magdalen85
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La tradición de acercar los oratorios de George Frideric Handel a la ópera no tiene más de cien años. En vida del compositor nunca precisaron de una representación escénica, con esa combinación de temática religiosa, protagonismo coral y uso de la lengua inglesa. Todo comenzó en Gotinga y Münster, en las décadas de 1920 y 1930, con masivas producciones corales coreografiadas por Hanns Niedecken-Gebhard que disponían de escenografías geométricas inspiradas en la Bauhaus. En ese contexto se representó escénicamente la primera Theodora, en 1926, junto a otros oratorios, como Hércules, que Hitler incorporó a los Juegos Olímpicos de 1936, tras haberla adaptado a la liturgia nazi.
Pero la coproducción de Katie Mitchell del penúltimo oratorio de Handel estrenada en el Teatro Real, el lunes, 11 de noviembre, está relacionada con la ola del llamado Regietheater. Este movimiento incorporó El Mesías, en 1985, en una famosa producción de Achim Freyer que celebraba el 300º aniversario del compositor. Una puesta en escena que presentaba a Handel como un precursor del teatro épico de Bertolt Brecht y que contó con Christopher Hogwood como responsable musical. La fórmula de combinar una interpretación históricamente informada con la imaginación escénica contemporánea siguió adelante, en 1996, con la famosa producción de Theodora, de Peter Sellars, para el Festival de Glyndebourne, que contó con William Christie como responsable musical.
Sellars convirtió la historia del martirio cristiano en la Antioquía del siglo IV en un alegato contemporáneo contra la pena de muerte por inyección letal en Estados Unidos. Incluyó una impactante escena en la que Theodora y Didymus estaban atados en sendas camillas mientras morían cantando el dúo Streams of pleasure ever flowing. Tanto Mitchell como la soprano Julia Bullock reconocen, en el programa de mano, la influencia de esta poderosa propuesta escénica, pero su alegato va dirigido contra el heteropatriarcado. El enfoque de Mitchell es profundamente feminista, pero también radical y trepidante en su puesta en escena. Evita la división entre paganos y cristianos que plantea el oratorio, y unifica la acción en una embajada romana actual donde los cristianos se han infiltrado como parte de su personal de cocina.
La trama ideada por Mitchell empodera a la protagonista que, en el primer acto, prepara con sus compañeros un atentado que es frustrado por la seguridad de la embajada. En el segundo acto, la noble cristiana termina en un burdel, pero escapa al intercambiar sus ropas con Didymus, un exmiembro de seguridad enamorado de ella y convertido al cristianismo. En el tercer acto, Theodora decide enfrentarse al malvado embajador Valens y evitar su martirio. Todo termina de forma delirante y con la protagonista convertida en una especie de Lara Croft. Aun así, el resultado escénico es admirable. La coreografía de movimientos sobre el escenario funciona a la perfección con la maravillosa música de Handel, que incluye secciones de arias tranquilas a cámara lenta para subrayar momentos de especial tensión, como la desactivación de la bomba o el asesinato de los guardias de seguridad.
Esa fluidez en la acción se apoya en una excelente escenografía de Chloe Lamford. Está formada por cajas yuxtapuestas e interconectadas, muy bien iluminadas por James Farncombe, que se mueven para mostrar las diferentes estancias de la embajada, entre las que destaca el burdel en terciopelo rojo con dos bailarinas de pole dance. El vestuario de Sussie Juhlin-Wallén acompaña bien la acción, que ha requerido por vez primera en el Teatro Real de una directora de intimidad para las escenas de sexo, aunque nada resultó subido de tono. En esta reposición, dirigida por Dan Ayling, ha vuelto a destacar el excelente nivel actoral. Con la violenta heroína, su devota y feminista amiga Irene, el prototipo de la nueva masculinidad de Didymus y su inflexible amigo Septimius. Sin embargo, el punto más bajo fue el malvado Valens, convertido aquí en un proxeneta bravucón que no provoca ni temor ni repulsa.
