Rigoberto_Goyette
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Silvana Estrada (Veracruz, 27 años) cuenta que el cuatro venezolano fue su primer amor y el más sano de todos. Que mientras aprendió a tocar el piano memorizando partituras y rodeada de la teoría clásica, este modesto instrumento de cuatro cuerdas la invitó a experimentar. A tocarlo sin pensar demasiado. Así, una pequeña Silvana asoció la música con el disfrute y el juego. Ese descubrimiento es hoy la bandera de su música que resiste (y triunfa) en una industria discográfica obcecada en la producción y la rapidez. “Mi camino choca con estos esquemas de lo voraz”, dice en el jardín de un hotel en el centro de Medellín. “Yo crecí en la naturaleza e intento mantener esos tiempos orgánicos en mi música”.
Esa velocidad de la vida hace que parezcan ya antiquísimos los vídeos caseros de Youtube de Estrada en su habitación, con una guitarra y esa voz que vive siempre en el borde. A punto de romperse, pero no. La mexicana asegura que a pesar de haber ganado un Grammy a Mejor Artista Nueva en 2022 y haber sido nominada este año a Mejor Interpretación de Música Global por ‘Milagro y Desastre’, poco ha cambiado su forma de habitar el mundo. Al contrario. Cree que, como la profesión de sus papás, la lutería, sus canciones son “un vehículo para que alguien más brille y sienta”. “Quisiera pensar que ambos oficios son un acto de servicio”, cuenta a finales de agosto, en el Festival de Filosofía organizado por la Caja de Compensación Familiar de Antioquia (Comfama).
A pocas semanas de volver en concierto a Bogotá —tras cancelar parte de su gira en agosto por una afonía—, la artista reivindica lo político que hay detrás del canto íntimo y del querer bonito. ”No vas a entender el amor solidario si no entiendes la lucha feminista”, sentencia. Hija del jazz, el bossa nova y el son jarocho, Estrada hace alquimia con sus letras y le pone banda sonora a las luces y las sombras de una generación que busca encontrarse en el cuidado y la calma. Su música es tan canción de cuna como aquelarre. Y ella, el cuatro venezolano del panorama musical actual.
Pregunta. Las mujeres de nuestra generación crecimos escuchando canciones que hablaban de un amor posesivo y sufrido. Usted le canta al amor bonito y cuidadoso. ¿Cómo se transformó el concepto para usted?
Respuesta. Ha sido un proceso de años. Significarlo de maneras más amables conmigo misma, más amorosas y menos sufrientes. A nuestra generación le tocó el coletazo del amor hiriente. Más que construir el concepto, nos ha tocado deconstruirlo y quitarle peso y límites. Creo que estamos en un momento difícil pero bonito de replantearnos cómo queremos amar y, sobre todo, cómo queremos ser amadas. En mi proceso tuve que pasar por situaciones muy difíciles y a través del dolor entender la realidad y el mundo. No para que se quede, sino para que sea una ventana.
P. ¿Es político cantarle a un amor que cuida?
R. Sí, total. Creo que el amor es un conglomerado de la experiencia humana. La gente habla mucho del más allá y del misterio de la muerte. Para mí el amor ya es un misterio del más allá. Es importante habitarlo con mucha conciencia y no darlo por hecho. Es tan abstracto que condensa la política, lo social, la historia… Entenderlo te sitúa en un lugar de conciencia política. Porque no vas a entender el amor solidario si no entiendes la lucha feminista.
P. Y mira que es difícil seguir evocando emociones cuando todo el mundo le canta al amor...
R. Es una locura. Es el tema más sonado del mundo y no hay un tema mejor. (Risas). Oscar Wilde decía que todos los libros son de amor. Y verdaderamente sí, si lo sacamos de la cajita del amor romántico. Es lo que sostiene el mundo. También me acordé de lo que decía [Roberto] Juarroz, de que el amor empieza donde dios acaba.
P. Aún así, tiene mala fama…
R. Sí, porque el amor romántico… ¡Ay, el amor romántico! (Risas). No solo es cursi sino que es dañino y ha oprimido a millones de mujeres. ¿Cuántos hombres matan en nombre del “amor”? En nombre de esa distorsión del amor.
