Shakespeare en casa de Lina Morgan

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El tema legendario de los gemelos idénticos se remonta al mito griego de Cástor y Pólux, hermanos de Helena de Troya, y se extiende por toda época y lugar. Rómulo y Remo, fundadores fabulosos de Roma, eran el uno un calco del otro. Nara y Naráiana, hijos sabios del dios Dharma, personajes del Mahabharata, también son indistinguibles entre sí. El teatro ha utilizado la confusión de identidades como resorte humorístico en obras que van de Los dos Menecmos, de Plauto, hasta la revista musical Vaya par de gemelas, éxito fulgurante de Lina Morgan en el Teatro de La Latina.

La comedia de los errores, de Shakespeare, que dirigida por Andrés Lima se representa en La Latina de Madrid, es una adaptación de la obra de Plauto. El autor de Hamlet la escribió en 1594, un año antes de que se publicara la traducción al inglés de Los dos Menecmos: es plausible que se basase en alguna de las versiones compuestas por autores españoles del Siglo de Oro (Timoneda, Montemayor, Lope de Rueda…), que tuvieron gran difusión en la Europa de su época.

El montaje de Lima acentúa la farsa, la subraya con trazos caricaturales, la mueve con muy buen ritmo y la salpimenta con coreografías: parece vagamente inspirado en la versión musical de la Royal Shakespeare Company dirigida por Trevor Nunn en 1976, con Judi Dench, con la que no admite comparación. La RSC empleaba a un actor por cada personaje. Los productores españoles han reducido el elenco a seis intérpretes varones. “¡Tenemos que representar a 25 personajes!”, se queja uno de ellos, sarcástica y metateatralmente.

Tanto Lima como Albert Boronat, el adaptador, han dispuesto que los personajes se salgan de la acción con frecuencia, para comentarla entre ellos o para ironizar sobre lo prolijo de los monólogos narrativos con los que Shakespeare pone en antecedentes al público. Son tantos los cortes que se producen en el relato y tantos los apartes entre los actores que la farsa original en ocasiones se vuelve sainete. En ambos géneros, Rulo Pardo se mueve como pez en el agua, pero Avelino Piedad está sembrado. Tiene una vis cómica aguda, se desliza como una gacela y sabe imprimirle su carácter romántico exacto a las piezas de música clásica que interpreta al teclado.

Este espectáculo en sí mismo reúne las principales características de la producción teatral española de hoy, caracterizada por la reducción de elencos y la elección de obras amables, pero resulta representativo, sobre todo, del modelo de programación del Festival de Mérida, donde se estrenó. Está concebido para agradar al público y en ese aspecto es un éxito. Pero al festival cabría pedirle producciones con elencos más amplios y no tan enfocadas en la taquilla. De cara a la nueva etapa que se abre el año próximo, bien podría el Patronato de Mérida plantearse también si en lugar de ceñir el repertorio potencial a obras de autores grecorromanos o de tema grecolatino (escritas hoy a pie forzado), no sería mejor abrir el certamen a la representación de piezas de cualquier época y de temas variados, siempre que sean acordes con las dimensiones arquitectónicas y patrimoniales del teatro romano. Tragedias como El círculo de tiza caucasiano, de Brecht, La vida es sueño, de Calderón, o Macbeth, de Shakespeare, podrían representarse en este marco con la misma idoneidad que Edipo rey, y desde luego serían mucho más apropiadas que Medusa, por poner un ejemplo.

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