Shanel_Skiles
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Hay un libro –magnífico, por cierto– que sin pretenderlo me ha ayudado a entender mejor por qué la política española es una basura. Sus habitantes, a izquierda y derecha, incurren en casi todos los errores que caracterizan a los malos conversadores, ya sea cuando hablan entre ellos en los lances parlamentarios o cuando se insultan en los medios de comunicación, o bien cuando hablan con los ciudadanos al hacerse entrevistar o al pronunciar un discurso. En todos los casos, sin excepción, incumplen las reglas básicas que el periodista Rubén Amón identifica en su ensayo 'Tenemos que hablar' como indispensables para que se produzca una buena conversación. La primera de ellas sostiene que recurrir a los maximalismos anula el valor de cualquier propósito dialéctico. Según él, ni Pedro Sánchez es un dictador, ni Pablo Iglesias es Stalin, ni las feministas más aguerridas son feminazis, ni Santiago Abascal simboliza la reencarnación de Franco. La conclusión a la que llega, y que yo comparto, es que una conversación se malogra en cuanto algún interlocutor recurre a una 'boutade' megalómana. El recurso a las comparaciones desproporcionadas es la mejor manera de sabotear cualquier intercambio de ideas. Con la venia del autor yo me atrevo a añadir, además, que esa conducta insana sitúa al orador hiperbólico en un plano de superioridad moral que se convierte en un bumerán que acabará dejándole más tieso que la mojama. Algunos ejemplos: Guerra acusó a Suárez de llevar al Parlamento el fantasma del caballo de Pavía y acabó cuerpo a tierra, aplastado por la humanidad contundente de Peces Barba cuando Tejero gritó «todos al suelo». Aznar acuñó el «váyase, señor González» cuando la corrupción de muchos de los mandamases socialistas parecía insuperable y acabó viendo cómo entraban en la cárcel no pocos de sus ministros. Sánchez ganó una moción de censura porque era necesario acabar con las mangancias del PP y ahora bracea en una ciénaga de arenas movedizas que amenaza con engullirlo como si fuera la vianda de un lagarto. Errejón fue uno de los principales abanderados de la nueva política, feminista y regeneradora, y no creo que haga falta recordar en qué situación se encuentra. Los ejemplos son innumerables. Harían bien los políticos en apearse de los maximalismos aunque sólo fuera por protegerse del peligro que entraña la justicia poética. En el libro de Rubén Amón leo cosas como estas: «no hay peor antídoto de un buen conversador que un charlatán». «Peor que hablar desde el extremismo es incurrir en la vacuidad de los discursos inocuos». «Decirle al prójimo que tiene razón redunda en la apertura mental propia». «Ya no existe la conversación, sólo hay monólogos que se cruzan». «El hombre se revela en la conversación no sólo por lo que dice, sino también por lo que calla». Incluso cita a Cicerón como testimonio de autoridad: «Habla con claridad, no interrumpas, sé cortés, no hables de ti mismo y, sobre todo, nunca pierdas los estribos». Pincho de tortilla y caña a que si leen el libro entenderán mejor el mal que nos aflige y, como me ha pasado a mí, lo fea que es la imagen que vemos cuando nos miramos en el espejo.
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