armstrong.kameron
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 43
Le ha llevado media vida a Solvej Balle (Sønderjylland, Dinamarca, 62 años) acabar de plasmar sobre la página aquella idea que tuvo en 1987 cuando atendía un curso creación literaria. Escribió el principio de El volumen del tiempo I una década después, a finales de los noventa, y aún pasaron 20 años más hasta que el primero de los siete libros que han brotado de aquella ocurrencia llegó en 2020 a las librerías danesas. Balle lleva tanto tiempo trabajando en la historia de una mujer, Tara Selter, que sin saber muy bien cómo queda atrapada en un 18 de noviembre, despertándose cada día en esa misma fecha, que cuando empezó aún no se había estrenado la ya clásica película protagonizada por Bill Murray sobre el día de la marmota. “Cuando salió no quería verla porque pensaba que habían tomado mi idea, y cuando finalmente la vi me di cuenta que había allí mucha documentación que podía servirme”, dice entre risas una mañana de noviembre en la sede de la editorial Anagrama en Barcelona, el sello que presenta la primera entrega de esta obra en español y catalán.
En las pocas fotos de ella que circulan aparece despeinada, pero hoy Balle lleva una larga melena caoba recogida en una coleta alta y cuando sonríe se le achinan los ojos tras las gafas de pasta redondas. La escritora desprende un aire ligero, risueño y feliz. Hay algo de liberación en la manera en que habla de su libro, aunque aún está trabajando en la última entrega de las novelas de Tara Selter. Lleva ese último borrador en su ordenador del que no se separa. La serie es ya un fenómeno internacional contratado en más de una veintena de países. La traducción del segundo libro saldrá en abril, y los demás a razón de dos por año. La serie de El volumen del tiempo tiene algo magnético.
La primera entrega son apenas 180 páginas sobre ese primer año en el que una mujer, que vive con su pareja en Clairon-suour-Bois en Francia y se dedica a la compra venta de libros del siglo XVIII, cae en ese extraño bucle temporal. “Hablé con mi traductora al inglés sobre cómo el libro era una historia de amor y aislamiento que se preguntaba qué es un ser humano y cómo nos relacionamos unos con otros. ¿Qué es un ser humano? ¿Qué es una relación con otra persona? Le mandé un ejemplar a principios de febrero de 2020. Cuando lo leyó me dijo ‘¡pero si has escrito sobre el COVID!”, recuerda. Ese tiempo suspendido que Balle describe con precisión y elegancia tiene un eco claro en aquel encierro pandémico. “Según va transcurriendo, el tiempo empieza a comportarse de forma extraña”, afirma, y no cabe más que asentir.
En un bizarro efecto reflejo, como la protagonista de sus libros, la escritora quedó atrapada en este proyecto. Primero pensó que sería un relato, luego que ocuparía dos volúmenes, de ahí pasó a cuatro y al final entendió que sería una heptalogía. Han transcurrido 37 años, Balle ha publicado una novela y un libro de relatos, ha editado una revista literaria, colaborado en guión para una novela radiofónica, sacó un libro de poemas. Pasó de ser estudiante de creación literaria a matricularse en 1989 en filosofía, unos estudios que concluyó en 2018. “Creo que estos libros me empujaron a ello”, comenta, antes de añadir que esa licenciatura ha corrido en paralelo a la novela. Al fin y al cabo, la reflexión filosófica sobrevuela El volumen del tiempo I. La extrañeza que habita Tara Selter tiene por momentos algo del Gregor Samsa de Kafka, pero Balle habla de Samuel Beckett y su Esperando a Godot como la referencia más directa. “El teatro del absurdo me han influido mucho, esa persona sentada en un cubo de basura”, explica. Su personaje describe ruidos y va armando su rutina en torno a esos casi imperceptibles ritmos cotidianos: solo ella se da cuenta de la imparable repetición del mismo día, un agujero que empieza en un viaje de trabajo en París y que nada detiene. ¿Es una historia de fantasmas? “Más de monstruos, aunque lo que pensaba es que tenía que inventar mi propio género y, por eso, está escrito como un diario. Por supuesto, nadie inventa nada, robas todo lo que puedes a manos llenas”, confiesa divertida. “Tardé mucho en entender cómo contar esta historia, el modernismo narrativo me ayudó”.
