Armani_Lind
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No, la razón por la que me ha gustado Gladiator II no es el haber podido ver a Pedro Pascal durante dos horas y media vestido de general -aunque ayuda, claro-, pero sí que tiene que ver, en parte, con su vestimenta. Ser historiadora del arte tiene por defecto lo que cualquier otro oficio: la deformación profesional que, en este caso, implica ver una película histórica y descubrir los errores que su director ha cometido al traer al presente una parte de nuestro pasado.
Sí, Gladiator II tiene errores, y los historiadores ya se han encargado de señalarlos uno a uno: que si los romanos no tomaban café, que cómo puede estar un miembro del Senado leyendo un periódico en aquella época... Y la verdad es que tienen toda la razón. Sería digno de alabar e incluso premiar que Ridley Scott hubiese hecho una película completamente perfecta históricamente hablando. Por otro lado, nunca nadie lo ha hecho tampoco.
El director de Alien ni es perfecto, ni quiere serlo, y eso es algo que debe tenerse claro. ¿Qué a veces se pasa con sus licencias cinematográficas? No diremos que no, pero, como con cualquier otro oficio, una a veces debe dejar de lado el defecto profesional si quiere disfrutar de las cosas. Admitiré que, personalmente, a mí me cuesta poco hacerlo, y esta es la razón.
'Gladiator 2' no es un documental
Rebobinemos a hace unos dos meses, cuando vi la película en un pase especial para prensa y, a los tres días, entrevisté a Ridley Scott. En la videollamada había otro periodista que venía del festival de Venecia. Cuando le tocó preguntar a él, le dijo al director que, después de ver tantas películas seguidas, Gladiator II había sido un gran disfrute para él.
"Deja que te diga que la gente dice muchas cosas sobre cómo cuentas los hechos históricos en tus películas, pero a mí me da igual", empezó el periodista antes de preguntarle por el tipo de entretenimiento que Scott quería conseguir con esta secuela. Pero, antes de que acabase la pregunta, el director le interrumpió: "A mí también me da igual", dijo riendo.
Cuando le tocó contestar, el cineasta admitió que le parecía bien que las películas fuesen "marginalmente educacionales" y que creía que "podía ser muy útil", pero también quiso dejar una cosa clara: "No estoy haciendo un documental, estoy haciendo entretenimiento". La cuestión es si esa afirmación y esa manera de pensar convence al espectador y, sobre todo, al historiador que va a ver su película, de que decida disfrutar en vez de criticar.
Es un riesgo, claro está, el saltarse las verdades como lo hace Scott, pero depende de nosotros el creernos todo lo que nos cuenta una película que no quiere especialmente mostrar el Imperio romano tal y como era ni aspira a explicar la historia real de los personajes que aparecen en pantalla. Pensemos que, si fuese así, ni siquiera existiría Máximo Décimo Meridio, para empezar.
Lo que hacen películas como Gladiator, en todo caso, es despertar la curiosidad, pero en nuestras manos está, al salir del cine, el preguntarnos si existió la naumaquia, si realmente hubo tiburones en el Coliseo o cuál es la verdadera historia de los hermanos Geta y Caracalla. Y lo mejor de todo es que, si lo buscamos, nos encontraremos con más de una sorpresa.
Las verdades históricas de 'Gladiator 2'
Hace poco salió una entrevista en la que un periodista le decía a Ridley Scott que no hubo tiburones en el Coliseo. Sorprendido, el director le contestaba que sí que era posible que hubiesen existido esas batallas. Y la realidad es que, técnicamente, por raro que resulte ver a Paul Mescal enfrentarse a ellos, el cineasta llevaba razón.
Se sabe que al emperador Cómodo, aquel al que dio vida Joaquin Phoenix en la primera entrega, era un fanático de las luchas en la arena y que incluso hizo traer a Roma un rinoceronte y numerosos osos para matarlos como entretenimiento (lo de que los gladiadores los montasen... Eso ya es otra cosa). Las naumaquias también fueron reales durante un tiempo ants de que el Coliseo fuese reformado, e incluso se sabe de cocodrilos del Nilo en él, aunque la existencia específica de tiburones no está confirmada.
