kunze.iliana
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450.000 ejemplares, se dice pronto. Son los que ha vendido Sonia Fernández Vidal de su trilogía La puerta de los tres cerrojos (Destino), para niños “entre 9 y 99 años”, donde explica con sencillez y mucha magia las complejidades de la Física Cuántica. De pequeña quiso ser científica leyendo biografías de grandes héroes de la ciencia, y ahora, probablemente, genere muchas vocaciones con sus libros. También femeninas, que faltan referentes: la protagonista es Ada, en honor a Ada Lovelace, pionera de la computación y autora del primer algoritmo informático.
Especializada en Óptica Cuántica, Fernández Vidal ha trabajado en grandes centros globales de investigación, como el CERN de Ginebra o el laboratorio de Los Álamos, en Estados Unidos. Ha sido profesora en la Universidad de Barcelona. Y tiene una consultora científica llamada Gauss & Neumann, que suena a prestigioso bufete de abogados, pero que reutiliza el nombre de dos de los más grandes matemáticos de la historia. En 2017 fue seleccionada por la revista Forbes como una de las 100 personas más creativas del mundo. Ahora sigue creando, con el lanzamiento de la precuela de aquella exitosa serie: El origen de la puerta de los tres cerrojos.
Pregunta. ¡450.000 ejemplares!
Respuesta. Es que la ciencia interesa mucho más de lo que solemos pensar.
P. Y eso que no se priva de nada, hasta explica conceptos físicos tan complicados como la radiación el cuerpo negro, de esos que se estudian en la carrera.
R. Ya en La puerta de los tres cerrojos nos introducíamos en ese mundo, acompañados de los elfos y las hadas cuánticas, explorando esos fenómenos tan sorprendentes: teletransportarnos, atravesar paredes, etc. Pero el objetivo de esta precuela a mi trilogía es hacer un recorrido por la historia de la disciplina, desde 1900, cuando Max Planck, efectivamente, aborda la radiación del cuerpo negro y pone las bases de lo cuántico.
P. Está bien que se explique cómo funciona por dentro la ciencia, porque se nos suelen mostrar más los resultados que el método. De ahí la desconfianza.
R. Ya decía Carl Sagan que la ciencia no es un cuerpo de conocimiento, sino una manera de pensar. Una manera creativa, pero basada en un análisis riguroso. En efecto, muchas veces presentamos los resultados más atractivos, pero el método es importante. El propio Planck vio cómo los científicos de su época eran testarudos a la hora cambiar su visión del mundo... Pero las evidencias prevalecen.
P. ¿Por qué estudió usted Física?
R. Siempre quise ser científica desde que, de muy pequeña, cayó en mis manos un libro de biografías de grandes científicos. Y quedé fascinada, porque, además, yo era muy preguntona. En el instituto conocí la Física y pensé que me podía dar todas las respuestas, que podía hacerme entender el Universo. Pero en la universidad, con la cuántica, me pasó como en la famosa frase: cuando pensé que tenía todas las respuestas, el Universo me cambió todas las preguntas.
P. Su especialidad es la Óptica. ¿No le preguntan si fabrica gafas?
R. Pues a veces sí. Pero la Óptica Cuántica trata de la interacción de la luz con la materia a un nivel fundamental. Yo estaba en el CERN, en 2003, cuando aún se estaba construyendo el Gran Colisionador de Hadrones, y escuché una conferencia de Nicolas Gisin sobre teleportación cuántica. Me quedé fascinada, y cambié mi doctorado de Física de Partículas por Información Cuántica.
P. El CERN es un proyecto gigantesco, en el que trabajan miles de personas. La Física de grandes nombres (y sobre todo hombres) que relata la historia ya no es tan común.
R. Cierto. Hoy en día las colaboraciones son internacionales, de muchos nexos científicos. Son equipos muy grandes, aunque haya un líder que recoge los premios. Ya no estamos en una época de rotura de paradigma, como en 1900, cuando operaron aquellas cabezas individuales con ideas extravagantes, sino que trabajamos de forma colectiva. En su año milagroso, Einstein publicó tres artículos que cambiaron tres disciplinas de la Física y ni siquiera estaba en el mundo académico, sino que era oficial de tercera en la famosa oficina de patentes de Berna. Una sola persona revolucionaba la ciencia.
P. ¿Cómo empezó usted a escribir sus libros?
R. Me había puesto a dar conferencias sobre la cuántica a público no científico. Y a una de ellas, en casa de mi buen amigo el escritor Francesc Miralles, asistió un editor al que se le ocurrió la idea. Pero yo pensé que había muchos libros de divulgación, y buenísimos. Entonces me di cuenta de que la gente se bloqueaba al escuchar cosas antiintuitivas como que un gato está vivo y muerto a la vez. Y pensé que quizás la mejor forma de explicarlo no era la racional, sino la fantasía. Quería llegar sobre todo a personas que nunca cogerían un libro de divulgación.