Balle habla de diseccionar hasta quedarse solo “con el esqueleto y los huesos desnudos”. Su escrititura, en efecto, es esquemática. “Me interesa el mundo desnudo, sin demasiado pasado”, apunta. “En mi primera novela que publiqué antes de escribir esto, una mujer construía un nuevo mundo en una isla desierta, y el libro de relatos los personajes vivían en sus burbujas. Bastante solipsista, supongo. Viven en sus propias burbujas como si necesitaran entender sus vidas. Pero esos libros empezaban con personajes, y con este proyecto fue una idea. Este tipo de ficción especulativa no estaba muy bien visto en los ochenta, no se consideraba serio”, explica y menciona a Borges, y al Ulises de Joyce que transcurre en un solo día y que todo el mundo parecía haber leído cuando ella cayó por la librería de París Shakespeare & Co. También habla de Doris Lessing y sus Experimentos sirianos.
Muchas cosas en la vida de Balle han ido al lento compás de estas novelas y han acabado por adoptar su forma, cosas tan impredecibles como el huerto de la casa en la isla donde se trasladó poco después de que naciera su hijo y donde vive desde hace más de 20 años. “Vinieron unos estudiantes y al explicarles este proyecto hablé de mi jardín, y los siete cercos, porque cada uno está relacionado con uno de los libros”, cuenta divertida. “Mi abuelo era jardinero, tuvo seis hijos y mi madre no era muy aficionada a los huertos. Yo lo intento, aunque se me estropean las alcachofas”, dice. Su personaje, Tara, también tiene un huerto en su casa, aunque con puerros y acelgas que guardan cierta importancia en la trama, y cuando intenta comprender el agujero temporal en el que ha caído construye gráficos y diagramas que cuelga en las paredes de un cuarto de su casa, ¿también ella trabajó así? “Sí, así. Fui ocupando distintos cuartos de mi casa. Hay algo muy físico en la manera en que me volqué en estas novelas, llegué a llenar paredes enteras con fotografías tomadas por exploradores urbanos que visitan luagres abandonados y toman imágenes”.
Si Tara seguía atascada en la historia de ese repetitivo 18 de noviembre y se iba haciendo mayor, la autora también, y también buscaba la salida. En una residencia para escritores daneses en Italia creyó tocar fondo. Tiró todas las notas y escritos que tenía del proyecto. “Recogían la basura una vez a la semana y recuerdo estar en la cama escuchando como subía el camión por la carretera y pensar: ‘ya está”, dice. “El camión se lo llevó y entonces comprendí que podía volver a escribir la novela, porque estaba atrapada en ella”.
Seguir leyendo
En las pocas fotos de ella que circulan aparece despeinada, pero hoy Balle lleva una larga melena caoba recogida en una coleta alta y cuando sonríe se le achinan los ojos tras las gafas de pasta redondas. La escritora desprende un aire ligero, risueño y feliz. Hay algo de liberación en la manera en que habla de su libro, aunque aún está trabajando en la última entrega de las novelas de Tara Selter. Lleva ese último borrador en su ordenador del que no se separa. La serie es ya un fenómeno internacional contratado en más de una veintena de países. La traducción del segundo libro saldrá en abril, y los demás a razón de dos por año. La serie de El volumen del tiempo tiene algo magnético.
La primera entrega son apenas 180 páginas sobre ese primer año en el que una mujer, que vive con su pareja en Clairon-suour-Bois en Francia y se dedica a la compra venta de libros del siglo XVIII, cae en ese extraño bucle temporal. “Hablé con mi traductora al inglés sobre cómo el libro era una historia de amor y aislamiento que se preguntaba qué es un ser humano y cómo nos relacionamos unos con otros. ¿Qué es un ser humano? ¿Qué es una relación con otra persona? Le mandé un ejemplar a principios de febrero de 2020. Cuando lo leyó me dijo ‘¡pero si has escrito sobre el COVID!”, recuerda. Ese tiempo suspendido que Balle describe con precisión y elegancia tiene un eco claro en aquel encierro pandémico. “Según va transcurriendo, el tiempo empieza a comportarse de forma extraña”, afirma, y no cabe más que asentir.
