Roberta_Jacobi
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La historia es conocida y se ha escrito ya sobre ella. Año 2002, festival de Berlín. En los últimos días del certamen, con el cansancio acumulado entre los enviados especiales, una película de animación japonesa concursa casi por sorpresa en la sección oficial, la que otorga los grandes premios, algo nada habitual en aquellos años, así que una parte de la crítica decide saltarse el pase para la prensa, pese a que el director es lo suficientemente conocido y valorado en el terreno de la animación. Un par de días después, más extraordinario aún, el jurado le otorga el Oso de Oro, ex aequo con Bloody Sunday, con lo que las crónicas finales de los que han hecho pellas se basan superficialmente en los comentarios y chivatazos de los pocos que sí habían acudido a la proyección. Aquella película era El viaje de Chihiro, del maestro Hayao Miyazaki, y cambió la visión de cierta cinefilia un tanto sectaria con respecto al anime y a su relevancia artística.
Pese a todo, la organización de la Berlinale tardó 21 años en seleccionar otro largo de animación japonés para su sección oficial. Y eso se ha producido este mismo mes de febrero de 2023, con la bella, mágica y profunda Suzume, dirigida por uno de los herederos de la estimulante creatividad de Miyazaki: Makoto Shinkai, que tampoco era cualquier desconocido, pues llevaba al menos una década y media ofreciendo a los fans de la animación sus historias de juvenil desenfreno y fantasía, y dos de sus trabajos habían tenido estreno comercial en cines españoles: las excelentes Your Name (2016) y El tiempo contigo (2019).
Con Suzume regresan algunas de sus señas de identidad, practicadas también en dos obras anteriores, fundamentales para el desarrollo de su carrera: El lugar que nos prometimos (2004) y 5 centímetros por segundo (2007). El peso del clima y de los fenómenos de la naturaleza, desde los más luminosos hasta los más terribles, en el devenir de los seres humanos; vientos, lluvias, tormentas de nieve y granizo, puestas de Sol y, como en su última película, terremotos y tsunamis. La influencia en sus relatos del espacio y del tiempo, expuestos del mismo modo como obstáculos y como salvoconductos para la pasión; en este caso, la relación entre una chica de 16 años y un guapo joven que viaja por el país buscando unas puertas mágicas que le ayuden a prevenir terremotos. Y un trazo de dibujo, unos movimientos y unos colores muy semejantes a los de Hayao Miyazaki, con un gusto por el detalle en los fondos y en los objetos de inusitado realismo.
Con el recuerdo del terrible terremoto y posterior oleada mortal del año 2011 en Japón, suceso que no se cita en el relato pero que sobrevuela por cada una de las esquinas del encuadre y, aún más, por la cabeza de la chica protagonista, que perdió a su madre en aquellos días, Suzume fusiona una reconocible cotidianidad (el ambiente de instituto y los problemas en el hogar con su tía, encargada de cuidarla desde la tragedia) con un lirismo exacerbado y una inventiva casi sin parangón, presidida por uno de los personajes principales de la historia: una sillita de preescolar a la que le falta una pata, capaz de hablar, de sentir y de correr, que con el discurrir del relato adquiere un emocionante valor testimonial de lo que suponen la pérdida, los misterios del subconsciente y la vida entre dos mundos.
De una rotunda intensidad visual, psicológica y creativa, y copada por portales sísmicos, leyendas niponas y torbellinos de amor, miedo y perdón, la película de Shinkai parece más destinada a la adolescencia que a la infancia (los más pequeños se van a perder entre el amasijo de lirismo, angustia juvenil y arrebato abstracto y hasta surrealista, lo que tampoco es grave si hay algún despistado o valiente). Y, desde luego, parece perfecta para cualquier espectador adulto que, lejos de cualquier prejuicio, como aquellos de la Berlinale de 2002, decida abrir el abanico de sus gustos cinéfilos y sentirse desatado por el color y el encantamiento.
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Pese a todo, la organización de la Berlinale tardó 21 años en seleccionar otro largo de animación japonés para su sección oficial. Y eso se ha producido este mismo mes de febrero de 2023, con la bella, mágica y profunda Suzume, dirigida por uno de los herederos de la estimulante creatividad de Miyazaki: Makoto Shinkai, que tampoco era cualquier desconocido, pues llevaba al menos una década y media ofreciendo a los fans de la animación sus historias de juvenil desenfreno y fantasía, y dos de sus trabajos habían tenido estreno comercial en cines españoles: las excelentes Your Name (2016) y El tiempo contigo (2019).
Con Suzume regresan algunas de sus señas de identidad, practicadas también en dos obras anteriores, fundamentales para el desarrollo de su carrera: El lugar que nos prometimos (2004) y 5 centímetros por segundo (2007). El peso del clima y de los fenómenos de la naturaleza, desde los más luminosos hasta los más terribles, en el devenir de los seres humanos; vientos, lluvias, tormentas de nieve y granizo, puestas de Sol y, como en su última película, terremotos y tsunamis. La influencia en sus relatos del espacio y del tiempo, expuestos del mismo modo como obstáculos y como salvoconductos para la pasión; en este caso, la relación entre una chica de 16 años y un guapo joven que viaja por el país buscando unas puertas mágicas que le ayuden a prevenir terremotos. Y un trazo de dibujo, unos movimientos y unos colores muy semejantes a los de Hayao Miyazaki, con un gusto por el detalle en los fondos y en los objetos de inusitado realismo.
Con el recuerdo del terrible terremoto y posterior oleada mortal del año 2011 en Japón, suceso que no se cita en el relato pero que sobrevuela por cada una de las esquinas del encuadre y, aún más, por la cabeza de la chica protagonista, que perdió a su madre en aquellos días, Suzume fusiona una reconocible cotidianidad (el ambiente de instituto y los problemas en el hogar con su tía, encargada de cuidarla desde la tragedia) con un lirismo exacerbado y una inventiva casi sin parangón, presidida por uno de los personajes principales de la historia: una sillita de preescolar a la que le falta una pata, capaz de hablar, de sentir y de correr, que con el discurrir del relato adquiere un emocionante valor testimonial de lo que suponen la pérdida, los misterios del subconsciente y la vida entre dos mundos.
De una rotunda intensidad visual, psicológica y creativa, y copada por portales sísmicos, leyendas niponas y torbellinos de amor, miedo y perdón, la película de Shinkai parece más destinada a la adolescencia que a la infancia (los más pequeños se van a perder entre el amasijo de lirismo, angustia juvenil y arrebato abstracto y hasta surrealista, lo que tampoco es grave si hay algún despistado o valiente). Y, desde luego, parece perfecta para cualquier espectador adulto que, lejos de cualquier prejuicio, como aquellos de la Berlinale de 2002, decida abrir el abanico de sus gustos cinéfilos y sentirse desatado por el color y el encantamiento.
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‘Suzume’: Shinkai se encumbra con otro ‘anime’ de lirismo exacerbado e inventiva sin igual
El japonés mantiene su calidad y su título de heredero de Hayao Miyazaki con un trazo de dibujo, unos movimientos y unos colores muy semejantes a los del maestro
elpais.com