P. Es que la Física Cuántica se nos presenta como una cosa muy abstrusa, pero nuestros ordenadores y smartphones están construidos con ella.
R. Los transistores, los láseres, los LED, los imanes de tierras raras… Son fruto de la Primera Revolución Cuántica. Pusimos un transistor en un periódico y fue una tableta. Pusimos un transistor en un teléfono y se convirtió en un smartphone. El transistor es tecnología cuántica, y hay transistores hasta en las lavadoras. Más de un tercio de nuestra economía se basa en la Física Cuántica.
P. De una cosa tan rara, salen cosas tan palpables.
R. Y se acerca la Segunda Revolución Cuántica: metrología y sensores cuánticos, encriptación cuántica y, por último, los ansiados simuladores y ordenadores cuánticos.
P. A veces no se entiende que de la ciencia fundamental, aunque no tenga aplicación inmediata, acaban saliendo cosas.
R. Dicen que cuando a Michael Faraday le preguntó un político para qué servía la electricidad, respondió: “Algún día, señor, podrá cobrar impuestos por ella”. No siempre podemos imaginar las aplicaciones futuras. En democracia tenemos que decidir dónde van los presupuestos y también es bueno que se entienda cuáles son los retornos. El programa Apolo tuvo un retorno de 14 dólares por cada dólar invertido. La World Wide Web, el internet que conocemos, se desarrolló en el CERN. Se suele decir que no son los países más ricos los que invierten en ciencia, sino que son ricos precisamente porque invierten en ciencia.
P. ¿Da miedo el desarrollo tecnológico?
R. Siempre ha dado miedo. Cuando se inventó la locomotora había quien decía que el cuerpo humano no estaba preparado para aquellas velocidades. La ciencia es una espada de doble filo. De la Física Cuántica también se sirvió la bomba atómica. Ahora el avance es exponencial, estamos con la inteligencia artificial, pero espérate a cuando lleguen los simuladores y ordenadores cuánticos y puedan compaginarse. Habrá que enfrentar muchos retos. Tecnología avanzada e ignorancia es una mezcla explosiva.
P. ¿Por qué es importante que los niños accedan a estos conocimientos?
R. No es solo importante, es esencial. La sobreinformación está poniendo en jaque la razón y la verdad. Los avances científicos no solo son cornucopias de las que salen bondades. La IA puede poner en peligro la democracia, y el mejor antídoto es una fuerte cultura científica. Los ciudadanos futuros tienen que saber profundizar, reflexionar, tener espíritu crítico.
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Especializada en Óptica Cuántica, Fernández Vidal ha trabajado en grandes centros globales de investigación, como el CERN de Ginebra o el laboratorio de Los Álamos, en Estados Unidos. Ha sido profesora en la Universidad de Barcelona. Y tiene una consultora científica llamada Gauss & Neumann, que suena a prestigioso bufete de abogados, pero que reutiliza el nombre de dos de los más grandes matemáticos de la historia. En 2017 fue seleccionada por la revista Forbes como una de las 100 personas más creativas del mundo. Ahora sigue creando, con el lanzamiento de la precuela de aquella exitosa serie: El origen de la puerta de los tres cerrojos.
Pregunta. ¡450.000 ejemplares!
Respuesta. Es que la ciencia interesa mucho más de lo que solemos pensar.
P. Y eso que no se priva de nada, hasta explica conceptos físicos tan complicados como la radiación el cuerpo negro, de esos que se estudian en la carrera.
R. Ya en La puerta de los tres cerrojos nos introducíamos en ese mundo, acompañados de los elfos y las hadas cuánticas, explorando esos fenómenos tan sorprendentes: teletransportarnos, atravesar paredes, etc. Pero el objetivo de esta precuela a mi trilogía es hacer un recorrido por la historia de la disciplina, desde 1900, cuando Max Planck, efectivamente, aborda la radiación del cuerpo negro y pone las bases de lo cuántico.
P. Está bien que se explique cómo funciona por dentro la ciencia, porque se nos suelen mostrar más los resultados que el método. De ahí la desconfianza.
R. Ya decía Carl Sagan que la ciencia no es un cuerpo de conocimiento, sino una manera de pensar. Una manera creativa, pero basada en un análisis riguroso. En efecto, muchas veces presentamos los resultados más atractivos, pero el método es importante. El propio Planck vio cómo los científicos de su época eran testarudos a la hora cambiar su visión del mundo... Pero las evidencias prevalecen.
P. ¿Por qué estudió usted Física?
R. Siempre quise ser científica desde que, de muy pequeña, cayó en mis manos un libro de biografías de grandes científicos. Y quedé fascinada, porque, además, yo era muy preguntona. En el instituto conocí la Física y pensé que me podía dar todas las respuestas, que podía hacerme entender el Universo. Pero en la universidad, con la cuántica, me pasó como en la famosa frase: cuando pensé que tenía todas las respuestas, el Universo me cambió todas las preguntas.
