Sevillista será hasta la muerte

Anya_Bogan

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La vida seguirá pero la orilla diestra del río blanco y rojo de Nervión ya no tendrá la luz que imantaba Jesús Navas, el último gran héroe de nuestro amantísimo fútbol sevillano. El penúltimo caballero andaluz al que sé de un tiempo en el que le quedó grande el balón, pero nunca el juego. La medida. No digamos ya la competición. Jamás manchó ese, tu escudo, al que enamoró con besos y oles. Un estandarte español que hizo del derbi su bandera y del Sevilla Fútbol Club su primera viga maestra y su última patria, porque sevillista nació y sevillista será hasta la muerte. Aquel «Jesusito» al que fichó hace ya muchas generaciones Pablo Blanco en compañía de Wilfred de la UD Los Palacios y por quien el sevillismo se santigua cada noche como si fuera la última vez que puede escuchar su palabra desde el púlpito de su diestra, verbo consagrado que ha propagado por las bandas de toda Europa en compañía de quienes se contaron discípulos. Él es un santo con todas las de la ley. Lo labrado y lo sudado en su frente en tomatera tan sevillana se ha convertido en fresca agua resbaladiza por cada poro de su piel —lágrimas, llanto, desconsuelo— porque con él hemos asistido a la sublimación y la extenuación de un profesional excepcional que ha puesto en riesgo cuerpo y alma por encima de lo que en el fondo tampoco es tan importante si lo comparamos con lo que supondrá su legado. Su verdadera herencia. Valores por encima de cualquier reto y desafío individual y colectivo, justo como nos demostró en su día Rafael Nadal o Andrés Iniesta, dignísimos modelos a los que recurrir en colegios y facultades, a los que coloco a la misma altura de este duende que en su memoria y en la mía propia siempre regateará charcos y defensas de cualquier altura.Todo lo que tenía, que es lo que siempre soñó y mucho más, lo puso a disposición de ese sevillismo que construyó el pasado, el que hoy por hoy conduce el presente y el que nacerá en el futuro, esa familia blanquirroja que si se ha puesto de acuerdo en algo en los últimos años ha sido en disfrutar con verlo crecer sonrisa a sonrisa, jugada a jugada, desde que el pueblo empezó a bisbisear del muchacho. Porque los hay hijos y nietos que tienen su cuarto atestado de estampas de ese cuasi juvenil que despuntaba —camiseta por dentro, vergüenza por fuera— y ahora presumen de que el niño que más ha ganado con la selección española en la historia se ha transformado en un padre tanto para ellos como para sus primeros alevines: Jesús y Romeo, que algún día serán conscientes de que papá fue lo más grande que ha parido ese vientre colorado que es la carretera de Utrera desde mucho antes de que se licitara. Un marido providencial para Alejandra, su conciencia diaria. Hermano leal y noble al que tanto aconsejaron Marco y José Mari. Un hijo ejemplar, qué duda cabe, para Paco y Aurora, sus referentes. Los ojos genoveses que el Divino Niño entorna cuando quien lo acurruca responde al nombre de Nieves, Madre y custodia de Los Palacios. El nieto predilecto del abuelo Antonio; ay, Antonio. Que guardó silencio desde la primera fila del tercer anillo cuando la casa de todos los sevillistas vociferó muy alto su apellido, musitando que la que atravesaba ese pasillo por última vez era su sangre cuando los que nunca fallan lo gritaron al mundo entero. Porque no ha habido ni habrá más orgullo por Nervión.Encuentro más admiración en esos tiempos tan convulsos en los que le ha tocado vivir, tanto en lo anímico por lo sufrido lejos de su familia en el inicio, como al final de su trayectoria liderando desde la discreción, la mesura y la elegancia un Sevilla tan complejo, que levantando su última Europa League en Budapest, o tantas otras estampas en las que pasó a la historia sufriendo y ganando. Peleando con los puños cerrados. Porque uno siempre ha visto mayor gloria en el dolor humano que en la fama del éxito. Navas seguirá siendo Navas hasta el final de sus días como profesional. Pero nadie ignora ya a estas alturas de siglo en Nervión que Dios siempre lo ha acompañado a cada paso, por eso sus padres dieron gracias al cielo por cada temporada vivida en cuanto les dieron la ocasión de contar cómo podía seguir haciendo historia a sus 39 primaveras. Nadie en su sano juicio podía apostar a que el último gol que Navas iba a presenciar en el Ramón Sánchez-Pizjuán con calzonas y botas lo iba a marcar otro '16' como es el que luce Manu Bueno en el Sevilla Atlético, el mismo número que él ha defendido con honor para orgullo de su recordado amigo Puerta, que a buen seguro tuvo mucho que ver en esa pelota dividida que le cayó franca por suerte al centrocampista jerezano para rematar al Celta. ¿Por suerte? Los tiempos de Dios son siempre perfectos.Aquel rechace me recordó si cabe al pelotazo que Makukula dio para perder tiempo y que no se jugara más en el Sevilla-Schalke 04 que detuvo el tiempo de Europa, o más bien enloqueció el minutero de Nervión, y cuyo balón de aquella semifinal de la UEFA acabó 16 años después y por justos azares de la providencia en la estantería de un chiquillo llamado Aitor Puerta , el hijo que Antonio no conoció, por más que tenga esa zurda que ya dibujará voleas directas a nuestras entretelas. Otra garganta blanca y roja que a buen seguro se desgañitó como cualquier sevillista al ver cómo se despedía el amigo de la alegría que representaba para él José Antonio Reyes. El espíritu del utrerano puso un pase medido y al hueco en el adiós en casa del duende, a quien sonrió como sólo él podía, porque lo vivió en sus mismas botas. Un club y una pasión compartida por ser quien prolongó una vez, dos y ya siempre y todavía una jugada infinita como la que nos hizo eternos en Johannesburgo. La cúspide de nuestra primera estrella y la última Eurocopa. El beso de Navas al redondo corazón de hierba con el jipío en sus manos y la rendición en la zona en la que cayó Antonio es quizá una de las cosas más emocionantes que ningún periodista pueda contar. Será justo por momentos así por los que uno alcance a entender que por más que llegue el día definitivo, la última vez que alguien visite Nervión en un partido oficial, los habrá ídolos, se contarán leyendas, se vislumbrarán mitos que podrán dejar de ser muchas cosas algún día, quizás lo pierdan todo, pero jamás dejarán de ser sevillistas. Sevillistas hasta la muerte.

 

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