‘Teresa’: juicio y delirio en la cocina mística de Blanca Portillo y Paula Ortiz

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Teresa de Ávila era una cocinera virtuosa que disfrutaba dando de comer a las otras monjas. En el cuadro Teresa en la cocina, el pintor barroco Francisco Rizi se centra en esa imagen de mística doméstica frente a las de la santa con cuaderno y pluma de Ribera y Zurbarán. La idea de la cocina como escenario de su experiencia espiritual (Teresa dijo: “Entre los pucheros anda el Señor”) ha sido explorada por la artista Marina Abramovic en The Kitchen. Homage to Saint Therese, de 2009, y por el dramaturgo Juan Mayorga, que situaba en ese mismo espacio su obra La lengua en pedazos (Premio Nacional de Literatura Dramática de 2013). Inspirada en El libro de la vida, representaba el duelo dialéctico entre la escritora y el inquisidor que perseguía el cierre de su primera fundación, el convento de San José, y la vuelta de Teresa a la ortodoxia.

Sobre aquellas palabras se construye la nueva película de Paula Ortiz, la intensa Teresa, que propone un intrincado y difícil pulso entre imagen y texto y en el que la cocina del convento se convierte en el escenario de un proceso que enjuicia el vuelo imaginativo de la santa ante una Iglesia que rechaza su singularidad. Un juicio teológico y personal que se mueve entre el exceso y el rostro directo, casi translúcido, de una Blanca Portillo magnética, capaz de transmitir sin aparente esfuerzo todo el poder de su trance frente al inquisidor al que da vida con formas más engoladas Asier Etxeandia.

Asier Etxeandia y Blanca Portillo, en 'Teresa'.

Después de acercarse al universo lorquiano en La novia y, este mismo año, a un otoñal Ernest Hemingway en Al otro lado del río y entre los árboles, Paula Ortiz (filóloga de formación) vuelve a mostrar su querencia para reinterpretar los clásicos de la literatura en una película que propone una experiencia estética ultrasensorial que, en su zona más tortuosa y delirante, encalla en sus excesos. La Teresa de Paula Ortiz tiene tres edades, con Greta Fernández en la piel de la joven novicia. A través del interrogatorio en la cocina del convento conocemos ese pasado y la obsesión de la Iglesia con su pureza: su familia paterna, toledana, era conversa, y su abuelo, un rico mercader de lanas y sedas, acabó procesado.

Teresa pasa de la luz de la infancia a la sensualidad de la juventud y a la oscuridad gótica de la madurez. Un viaje desde la niña amante de los libros a la joven presumida y enferma para, finalmente, intentar comprender el misterio de la mujer adulta ya escritora. Entre imágenes alegóricas, Ortiz despliega con audacia su retórica visual, aunque no siempre mezcle bien, sobre todo cuando el duelo santa-inquisidor peca de pompa y se pasa de intenso.

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