Adah_Berge
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Cien años antes de lo que narra Till: el crimen que lo cambió todo, se suponía que Abraham Lincoln había decretado con su victoria militar el final en Estados Unidos de una legitimada y salvaje aberración llamada esclavitud. Y, por supuesto, debieron de cambiar algunas cosas, pero no la consideración de gran parte de la población blanca sobre la distinción de razas y su convicción de que los derechos no pertenecían a los negros, que estos siempre serían ciudadanos, o simplemente, animales de tercera clase. El Ku Klux Klan perduró como el brazo armado de tantos racistas y patriotas supuestamente honorables. Y casi siempre resultaban impunes sus crímenes, atropellos y abusos. Abundaban los jueces y los jurados que comprendían la ira y la venganza de los caballeros blancos cuando acorralaban a los negros que se habían desviado de su ancestral condición de esclavos.
Y lo que cuenta Till es escalofriante. Porque no es una ficción, no ha nacido de la imaginación de un guionista. Esta atrocidad también sirvió para que cambiaran algunas cosas en la vida real. Ocurrió en 1955. En un pueblo del Misisipi. Emmett Till, un desinhibido chaval de Chicago fue a ese pueblo para visitar a unos parientes. Su madre aceptó con temblores ese viaje. Sabía que el Sur profundo entrañaba peligro y que su niño mostraba demasiada alegría y libertad en las calles. Y en ellas hay fanáticos. O gente de orden que les comprenden. Ese crío de 14 años le habla a la dueña blanca de una tienda. Tiene la imperdonable osadía de decirle a esa señora con admiración que parece una actriz de cine. Dos noches más tarde es secuestrado en su casa por un par de hombres blancos. No se limitarán a asesinarle. Antes le torturarán hasta hacer irreconocible su rostro y su cuerpo.
Que se rodara esta película se convirtió en una obsesión para la proteica actriz negra Whoopi Goldberg. Quería interpretar a la madre de Emmet Till. El viejo proyecto se retrasó muchos años. Goldberg la produce y también interpreta a la abuela. Y le encargan la dirección a una directora nigeriana llamada Chinonye Chukwu. El guion se centra en la férrea determinación de la madre para que los asesinos sean juzgados. También en mostrar a la opinión pública la atrocidad que cometieron con su cachorro. No consiente que lo dulcifiquen mediante el maquillaje de cadáver, pretende que el mundo observe el horror que practicaron con su hijo, que este tome conciencia de las barbaridades que sufría la gente de su raza. Y esta decisión será fundamental para el nacimiento y desarrollo de la lucha por los derechos civiles. Martin Luther King se pondrá al frente de ella y también le mandarán a otro barrio. El juicio a los asesinos de Till fue una farsa más. Los asesinos no fueron condenados. Murieron de viejos en sus camitas. Aunque antes cobraran una pasta de una revista admitiendo su culpabilidad.
El tema conmociona, pero la forma de contarlo no me parece brillante. Hay momentos que parecen funcionar con estructura y aroma de telefilme. Y es muy molesto que la música esté presente en casi todas las secuencias. Es un recurso tan pobre como agobiante. Se supone que te debe conmover la forma con la que está contada la historia, las imágenes, los diálogos, los silencios. Si esto funciona no es necesario que se subraye con incansable música. Y como soy un frívolo, volveré a ver con urgencia la magnífica Arde Mississippi. Allí también hablaban de un linchamiento en un pueblo sureño de tres activistas en su combate por los derechos civiles. Alan Parker, ayudado por el maravilloso actor Gene Hackman, inyectaba adrenalina y nervio a la batalla del FBI contra los asesinos del Klan. Seguro que en la realidad no ocurrió así, pero era admirable la tensión que creaban. Tensión que no existe en esta bienintencionada película. Pero su arte yo no lo capto.
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Y lo que cuenta Till es escalofriante. Porque no es una ficción, no ha nacido de la imaginación de un guionista. Esta atrocidad también sirvió para que cambiaran algunas cosas en la vida real. Ocurrió en 1955. En un pueblo del Misisipi. Emmett Till, un desinhibido chaval de Chicago fue a ese pueblo para visitar a unos parientes. Su madre aceptó con temblores ese viaje. Sabía que el Sur profundo entrañaba peligro y que su niño mostraba demasiada alegría y libertad en las calles. Y en ellas hay fanáticos. O gente de orden que les comprenden. Ese crío de 14 años le habla a la dueña blanca de una tienda. Tiene la imperdonable osadía de decirle a esa señora con admiración que parece una actriz de cine. Dos noches más tarde es secuestrado en su casa por un par de hombres blancos. No se limitarán a asesinarle. Antes le torturarán hasta hacer irreconocible su rostro y su cuerpo.
Que se rodara esta película se convirtió en una obsesión para la proteica actriz negra Whoopi Goldberg. Quería interpretar a la madre de Emmet Till. El viejo proyecto se retrasó muchos años. Goldberg la produce y también interpreta a la abuela. Y le encargan la dirección a una directora nigeriana llamada Chinonye Chukwu. El guion se centra en la férrea determinación de la madre para que los asesinos sean juzgados. También en mostrar a la opinión pública la atrocidad que cometieron con su cachorro. No consiente que lo dulcifiquen mediante el maquillaje de cadáver, pretende que el mundo observe el horror que practicaron con su hijo, que este tome conciencia de las barbaridades que sufría la gente de su raza. Y esta decisión será fundamental para el nacimiento y desarrollo de la lucha por los derechos civiles. Martin Luther King se pondrá al frente de ella y también le mandarán a otro barrio. El juicio a los asesinos de Till fue una farsa más. Los asesinos no fueron condenados. Murieron de viejos en sus camitas. Aunque antes cobraran una pasta de una revista admitiendo su culpabilidad.
El tema conmociona, pero la forma de contarlo no me parece brillante. Hay momentos que parecen funcionar con estructura y aroma de telefilme. Y es muy molesto que la música esté presente en casi todas las secuencias. Es un recurso tan pobre como agobiante. Se supone que te debe conmover la forma con la que está contada la historia, las imágenes, los diálogos, los silencios. Si esto funciona no es necesario que se subraye con incansable música. Y como soy un frívolo, volveré a ver con urgencia la magnífica Arde Mississippi. Allí también hablaban de un linchamiento en un pueblo sureño de tres activistas en su combate por los derechos civiles. Alan Parker, ayudado por el maravilloso actor Gene Hackman, inyectaba adrenalina y nervio a la batalla del FBI contra los asesinos del Klan. Seguro que en la realidad no ocurrió así, pero era admirable la tensión que creaban. Tensión que no existe en esta bienintencionada película. Pero su arte yo no lo capto.
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‘Till, el crimen que lo cambió todo’: mejor sus intenciones que su arte
El tema conmociona, pero la forma de contarlo no es brillante. Hay momentos que tienen la estructura y el aroma de un telefilme
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