Los miembros del coro se integraron bien escénicamente y participaron en varios momentos ceremoniales, como en la celebración de la Navidad, el bautismo de Didymus o su boda con Theodora. Sin embargo, la propuesta de Mitchell prioriza a los cristianos y suprime la mayor parte de los coros de paganos. Fue el único elemento discutible en una versión musical, con todos los recitativos y arias junto a sus respectivos da capo, que fue superior en calidad orquestal, coral y vocal a la que estrenó esta producción en el Covent Garden de Londres, a finales de enero de 2022. El director titular del coliseo madrileño, Ivor Bolton, volvió a extraer un ideal color barroco de la Orquesta Titular del Teatro Real, ya desde la obertura, junto al acompañamiento del Monteverdi Continuo Ensemble, donde el propio Bolton participó tocando uno de los claves.
Aparte de la orquesta, las otras bazas musicales de esta producción fueron las voces. El Coro Titular del teatro madrileño, dirigido por José Luis Basso, elevó los tres finales corales de cada acto, como el del segundo, He Saw the Lovely Youth, que Handel colocó “muy por encima” de su popular Aleluya, de El Mesías. La soprano Julia Bullock encabezó un excelente elenco, aunque no terminó de convencer como Theodora, con cierta tirantez en los agudos e incomodidad en algunas vocalizaciones. No obstante, su bellísima aria del segundo acto, With darkness deep, fue uno de los momentos estelares de la noche. La gran triunfadora fue la Irene de la mezzosoprano Joyce DiDonato, que brilló con luz propia en la apertura del tercer acto, con Lord, to thee.
La mejor voz que escuchamos sobre el escenario del Teatro Real fue la del contratenor Iestyn Davies. Impactó desde su primera aria, The raptur’d soul, con su exquisito color y gran naturalidad en las agilidades. Curiosamente, el público le aplaudió antes del da capo y aprovechó para añadir una fermata y desplegar un brillante catálogo de adornos en la repetición. Del resto del reparto, el tenor Ed Lyon también fue un buen Septimio, con voz clara y fluidez en los pasajes más floridos. Y el bajo Callum Thorpe, como Vales, sonó inseguro al principio, aunque mejoró en el segundo y tercer acto.
El Teatro Real dedicó la función a las víctimas de la dana en Valencia. Y se guardó un emotivo minuto de silencio al inicio.
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Pero la coproducción de Katie Mitchell del penúltimo oratorio de Handel estrenada en el Teatro Real, el lunes, 11 de noviembre, está relacionada con la ola del llamado Regietheater. Este movimiento incorporó El Mesías, en 1985, en una famosa producción de Achim Freyer que celebraba el 300º aniversario del compositor. Una puesta en escena que presentaba a Handel como un precursor del teatro épico de Bertolt Brecht y que contó con Christopher Hogwood como responsable musical. La fórmula de combinar una interpretación históricamente informada con la imaginación escénica contemporánea siguió adelante, en 1996, con la famosa producción de Theodora, de Peter Sellars, para el Festival de Glyndebourne, que contó con William Christie como responsable musical.
Sellars convirtió la historia del martirio cristiano en la Antioquía del siglo IV en un alegato contemporáneo contra la pena de muerte por inyección letal en Estados Unidos. Incluyó una impactante escena en la que Theodora y Didymus estaban atados en sendas camillas mientras morían cantando el dúo Streams of pleasure ever flowing. Tanto Mitchell como la soprano Julia Bullock reconocen, en el programa de mano, la influencia de esta poderosa propuesta escénica, pero su alegato va dirigido contra el heteropatriarcado. El enfoque de Mitchell es profundamente feminista, pero también radical y trepidante en su puesta en escena. Evita la división entre paganos y cristianos que plantea el oratorio, y unifica la acción en una embajada romana actual donde los cristianos se han infiltrado como parte de su personal de cocina.
