Marsella es una ciudad dividida, herida y orgullosa de sus contradicciones que, a menudo, ajusta cuentas en las calles o en los tribunales, pero que, sobre todo, resuelve sus dudas en una centrifugadora enorme de emociones. El Vélodrome, el estadio del Olympique (segundo en la tabla), el recinto de fútbol con mayor capacidad y el primero que se construyó en cemento en el país, funciona cada dos semanas como un purgatorio donde se redimen todas las almas de una de las ciudades más particulares de Francia. Justo en la entrada, se levantará pronto una estatua de un personaje complejo y amado que nació y murió en París, pero decidió ser enterrado en la ciudad que lo convirtió en lo que ha terminado siendo, que no fue poco.
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