P. Su especialidad es la Óptica. ¿No le preguntan si fabrica gafas?
R. Pues a veces sí. Pero la Óptica Cuántica trata de la interacción de la luz con la materia a un nivel fundamental. Yo estaba en el CERN, en 2003, cuando aún se estaba construyendo el Gran Colisionador de Hadrones, y escuché una conferencia de Nicolas Gisin sobre teleportación cuántica. Me quedé fascinada, y cambié mi doctorado de Física de Partículas por Información Cuántica.
P. El CERN es un proyecto gigantesco, en el que trabajan miles de personas. La Física de grandes nombres (y sobre todo hombres) que relata la historia ya no es tan común.
R. Cierto. Hoy en día las colaboraciones son internacionales, de muchos nexos científicos. Son equipos muy grandes, aunque haya un líder que recoge los premios. Ya no estamos en una época de rotura de paradigma, como en 1900, cuando operaron aquellas cabezas individuales con ideas extravagantes, sino que trabajamos de forma colectiva. En su año milagroso, Einstein publicó tres artículos que cambiaron tres disciplinas de la Física y ni siquiera estaba en el mundo académico, sino que era oficial de tercera en la famosa oficina de patentes de Berna. Una sola persona revolucionaba la ciencia.
Como suele decirse, cuando pensé que tenía todas las respuestas, el Universo me cambió todas las preguntas
P. ¿Cómo empezó usted a escribir sus libros?
R. Me había puesto a dar conferencias sobre la cuántica a público no científico. Y a una de ellas, en casa de mi buen amigo el escritor Francesc Miralles, asistió un editor al que se le ocurrió la idea. Pero yo pensé que había muchos libros de divulgación, y buenísimos. Entonces me di cuenta de que la gente se bloqueaba al escuchar cosas antiintuitivas como que un gato está vivo y muerto a la vez. Y pensé que quizás la mejor forma de explicarlo no era la racional, sino la fantasía. Quería llegar sobre todo a personas que nunca cogerían un libro de divulgación.
P. Es que la Física Cuántica se nos presenta como una cosa muy abstrusa, pero nuestros ordenadores y smartphones están construidos con ella.
R. Los transistores, los láseres, los LED, los imanes de tierras raras… Son fruto de la Primera Revolución Cuántica. Pusimos un transistor en un periódico y fue una tableta. Pusimos un transistor en un teléfono y se convirtió en un smartphone. El transistor es tecnología cuántica, y hay transistores hasta en las lavadoras. Más de un tercio de nuestra economía se basa en la Física Cuántica.
P. De una cosa tan rara, salen cosas tan palpables.
R. Y se acerca la Segunda Revolución Cuántica: metrología y sensores cuánticos, encriptación cuántica y, por último, los ansiados simuladores y ordenadores cuánticos.
P. A veces no se entiende que de la ciencia fundamental, aunque no tenga aplicación inmediata, acaban saliendo cosas.
R. Dicen que cuando a Michael Faraday le preguntó un político para qué servía la electricidad, respondió: “Algún día, señor, podrá cobrar impuestos por ella”. No siempre podemos imaginar las aplicaciones futuras. En democracia tenemos que decidir dónde van los presupuestos y también es bueno que se entienda cuáles son los retornos. El programa Apolo tuvo un retorno de 14 dólares por cada dólar invertido. La World Wide Web, el internet que conocemos, se desarrolló en el CERN. Se suele decir que no son los países más ricos los que invierten en ciencia, sino que son ricos precisamente porque invierten en ciencia.
En democracia tenemos que decidir dónde van los presupuestos y también es bueno que se entienda cuáles son los retornos
P. ¿Da miedo el desarrollo tecnológico?
R. Siempre ha dado miedo. Cuando se inventó la locomotora había quien decía que el cuerpo humano no estaba preparado para aquellas velocidades. La ciencia es una espada de doble filo. De la Física Cuántica también se sirvió la bomba atómica. Ahora el avance es exponencial, estamos con la inteligencia artificial, pero espérate a cuando lleguen los simuladores y ordenadores cuánticos y puedan compaginarse. Habrá que enfrentar muchos retos. Tecnología avanzada e ignorancia es una mezcla explosiva.
P. ¿Por qué es importante que los niños accedan a estos conocimientos?
R. No es solo importante, es esencial. La sobreinformación está poniendo en jaque la razón y la verdad. Los avances científicos no solo son cornucopias de las que salen bondades. La IA puede poner en peligro la democracia, y el mejor antídoto es una fuerte cultura científica. Los ciudadanos futuros tienen que saber profundizar, reflexionar, tener espíritu crítico.
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