devan.schaden
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Cuando el grito se hizo unánime –«Solo el pueblo salva al pueblo»– les entró tal gusto por la rabadilla que arrojaron al suelo las palas y las escobas que habían utilizado como armas y se pusieron a bailar, conjurados para celebrar la victoria de lo que habían interpretado como una revuelta espontánea, surgida del lodo primordial en el que se gesta toda nueva vida. No solo estaban allí las víctimas de la riada, indignados de primer grado, sino los voluntarios que por miles habían acudido a Valencia, cada generación tiene su Woodstock, no tanto a limpiar el barro como a participar en lo que de lejos parecía un movimiento de liberación que iba a desembocar, riada de nuevos derechos, en la conquista material de todo lo que hasta entonces se les había negado. Escudos o flotadores sociales. En su mayoría eran jóvenes, hermanados por la idea de pertenencia y no muy distintos a quienes en la acampada y el parque acuático del 15M se dejaron llevar por la efervescencia de una sentimentalidad que no tardó en ser canalizada por los ingenieros de esos caminos que siempre llevan a Roma o Galapagar y los arquitectos de las estafas piramidales.El pueblo que dicen ahora que salva al pueblo no es sino la evolución de aquella 'gente' cuyo filón explotó Pablo Iglesias hasta que se lo apropió el jefe de 'El Gobierno de la gente', lema de Ferraz para la temporada de otoño de hace ahora dos años, muy de 'sport' y de calle. No ha tenido la izquierda que desarrollar su sentido del olfato –«somos perros», reconoció en abril Teresa Ribera, enrazada y ladradora– hacia lo que en la ciencia política se conoce como indignación. Lo traía de serie y desde el siglo XIX solo ha tenido que modularlo para adaptarlo a las nuevas vulnerabilidades que iba husmeando. A la derecha tradicional –derechita cobarde– siempre le han dado repelús estas cosas, pero a la derechona valiente, la de la España que madruga y se pone a barrer lodo, 'sans-culottes' o 'sans-katiuskas', le va la marcha. Que el eslogan de «Solo el pueblo salva al pueblo» resulte ideológicamente ambivalente lo ha convertido en la nueva 'Lili Marleen' que cantaban los soldados de los dos bandos de la guerra del 39. El «We the People» que abre el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos admite tantas lecturas y traducciones como versiones se pueden encontrar de lo que sucedió en despachos, aviones oficiales y restaurantes a lo largo de la tarde del 29 de octubre, cuando tanta gente, o 'people', tenía el móvil en vibración.Si toda revuelta de formato clásico tiene a su Marianne, imagen de la sicalipsis que guía al pueblo, por sus tetas terminaremos sabiendo de qué pie cojea la que se gesta bajo ese lema del pueblo al cuadrado. Y si el 15M encontró en Rita Maestre a su heroína despechugada, inmortalizada por Delacroix en la capilla de la Complutense, aún está por ver quién es la 'vedette' de esta nueva revista. Va a dar lo mismo, porque al final será arrojada al fango de la ultraderecha o, según renquee, absorbida por el 'mainstream' de Ferraz . Lo anunciaba aquella portada de 'Hermano Lobo' de agosto de 1975: «Es igual. El pueblo también somos nosotros».A Noé le vas a hablar tú del agua.
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