Seamus_Pfeffer
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 44
“Estaba a mi lado. No podía moverme”. En esa frase, que la economista Nevenka Fernández pronunció en Burgos en el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León durante el juicio contra el alcalde Ponferrada Ismael Álvarez, se explica la parálisis que invade a la mayor parte de las víctimas del acoso sexual. Un miedo telúrico que puede verse en otras sumisiones, como la mujer abusada sexualmente por los integrantes de la Manada en Pamplona, un terror que palpita en el corazón emocional de Soy Nevenka, de Icíar Bollaín, que concursa en el festival de San Sebastián.
Sobre el papel, Bollaín y su coguionista, Isa Campo, y los productores, Juan Moreno y Koldo Zuazua, han repetido el esquema de Maixabel, su proyecto anterior: rodaje en primavera, lanzamiento en el certamen donostiarra, estreno en salas rápido (Soy Nevenka llega a los cines el viernes, 27). Eso, en la parte comercial. Pero también en su alma: Maixabel y Soy Nevenka están protagonizadas por mujeres a las que en su momento poca gente quiso entender y mucho menos apoyar. Ambas decidieron afrontar un desastre vital (una, el asesinato de su marido y el posterior acercamiento a los etarras que le mataron; la otra, el abuso sexual y de poder de su superior, un poderoso alcalde de una ciudad donde además controlaba el círculo empresarial, y su posterior denuncia) como ellas creían que tenían que hacerlo, justo en contra de lo que la sociedad esperaba. Y, por lo tanto, sufrieron el silencio e incluso muchas, demasiadas, voces en contra. Soy Nevenka y Maixabel pueden verse como un díptico, que confronta a los españoles ante su peor cara, la del machismo sistémico y al recurso social imperativo de “no hagas ruido, no molestes”.
Soy Nevenka opta por una vertiente más didáctica que Maixabel, probablemente porque aún en 2024 muchos españoles (y no solo hombres) no entienden el acoso sexual o no le dan suficiente importancia. Bollaín apuesta por una dirección más conservadora y clásica en la forma, deja que la confrontación entre la pareja protagonista guíe la narración para que ni un espectador abandone la travesía. Y cuando más se agita el fantasma de ETA habría que recordar que Maixabel se rodó en San Sebastián, mientras que los productores de Soy Nevenka aún esperan una respuesta del Ayuntamiento de Ponferrada para filmar en la ciudad: los exteriores se han rodado en Zamora y los interiores, en Bilbao. Por cierto, Nevenka Fernández, que está en San Sebastián acompañando de manera queda el estreno, y Maixabel Lasa se han conocido este sábado. De noche en el Kursaal, a la una de la madrugada del domingo, acabada la proyección de gala con un patio de butacas emocionado que aplaudió con ganas, Fernández, que no había pasado por la alfombra roja, saludó a los espectadores junto al resto del equipo.
Bollaín y Campo arrancan de manera parsimoniosa. Presentan a la presa, una chica de 24 años con brillante futuro profesional en Madrid que acaba atraída por una oferta: formar parte de la lista electoral del PP, partido con el que ella y su familia simpatizan, en su Ponferrada natal. Fernández no atiende a ciertas señales sobre el alcalde, Ismael Álvarez, y su ascendiente sobre las mujeres que componen su equipo de Gobierno. Tras ganar las elecciones, Fernández —que acabó bautizada desdeñosamente como Nevenka, hurtada de su apellido y como subrayado de un nombre que sonaba a extranjero, a una “que es de fuera, no de las nuestras”— se convirtió en concejala de Hacienda. Y también, durante un tiempo, mantuvo una relación sentimental con el regidor. Aquí el filme trastabilla: a ella no le atrajo un monstruo, sino que Álvarez poseía un magnetismo que merecería mostrarse mejor en pantalla por bien de la historia y de la comprensión del comportamiento de Fernández. Porque esa relación ni justifica ni invalida los hechos posteriores.
Que en cambio, Soy Nevenka ilustra con ejemplaridad. Mireia Oriol encara el descenso a los infiernos de una mujer acosada por el alcalde y abrumada por la imagen que debe dar ante el resto. Oriol sacaba jugo a su imagen de cierta ambigüedad moral en la serie Alma; aquí compite en otro terreno y debe aguantar una dura comparación: aunque durante décadas, la economista (una pionera a su pesar) fue casi borrada de la memoria colectiva española, los cambios sociales de los últimos años, que han traído, por ejemplo, la ley del solo sí es sí, han resucitado de los archivos la grabación de la rueda de prensa en la que anunció que había denunciado a su agresor. Allí se observa a una joven destruida, que ya ha entendido que su reconstrucción solo pasará a través de una batalla judicial. Pero, además, el documental Nevenka, de Maribel Sánchez-Maroto, estrenado en Netflix en 2021, dio por fin voz e imagen a quien consiguió la primera condena por abuso contra un político en España. Y esa Nevenka real es tan poderosa en su contención que poco puede hacer Oriol ante su presencia. A Urko Olazabal (premio Goya por Maixabel) le ha tocado dar vida al alcalde Álvarez. Al contrario que su víctima, el regidor habló mucho en su momento, y luego con los años fue escondiéndose en Ponferrada. Olazabal sabe manejar la contundencia de su físico, habita un populista de manual. Su imagen se sobrepone a la del Álvarez real.
Soy Nevenka es importante y necesaria, pero el cine no se puede construir desde la etiqueta de “una película necesaria”. Por suerte, el filme regatea ese lastre y vuela hacia su final: es una historia de abusos, de un depredador y de una víctima, y ojalá quien la vea haya entendido al encenderse las luces que una mujer no se puede mover cuando su agresor se mete en su cama porque no tiene opción.