P. Es común que los músicos acaben cediendo a la presión comercial. Usted se aferra a las raíces. ¿Por qué?
R. Hay mucha teoría de por qué hago lo que hago. Y por qué no hago nada más pop o reggaeton. La respuesta más sencilla es que hago la música que a mí me gusta. Hago las canciones que no hay y que me gustaría escuchar.
P. Osea que no veremos a Silvana Estrada cantando trap…
R. No creo. Me encantaría, pero no creo… (Risas).
P. ¿No le da miedo sobreexponerse?
R. Sí, sí. Nunca me había pasado, pero ahora que ando en un disco nuevo, lo noto. No me autocensuro pero me ha costado tomar un poco más de distancia. Los últimos años me han pasado cosas más difíciles, duelos, preguntas existenciales… Y de repente da pudor. Porque esta industria es ufff... Te pide que estés fuerte y sana. Y no siempre puedo. Y a veces me da pudor escribir desde esa parte más sensible y dolida.
P. Hace poco lanzaba el single de Milagro y desastre. ¿Cuál es el milagro y cuál el desastre de esta industria?
R. El milagro es la música. Siempre lo va a ser. Hay cosas hermosas dentro de la industria… Pero las cosas milagrosas existen con o sin la industria. La fraternidad, la sororidad.. eso ya existe. A veces pienso que incluso existiría más sin ella. La industria es el orden empresarial para esas cosas luminosas. Pero trae muchos desastres. Es muy voraz con los artistas, muy exigente. Lo que nos está volviendo locas y locos es la velocidad del mundo. Que un artista saque una canción cada viernes, eso no existía. Así como se logró democratizar el acceso a la música, también han generado mucha angustia. Y me incluyo. La salud mental es un tema muy recurrente entre los artistas. ¿Cómo vivo esto desde el placer y no desde el susto de que mañana saldrán 15.000 discos y yo aquí picando piedra por el mío que significa todo?
P. ¿Cómo lo gestiona?
R. Siendo lo más honesta y franca posible conmigo. Aunque sienta presión, pues so sorry, porque tengo que esperar para escribir una canción que verdaderamente signifique algo. Mi camino en la música choca con los esquemas de lo voraz. Yo crecí en la naturaleza e intento mantener esos tiempos orgánicos en mi música.
P. ¿Cree que eso es parte del éxito? ¿Que quienes le escuchan también buscan el fuego lento?
R. Creo que sí. Porque siempre que hay una corriente, hay una contracorriente. La gente quiere espacios donde no tener prisa. Donde no tener estímulos sin fin.
P. ¿En algún momento esa contracorriente se convertirá en corriente? Hay una generación de cantautoras como Silvia Pérez Cruz, Natalia Lafourcade, Valeria Castro… que le reivindican una mirada similar
R. Creo que no. Mientras vivamos en un mundo capitalista no nos lo van a permitir. No nos van a permitir comprarnos un vinilo y darnos el tiempo de escucharlo dos meses y luego comprarnos el siguiente. Es como la película Perfect Days. El director decía que quería hacer una película de alguien que no se comprara un libro nuevo hasta no terminarse el anterior. Hay que tener mucha fuerza para no seguir esa corriente. Pero tampoco estoy enojada con el presente, creo que está siendo generoso.
P. ¿Sintió síndrome de la impostora?
R. Todo el tiempo. Y ahora más. Nunca lo sentí cuando era más joven. A los 20 no lo sentía. He hecho muchas cosas y a todas les dije que sí. Y nunca me sentí como una impostora hasta ahora. Y yo se lo atribuyo justamente a los tiempos. A la presión de la velocidad. La modernidad me provoca el síndrome del impostor, que en realidad es culpa, básicamente. Un profundo sufrimiento después del éxito.
P. ¿Y cómo lidia con abrir fechas de conciertos y hacer sold out enseguida, ganar un Grammy y luego volver a su casa a freír un huevo y hablar de nada con sus amigos?
R. La gente que sufre con la fama es porque se montan a la ola de lo que se espera de ellos. Yo cuando llego a mi casa, sigo saliendo en pijama a comprar verduras. No me pasa eso de perder el piso, es al revés. Mi equipo me tiene que recordar que soy… un pokemon. (Risas). Que ya tengo ciertas cosas, porque a mí se me olvida.