Pero, tras este paréntesis, hay que admitir que, si hay algo que, como historiadora del arte, se disfruta de la que parece que va a ser una saga sobre gladiadores, es la representación del Coliseo y, ahora sí, lo que implican las vestimentas de los personajes, en especial la armadura blanca y dorada del general Acacio (Pascal).
Son varias las veces que, durante la película, vemos el anfiteatro Flavio en su totalidad o desde las alturas. Fue durante la época de la dinastia flavia (de ahí el nombre), gracias a los emperadores Vespasiano, Tito y Domiciano, que Roma contó con su primer anfiteatro estable, lo que ayudó a que contase con características nuevas para la época.
Tal y como recrea Scott, el Coliseo estaba dividido en cuatro registros. En cuanto a los tres primeros, cada uno de ellos contaba con arcos de medio punto flanqueados por semi-columnas (dóricas en el primero, jónicas en el segundo y corintias en el tercero). Además, en la segunda y tercera planta, en cada arco había colocadas esculturas.
El cuarto registro era el ático de muro liso con una serie de ventanas. Entre ellas, había unos motivos circulares: eran unos escudos de bronce dorado que ornamentaban la fachada y creaban reflejos lumínicos. Se sabe de su existencia gracias a las monedas, donde se ven representadas esas circunferencias, así como las esculturas que había en los arcos. Para ser quisquillosos, Scott no lo acaba de representar bien, pues no hay rastro de dorado en la fachada de su Coliseo (a esto volveremos cuando hablemos de las vestimentas).
Si pasamos al subterráneo, por donde se paseó Máximo y lo hace ahora Lucio convertido en gladiador, se trataba de un espacio con pasadizos y galerías con jaulas para los animales y motores para hacerlos salir a la arena, algo que esta secuela nos muestra con los babuinos y con un tigre encerrado en una jaula que vemos brevemente cuando Mescal pasa por su lado.
En cuanto a la parte superior, cabe destacar el velarium: las telas que cubrían el Coliseo y que se aprecian claramente en la película cuando se nos muestra el anfiteatro preparado para la naumaquia. Funcionaba a partir de unos bastones de madera que se apoyaban en las ménsulas (elementos adosados a la pared que se aprecian en la fachada del ático) con estacas que servían para tensar las cuerdas. Como dato curioso, eran los marineros los que se encargaban de montarlo y desmontarlo.
Roma a todo color
Finalmente, hablemos de las vestimentas, y es que la armadura del general Acacio introduce una característica que suele ser olvidada o conscientemente ignorada en toda película histórica: al contrario de lo que el cine lleva años haciéndonos creer, Roma y, ya puestos, tampoco Grecia, eran del color marrón y blanco de las piedras, el mármol y el bronce.
Decíamos que el Coliseo tenía unos escudos dorados, y lo mismo pasaba con las esculturas. El bronce se cubría de oro y los relieves, es decir, esos caballos que Máximo le enseñaba a Lucio en la primera película, por ejemplo, iban pintados en las esculturas de diversos colores (te invito a que busques la policromía del Augusto de Prima Porta en Google para que te hagas una idea). No resulta tan épico así pintado, ¿verdad?
Más cercanos al gusto contemporáneo que el propio Augusto real, los colores de la armadura de Pascal son un guiño a la Antigua Roma verdadera que, lejos de ser un cúmulo de pierdas marrones, era una ciudad llena de vida y color. Si Ridley Scott hubiese tenido que representar todo tal y como era, la paleta de colores de Gladiator sería muy diferente y, seguramente, para nada de nuestro agrado. Aún deberíamos darle las gracias al cine por engañarnos de vez en cuando.
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