dirigió. Muchas tienen que ver con esta clase de sucesos. Un hombre de Oregón aseguraba que cada vez que había visto un neumático rodando por la carretera, cosa que le había ocurrido varias veces, le había surgido una oportunidad de trabajo.

Podemos pensar que es solo azar, pero Carl Gustav Jung sugería que, al igual que los sueños, las sincronicidades nos orientan sobre decisiones que necesitamos tomar o bien nos preparan para un cambio a punto de acontecer.

Los pájaros de Jung​


— En su libro sobre la sincronicidad, el psiquiatra suizo señala que esta se da en “un acontecimiento simultáneo de un cierto estado psíquico con uno o más sucesos externos” que parecen ser significativos.

— A modo de ejemplo, escribe que la esposa de un paciente le contó que a la muerte de su madre y a la de su abuela había observado un mismo fenómeno: una bandada de pájaros se había reunido en las ventanas de la cámara mortuoria, como si estuvieran allí para despedir a la fallecida.

— Un tiempo después, el paciente de Jung, que era un cincuentón, fue a hacerse unas pruebas de corazón tras notar algunas molestias. El especialista no encontró motivo de alarma. Sin embargo, nada más salir de la consulta sufrió un colapso y llegó moribundo a su casa.

— Su esposa le esperaba muy asustada ya que, al poco de que saliera hacia el médico, una bandada de pájaros se había posado en su casa.

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