P. Creció en una familia de lauderos en Veracruz. ¿Se parece en algo la composición de su música con las manos de su padre dándole forma a un contrabajo?
R. El proceso de un laudero es muy paciente y muy humilde porque estás haciendo un instrumento para que otro brille. Eso me forjó mucho en ser paciente con mis procesos y sentir que lo que yo hago es un vehículo para que alguien más brille y sienta. Quisiera pensar que ambos son un acto de servicio.
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Esa velocidad de la vida hace que parezcan ya antiquísimos los vídeos caseros de Youtube de Estrada en su habitación, con una guitarra y esa voz que vive siempre en el borde. A punto de romperse, pero no. La mexicana asegura que a pesar de haber ganado un Grammy a Mejor Artista Nueva en 2022 y haber sido nominada este año a Mejor Interpretación de Música Global por ‘Milagro y Desastre’, poco ha cambiado su forma de habitar el mundo. Al contrario. Cree que, como la profesión de sus papás, la lutería, sus canciones son “un vehículo para que alguien más brille y sienta”. “Quisiera pensar que ambos oficios son un acto de servicio”, cuenta a finales de agosto, en el Festival de Filosofía organizado por la Caja de Compensación Familiar de Antioquia (Comfama).
A pocas semanas de volver en concierto a Bogotá —tras cancelar parte de su gira en agosto por una afonía—, la artista reivindica lo político que hay detrás del canto íntimo y del querer bonito. ”No vas a entender el amor solidario si no entiendes la lucha feminista”, sentencia. Hija del jazz, el bossa nova y el son jarocho, Estrada hace alquimia con sus letras y le pone banda sonora a las luces y las sombras de una generación que busca encontrarse en el cuidado y la calma. Su música es tan canción de cuna como aquelarre. Y ella, el cuatro venezolano del panorama musical actual.
Pregunta. Las mujeres de nuestra generación crecimos escuchando canciones que hablaban de un amor posesivo y sufrido. Usted le canta al amor bonito y cuidadoso. ¿Cómo se transformó el concepto para usted?
Respuesta. Ha sido un proceso de años. Significarlo de maneras más amables conmigo misma, más amorosas y menos sufrientes. A nuestra generación le tocó el coletazo del amor hiriente. Más que construir el concepto, nos ha tocado deconstruirlo y quitarle peso y límites. Creo que estamos en un momento difícil pero bonito de replantearnos cómo queremos amar y, sobre todo, cómo queremos ser amadas. En mi proceso tuve que pasar por situaciones muy difíciles y a través del dolor entender la realidad y el mundo. No para que se quede, sino para que sea una ventana.
P. ¿Es político cantarle a un amor que cuida?
R. Sí, total. Creo que el amor es un conglomerado de la experiencia humana. La gente habla mucho del más allá y del misterio de la muerte. Para mí el amor ya es un misterio del más allá. Es importante habitarlo con mucha conciencia y no darlo por hecho. Es tan abstracto que condensa la política, lo social, la historia… Entenderlo te sitúa en un lugar de conciencia política. Porque no vas a entender el amor solidario si no entiendes la lucha feminista.
P. Y mira que es difícil seguir evocando emociones cuando todo el mundo le canta al amor...
R. Es una locura. Es el tema más sonado del mundo y no hay un tema mejor. (Risas). Oscar Wilde decía que todos los libros son de amor. Y verdaderamente sí, si lo sacamos de la cajita del amor romántico. Es lo que sostiene el mundo. También me acordé de lo que decía [Roberto] Juarroz, de que el amor empieza donde dios acaba.
P. Aún así, tiene mala fama…
R. Sí, porque el amor romántico… ¡Ay, el amor romántico! (Risas). No solo es cursi sino que es dañino y ha oprimido a millones de mujeres. ¿Cuántos hombres matan en nombre del “amor”? En nombre de esa distorsión del amor.
P. Es común que los músicos acaben cediendo a la presión comercial. Usted se aferra a las raíces. ¿Por qué?
R. Hay mucha teoría de por qué hago lo que hago. Y por qué no hago nada más pop o reggaeton. La respuesta más sencilla es que hago la música que a mí me gusta. Hago las canciones que no hay y que me gustaría escuchar.