Seguir leyendo
Sobre el papel, Bollaín y su coguionista, Isa Campo, y los productores, Juan Moreno y Koldo Zuazua, han repetido el esquema de Maixabel, su proyecto anterior: rodaje en primavera, lanzamiento en el certamen donostiarra, estreno en salas rápido (Soy Nevenka llega a los cines el viernes, 27). Eso, en la parte comercial. Pero también en su alma: Maixabel y Soy Nevenka están protagonizadas por mujeres a las que en su momento poca gente quiso entender y mucho menos apoyar. Ambas decidieron afrontar un desastre vital (una, el asesinato de su marido y el posterior acercamiento a los etarras que le mataron; la otra, el abuso sexual y de poder de su superior, un poderoso alcalde de una ciudad donde además controlaba el círculo empresarial, y su posterior denuncia) como ellas creían que tenían que hacerlo, justo en contra de lo que la sociedad esperaba. Y, por lo tanto, sufrieron el silencio e incluso muchas, demasiadas, voces en contra. Soy Nevenka y Maixabel pueden verse como un díptico, que confronta a los españoles ante su peor cara, la del machismo sistémico y al recurso social imperativo de “no hagas ruido, no molestes”.
Soy Nevenka opta por una vertiente más didáctica que Maixabel, probablemente porque aún en 2024 muchos españoles (y no solo hombres) no entienden el acoso sexual o no le dan suficiente importancia. Bollaín apuesta por una dirección más conservadora y clásica en la forma, deja que la confrontación entre la pareja protagonista guíe la narración para que ni un espectador abandone la travesía. Y cuando más se agita el fantasma de ETA habría que recordar que Maixabel se rodó en San Sebastián, mientras que los productores de Soy Nevenka aún esperan una respuesta del Ayuntamiento de Ponferrada para filmar en la ciudad: los exteriores se han rodado en Zamora y los interiores, en Bilbao. Por cierto, Nevenka Fernández, que está en San Sebastián acompañando de manera queda el estreno, y Maixabel Lasa se han conocido este sábado. De noche en el Kursaal, a la una de la madrugada del domingo, acabada la proyección de gala con un patio de butacas emocionado que aplaudió con ganas, Fernández, que no había pasado por la alfombra roja, saludó a los espectadores junto al resto del equipo.
Sin palabras. Menuda emoción para el recuerdo tras la proyección de #SoyNevenka en la #72SSIFF pic.twitter.com/ZG3UVta0zT
— Movistar Plus+ (@MovistarPlus) September 22, 2024
Bollaín y Campo arrancan de manera parsimoniosa. Presentan a la presa, una chica de 24 años con brillante futuro profesional en Madrid que acaba atraída por una oferta: formar parte de la lista electoral del PP, partido con el que ella y su familia simpatizan, en su Ponferrada natal. Fernández no atiende a ciertas señales sobre el alcalde, Ismael Álvarez, y su ascendiente sobre las mujeres que componen su equipo de Gobierno. Tras ganar las elecciones, Fernández —que acabó bautizada desdeñosamente como Nevenka, hurtada de su apellido y como subrayado de un nombre que sonaba a extranjero, a una “que es de fuera, no de las nuestras”— se convirtió en concejala de Hacienda. Y también, durante un tiempo, mantuvo una relación sentimental con el regidor. Aquí el filme trastabilla: a ella no le atrajo un monstruo, sino que Álvarez poseía un magnetismo que merecería mostrarse mejor en pantalla por bien de la historia y de la comprensión del comportamiento de Fernández. Porque esa relación ni justifica ni invalida los hechos posteriores.
Que en cambio, Soy Nevenka ilustra con ejemplaridad. Mireia Oriol encara el descenso a los infiernos de una mujer acosada por el alcalde y abrumada por la imagen que debe dar ante el resto. Oriol sacaba jugo a su imagen de cierta ambigüedad moral en la serie Alma; aquí compite en otro terreno y debe aguantar una dura comparación: aunque durante décadas, la economista (una pionera a su pesar) fue casi borrada de la memoria colectiva española, los cambios sociales de los últimos años, que han traído, por ejemplo, la ley del solo sí es sí, han resucitado de los archivos la grabación de la rueda de prensa en la que anunció que había denunciado a su agresor. Allí se observa a una joven destruida, que ya ha entendido que su reconstrucción solo pasará a través de una batalla judicial. Pero, además, el documental Nevenka, de Maribel Sánchez-Maroto, estrenado en Netflix en 2021, dio por fin voz e imagen a quien consiguió la primera condena por abuso contra un político en España. Y esa Nevenka real es tan poderosa en su contención que poco puede hacer Oriol ante su presencia. A Urko Olazabal (premio Goya por Maixabel) le ha tocado dar vida al alcalde Álvarez. Al contrario que su víctima, el regidor habló mucho en su momento, y luego con los años fue escondiéndose en Ponferrada. Olazabal sabe manejar la contundencia de su físico, habita un populista de manual. Su imagen se sobrepone a la del Álvarez real.
Soy Nevenka es importante y necesaria, pero el cine no se puede construir desde la etiqueta de “una película necesaria”. Por suerte, el filme regatea ese lastre y vuela hacia su final: es una historia de abusos, de un depredador y de una víctima, y ojalá quien la vea haya entendido al encenderse las luces que una mujer no se puede mover cuando su agresor se mete en su cama porque no tiene opción.
Seguir leyendo
‘Soy Nevenka’: Icíar Bollaín crea el relato que Nevenka Fernández merecía
La cineasta ilustra el caso de acoso sexual y de abuso de poder del alcalde de Ponferrada Ismael Álvarez a su concejala de Hacienda, que acabó con la primera condena de un político español por estos delitos
elpais.com