La trama ideada por Mitchell empodera a la protagonista que, en el primer acto, prepara con sus compañeros un atentado que es frustrado por la seguridad de la embajada. En el segundo acto, la noble cristiana termina en un burdel, pero escapa al intercambiar sus ropas con Didymus, un exmiembro de seguridad enamorado de ella y convertido al cristianismo. En el tercer acto, Theodora decide enfrentarse al malvado embajador Valens y evitar su martirio. Todo termina de forma delirante y con la protagonista convertida en una especie de Lara Croft. Aun así, el resultado escénico es admirable. La coreografía de movimientos sobre el escenario funciona a la perfección con la maravillosa música de Handel, que incluye secciones de arias tranquilas a cámara lenta para subrayar momentos de especial tensión, como la desactivación de la bomba o el asesinato de los guardias de seguridad.
Esa fluidez en la acción se apoya en una excelente escenografía de Chloe Lamford. Está formada por cajas yuxtapuestas e interconectadas, muy bien iluminadas por James Farncombe, que se mueven para mostrar las diferentes estancias de la embajada, entre las que destaca el burdel en terciopelo rojo con dos bailarinas de pole dance. El vestuario de Sussie Juhlin-Wallén acompaña bien la acción, que ha requerido por vez primera en el Teatro Real de una directora de intimidad para las escenas de sexo, aunque nada resultó subido de tono. En esta reposición, dirigida por Dan Ayling, ha vuelto a destacar el excelente nivel actoral. Con la violenta heroína, su devota y feminista amiga Irene, el prototipo de la nueva masculinidad de Didymus y su inflexible amigo Septimius. Sin embargo, el punto más bajo fue el malvado Valens, convertido aquí en un proxeneta bravucón que no provoca ni temor ni repulsa.
Los miembros del coro se integraron bien escénicamente y participaron en varios momentos ceremoniales, como en la celebración de la Navidad, el bautismo de Didymus o su boda con Theodora. Sin embargo, la propuesta de Mitchell prioriza a los cristianos y suprime la mayor parte de los coros de paganos. Fue el único elemento discutible en una versión musical, con todos los recitativos y arias junto a sus respectivos da capo, que fue superior en calidad orquestal, coral y vocal a la que estrenó esta producción en el Covent Garden de Londres, a finales de enero de 2022. El director titular del coliseo madrileño, Ivor Bolton, volvió a extraer un ideal color barroco de la Orquesta Titular del Teatro Real, ya desde la obertura, junto al acompañamiento del Monteverdi Continuo Ensemble, donde el propio Bolton participó tocando uno de los claves.
Aparte de la orquesta, las otras bazas musicales de esta producción fueron las voces. El Coro Titular del teatro madrileño, dirigido por José Luis Basso, elevó los tres finales corales de cada acto, como el del segundo, He Saw the Lovely Youth, que Handel colocó “muy por encima” de su popular Aleluya, de El Mesías. La soprano Julia Bullock encabezó un excelente elenco, aunque no terminó de convencer como Theodora, con cierta tirantez en los agudos e incomodidad en algunas vocalizaciones. No obstante, su bellísima aria del segundo acto, With darkness deep, fue uno de los momentos estelares de la noche. La gran triunfadora fue la Irene de la mezzosoprano Joyce DiDonato, que brilló con luz propia en la apertura del tercer acto, con Lord, to thee.
La mejor voz que escuchamos sobre el escenario del Teatro Real fue la del contratenor Iestyn Davies. Impactó desde su primera aria, The raptur’d soul, con su exquisito color y gran naturalidad en las agilidades. Curiosamente, el público le aplaudió antes del da capo y aprovechó para añadir una fermata y desplegar un brillante catálogo de adornos en la repetición. Del resto del reparto, el tenor Ed Lyon también fue un buen Septimio, con voz clara y fluidez en los pasajes más floridos. Y el bajo Callum Thorpe, como Vales, sonó inseguro al principio, aunque mejoró en el segundo y tercer acto.
El Teatro Real dedicó la función a las víctimas de la dana en Valencia. Y se guardó un emotivo minuto de silencio al inicio.
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‘Theodora’ se empodera sobre el escenario del Teatro Real
Admirable producción feminista de Katie Mitchell del penúltimo oratorio de Handel con excelentes actuaciones de Joyce DiDonato y Iestyn Davies, junto a los conjuntos titulares de coro y orquesta, dirigidos por Ivor Bolton
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