P. Osea que no veremos a Silvana Estrada cantando trap…
R. No creo. Me encantaría, pero no creo… (Risas).
P. ¿No le da miedo sobreexponerse?
R. Sí, sí. Nunca me había pasado, pero ahora que ando en un disco nuevo, lo noto. No me autocensuro pero me ha costado tomar un poco más de distancia. Los últimos años me han pasado cosas más difíciles, duelos, preguntas existenciales… Y de repente da pudor. Porque esta industria es ufff... Te pide que estés fuerte y sana. Y no siempre puedo. Y a veces me da pudor escribir desde esa parte más sensible y dolida.
P. Hace poco lanzaba el single de Milagro y desastre. ¿Cuál es el milagro y cuál el desastre de esta industria?
R. El milagro es la música. Siempre lo va a ser. Hay cosas hermosas dentro de la industria… Pero las cosas milagrosas existen con o sin la industria. La fraternidad, la sororidad.. eso ya existe. A veces pienso que incluso existiría más sin ella. La industria es el orden empresarial para esas cosas luminosas. Pero trae muchos desastres. Es muy voraz con los artistas, muy exigente. Lo que nos está volviendo locas y locos es la velocidad del mundo. Que un artista saque una canción cada viernes, eso no existía. Así como se logró democratizar el acceso a la música, también han generado mucha angustia. Y me incluyo. La salud mental es un tema muy recurrente entre los artistas. ¿Cómo vivo esto desde el placer y no desde el susto de que mañana saldrán 15.000 discos y yo aquí picando piedra por el mío que significa todo?
P. ¿Cómo lo gestiona?
R. Siendo lo más honesta y franca posible conmigo. Aunque sienta presión, pues so sorry, porque tengo que esperar para escribir una canción que verdaderamente signifique algo. Mi camino en la música choca con los esquemas de lo voraz. Yo crecí en la naturaleza e intento mantener esos tiempos orgánicos en mi música.
P. ¿Cree que eso es parte del éxito? ¿Que quienes le escuchan también buscan el fuego lento?
R. Creo que sí. Porque siempre que hay una corriente, hay una contracorriente. La gente quiere espacios donde no tener prisa. Donde no tener estímulos sin fin.
P. ¿En algún momento esa contracorriente se convertirá en corriente? Hay una generación de cantautoras como Silvia Pérez Cruz, Natalia Lafourcade, Valeria Castro… que le reivindican una mirada similar
R. Creo que no. Mientras vivamos en un mundo capitalista no nos lo van a permitir. No nos van a permitir comprarnos un vinilo y darnos el tiempo de escucharlo dos meses y luego comprarnos el siguiente. Es como la película Perfect Days. El director decía que quería hacer una película de alguien que no se comprara un libro nuevo hasta no terminarse el anterior. Hay que tener mucha fuerza para no seguir esa corriente. Pero tampoco estoy enojada con el presente, creo que está siendo generoso.
P. ¿Sintió síndrome de la impostora?
R. Todo el tiempo. Y ahora más. Nunca lo sentí cuando era más joven. A los 20 no lo sentía. He hecho muchas cosas y a todas les dije que sí. Y nunca me sentí como una impostora hasta ahora. Y yo se lo atribuyo justamente a los tiempos. A la presión de la velocidad. La modernidad me provoca el síndrome del impostor, que en realidad es culpa, básicamente. Un profundo sufrimiento después del éxito.
P. ¿Y cómo lidia con abrir fechas de conciertos y hacer sold out enseguida, ganar un Grammy y luego volver a su casa a freír un huevo y hablar de nada con sus amigos?
R. La gente que sufre con la fama es porque se montan a la ola de lo que se espera de ellos. Yo cuando llego a mi casa, sigo saliendo en pijama a comprar verduras. No me pasa eso de perder el piso, es al revés. Mi equipo me tiene que recordar que soy… un pokemon. (Risas). Que ya tengo ciertas cosas, porque a mí se me olvida.
P. Creció en una familia de lauderos en Veracruz. ¿Se parece en algo la composición de su música con las manos de su padre dándole forma a un contrabajo?
R. El proceso de un laudero es muy paciente y muy humilde porque estás haciendo un instrumento para que otro brille. Eso me forjó mucho en ser paciente con mis procesos y sentir que lo que yo hago es un vehículo para que alguien más brille y sienta. Quisiera pensar que ambos son un acto de servicio.
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