giovanna.sipes
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“¿Cómo funciona la memoria?”, se preguntó Sidney Lumet a la hora de abordar su película El prestamista, en la que un superviviente de un campo de exterminio judío lucha cada día contra el poder de su propia mente, que le devuelve imágenes del pasado que en modo alguno quiere recibir. Lumet se cuestionó algo más: ¿cómo mostrar eso en términos fílmicos? La respuesta, tal y como describe en su formidable libro Así se hacen las películas, la encontró en forma de planos tan breves que al espectador casi le cuesta asimilarlos; continuos insertos que se abalanzan en montaje entre el flujo natural de la secuencia en presente, de entre cuatro y seis fotogramas (ya saben: el cine es 24 fotogramas por segundo); ráfagas de dolor procedentes del pretérito, inevitables consecuencias de una violencia que se pretende dejar atrás, pero que resulta imposible de arrinconar del todo.
Valérie Donzelli comienza su última película, Solo para mí, con el mismo recurso de montaje cinematográfico de Lumet. Pero para contar otro tipo de agresión: el de una mujer que durante años ha sido víctima de una relación tóxica de pareja que desemboca en maltrato psicológico y físico. Una imposibilidad de olvidar que Donzelli vertebra con semejantes ráfagas, esta vez de lo que parecen unos árboles en una carretera: el camino de la huida quizá definitiva en lo físico, pero que aún está por confirmarse en lo mental.
La directora francesa, con una carrera decadente desde su segunda película, la portentosa Declaración de guerra (2011), desgarrada autobiografía coescrita con Jérémie Elkaïn sobre su experiencia como pareja en la vida real, lidiando ambos con el tumor cerebral de su hijo de dos años, e interpretada por ellos mismos, levanta un tanto el vuelo con Solo para mí, basada en una novela de Éric Reinhardt que ha adaptado junto a la también directora Audrey Diwan, la autora de El acontecimiento. Eso sí, únicamente sube el nivel en la segunda parte de la historia, la del proceso de separación afectiva desde su estancia en un hospital, mucho más lograda que la primera: la de las microagresiones que se van haciendo cada vez más relevantes, hasta desembocar en el maltrato. Donzelli y Diwan se desenvuelven mucho mejor en la esperanza de libertad que en el infierno de la vejación.
Muy ambiciosa por su amplio arco temporal, pues abarca desde el instante en que la pareja se conoce en una fiesta y se enrolla por primera vez, la película toma de primeras un camino harto discutible: presenta a un hombre que desde el primer minuto en pantalla resulta insoportable; un imbécil de manual con el toque malencarado, chulesco y un tanto baboso que suele dar Melvil Poupaud a sus personajes; un tipo del que cualquiera saldría por piernas al instante. En ese retrato masculino no hay un solo resquicio de positividad, y ello provoca que su relación, más que compleja, sea simplemente lo blanco contra lo negro, y eso en cine nunca acaba de funcionar. Debido a ello, las primeras elipsis tampoco son demasiado certeras: lo ama a las dos secuencias; se queda embarazada a los 20 minutos; dos hijos a la media hora. Se supone que la directora pretende retratar el túnel del tiempo y del suplicio en el que ciertos hombres aprisionan a sus mujeres casi sin que nadie se dé cuenta, incluidas ellas. Pero el proceso y el dibujo de personajes nunca tiene la suficiente altura.
Ahora bien, narrada en retrospectiva a través de un hilo conductor en forma de conversación con una mujer que tarda en saberse si es psicóloga de asuntos sociales o abogada o incluso juez, Solo para mí está mucho mejor contada en su proceso de repulsa y huida. Es ahí cuando además acaba de fraguar el hecho de que la violencia de género no entiende de clases sociales ni de niveles culturales e intelectuales (ella es profesora de francés; él, ejecutivo de banca). Y en ese trecho postrero las emociones y las esperanzas resultan mucho más pulidas. El camino hacia el arrinconamiento final de esos flashes en forma de recuerdos, que no permitían abrir nuevas rutas de sosiego e ilusión.
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Valérie Donzelli comienza su última película, Solo para mí, con el mismo recurso de montaje cinematográfico de Lumet. Pero para contar otro tipo de agresión: el de una mujer que durante años ha sido víctima de una relación tóxica de pareja que desemboca en maltrato psicológico y físico. Una imposibilidad de olvidar que Donzelli vertebra con semejantes ráfagas, esta vez de lo que parecen unos árboles en una carretera: el camino de la huida quizá definitiva en lo físico, pero que aún está por confirmarse en lo mental.
La directora francesa, con una carrera decadente desde su segunda película, la portentosa Declaración de guerra (2011), desgarrada autobiografía coescrita con Jérémie Elkaïn sobre su experiencia como pareja en la vida real, lidiando ambos con el tumor cerebral de su hijo de dos años, e interpretada por ellos mismos, levanta un tanto el vuelo con Solo para mí, basada en una novela de Éric Reinhardt que ha adaptado junto a la también directora Audrey Diwan, la autora de El acontecimiento. Eso sí, únicamente sube el nivel en la segunda parte de la historia, la del proceso de separación afectiva desde su estancia en un hospital, mucho más lograda que la primera: la de las microagresiones que se van haciendo cada vez más relevantes, hasta desembocar en el maltrato. Donzelli y Diwan se desenvuelven mucho mejor en la esperanza de libertad que en el infierno de la vejación.
Muy ambiciosa por su amplio arco temporal, pues abarca desde el instante en que la pareja se conoce en una fiesta y se enrolla por primera vez, la película toma de primeras un camino harto discutible: presenta a un hombre que desde el primer minuto en pantalla resulta insoportable; un imbécil de manual con el toque malencarado, chulesco y un tanto baboso que suele dar Melvil Poupaud a sus personajes; un tipo del que cualquiera saldría por piernas al instante. En ese retrato masculino no hay un solo resquicio de positividad, y ello provoca que su relación, más que compleja, sea simplemente lo blanco contra lo negro, y eso en cine nunca acaba de funcionar. Debido a ello, las primeras elipsis tampoco son demasiado certeras: lo ama a las dos secuencias; se queda embarazada a los 20 minutos; dos hijos a la media hora. Se supone que la directora pretende retratar el túnel del tiempo y del suplicio en el que ciertos hombres aprisionan a sus mujeres casi sin que nadie se dé cuenta, incluidas ellas. Pero el proceso y el dibujo de personajes nunca tiene la suficiente altura.
Ahora bien, narrada en retrospectiva a través de un hilo conductor en forma de conversación con una mujer que tarda en saberse si es psicóloga de asuntos sociales o abogada o incluso juez, Solo para mí está mucho mejor contada en su proceso de repulsa y huida. Es ahí cuando además acaba de fraguar el hecho de que la violencia de género no entiende de clases sociales ni de niveles culturales e intelectuales (ella es profesora de francés; él, ejecutivo de banca). Y en ese trecho postrero las emociones y las esperanzas resultan mucho más pulidas. El camino hacia el arrinconamiento final de esos flashes en forma de recuerdos, que no permitían abrir nuevas rutas de sosiego e ilusión.
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‘Solo para mí’: la implacable salida de una relación violenta tras un grueso retrato de amor tóxico
La cineasta francesa Valérie Donzelli se desenvuelve mucho mejor en la esperanza de libertad que en el infierno de la vejación
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