En un bizarro efecto reflejo, como la protagonista de sus libros, la escritora quedó atrapada en este proyecto. Primero pensó que sería un relato, luego que ocuparía dos volúmenes, de ahí pasó a cuatro y al final entendió que sería una heptalogía. Han transcurrido 37 años, Balle ha publicado una novela y un libro de relatos, ha editado una revista literaria, colaborado en guión para una novela radiofónica, sacó un libro de poemas. Pasó de ser estudiante de creación literaria a matricularse en 1989 en filosofía, unos estudios que concluyó en 2018. “Creo que estos libros me empujaron a ello”, comenta, antes de añadir que esa licenciatura ha corrido en paralelo a la novela. Al fin y al cabo, la reflexión filosófica sobrevuela El volumen del tiempo I. La extrañeza que habita Tara Selter tiene por momentos algo del Gregor Samsa de Kafka, pero Balle habla de Samuel Beckett y su Esperando a Godot como la referencia más directa. “El teatro del absurdo me han influido mucho, esa persona sentada en un cubo de basura”, explica. Su personaje describe ruidos y va armando su rutina en torno a esos casi imperceptibles ritmos cotidianos: solo ella se da cuenta de la imparable repetición del mismo día, un agujero que empieza en un viaje de trabajo en París y que nada detiene. ¿Es una historia de fantasmas? “Más de monstruos, aunque lo que pensaba es que tenía que inventar mi propio género y, por eso, está escrito como un diario. Por supuesto, nadie inventa nada, robas todo lo que puedes a manos llenas”, confiesa divertida. “Tardé mucho en entender cómo contar esta historia, el modernismo narrativo me ayudó”.
Balle habla de diseccionar hasta quedarse solo “con el esqueleto y los huesos desnudos”. Su escrititura, en efecto, es esquemática. “Me interesa el mundo desnudo, sin demasiado pasado”, apunta. “En mi primera novela que publiqué antes de escribir esto, una mujer construía un nuevo mundo en una isla desierta, y el libro de relatos los personajes vivían en sus burbujas. Bastante solipsista, supongo. Viven en sus propias burbujas como si necesitaran entender sus vidas. Pero esos libros empezaban con personajes, y con este proyecto fue una idea. Este tipo de ficción especulativa no estaba muy bien visto en los ochenta, no se consideraba serio”, explica y menciona a Borges, y al Ulises de Joyce que transcurre en un solo día y que todo el mundo parecía haber leído cuando ella cayó por la librería de París Shakespeare & Co. También habla de Doris Lessing y sus Experimentos sirianos.
Muchas cosas en la vida de Balle han ido al lento compás de estas novelas y han acabado por adoptar su forma, cosas tan impredecibles como el huerto de la casa en la isla donde se trasladó poco después de que naciera su hijo y donde vive desde hace más de 20 años. “Vinieron unos estudiantes y al explicarles este proyecto hablé de mi jardín, y los siete cercos, porque cada uno está relacionado con uno de los libros”, cuenta divertida. “Mi abuelo era jardinero, tuvo seis hijos y mi madre no era muy aficionada a los huertos. Yo lo intento, aunque se me estropean las alcachofas”, dice. Su personaje, Tara, también tiene un huerto en su casa, aunque con puerros y acelgas que guardan cierta importancia en la trama, y cuando intenta comprender el agujero temporal en el que ha caído construye gráficos y diagramas que cuelga en las paredes de un cuarto de su casa, ¿también ella trabajó así? “Sí, así. Fui ocupando distintos cuartos de mi casa. Hay algo muy físico en la manera en que me volqué en estas novelas, llegué a llenar paredes enteras con fotografías tomadas por exploradores urbanos que visitan luagres abandonados y toman imágenes”.
Si Tara seguía atascada en la historia de ese repetitivo 18 de noviembre y se iba haciendo mayor, la autora también, y también buscaba la salida. En una residencia para escritores daneses en Italia creyó tocar fondo. Tiró todas las notas y escritos que tenía del proyecto. “Recogían la basura una vez a la semana y recuerdo estar en la cama escuchando como subía el camión por la carretera y pensar: ‘ya está”, dice. “El camión se lo llevó y entonces comprendí que podía volver a escribir la novela, porque estaba atrapada en ella”.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com